5 aspectos en los que la genética afecta tu vida cotidiana y que probablemente no conocías
Image: REUTERS/Jonathan Bachman
¿Tendrá los ojos claros de la madre o el cabello rizado del padre?, ¿será bajito como ella o más bien alto como él?
Estas son preguntas típicas que comienzan a hacerse en las familias cuando una mujer queda embarazada.
La genética suele convertirse en un tema recurrente de conversación casi desde los primeros estudios de ultrasonido que se hacen para ver al feto y estas cuestiones, tras el nacimiento, suelen seguir siendo motivo de discusiones a medida que el niño o la niña crecen.
Sin embargo, el efecto de lo que llevamos en el ADN va mucho más allá de determinar unos cuantos rasgos físicos, extendiéndose hasta afectar nuestros comportamientos y habilidades.
BBC Mundo te cuenta cinco aspectos que quizá no conocías al respecto.
¿Tienes un amigo pendenciero?, ¿eres alguien que fácilmente se sale de sus casillas y recurre a la violencia? Esas reacciones pueden tener un componente genético.
"El comportamiento tiene una base genética. Eso no es evidente y costó mucho reconocerlo, pero ahora lo tenemos bastante claro", afirma Miguel Pita, investigador y profesor de genética en la Universidad Autónoma de Madrid, en conversación con BBC Mundo.
"Con respecto a la agresividad, se sabe que hay individuos que por las variantes que tienen en sus genes nacen con un comportamiento que podría ser más proclive a ser agresivos que otros", agrega Pita, autor del libro "El ADN dictador" y quien es uno de los ponentes del Hay Festival de Querétaro, que se celebra en esa ciudad mexicana hasta el 9 de septiembre.
El experto advierte que eso no quiere decir que la genética haga a nadie más violento, sino que podría tener por naturaleza un poco más de dificultades para reprimirse que otras personas, aunque es luego en su ambiente cuando se desarrolla plenamente y se vuelve una persona más o menos agresiva.
"Ni siquiera la genética más agresiva te obliga a serlo en tu vida", apunta.
Pita destaca que tanto la agresividad como la disposición a la cooperación son tendencias para las cuales tenemos una determinada base genética que modelamos a lo largo de nuestras vidas.
Más allá de las evidentes diferencias biológicas entre hombres y mujeres, ambos tienden a tener comportamientos distintos influenciados por la genética.
"Al igual que otros animales, hombres y mujeres tenemos dentro una genética que nos hace generalmente buscar objetivos distintos para la reproducciónque, al final, ven su reflejo en el comportamiento de pareja", señala Pita.
"Las hembras de otras especies animales tienden a un comportamiento más cauto porque deben elegir mejor su pareja debido a que luego van a tener que sufrir el embarazo y la crianza. Y los machos, que simplemente aportan media célula, tienden a mostrar un comportamiento menos comprometido", indica.
Explica, sin embargo, que en la especie humana no se ha quedado allí y que sus comportamientos se han vuelto mucho más complejos.
"Hemos logrado domesticar esos instintos porque necesitamos la implicación de ambos miembros de la familia para sacar adelante a la cría. Nuestras crías necesitan una vigilancia bastante mayor que otras especies animales porque, por ejemplo, no las podemos dejarlas solas a los cinco años. El periodo que necesitan para desarrollar una cierta madurez es de, mínimo, 10 años", destaca.
"Eso ha hecho que nuestra biología haya sufrido una presión selectiva para modificarse. Entonces, hay una pregunta permanente en el mundo biológico: ¿somos monógamos o polígamos? La respuesta podría ser que venimos de una especie que no era monógama, pero que está sufriendo una transición hacia la monogamia. Hablo desde el punto de vista biológico. Desde una perspectiva social, en los países occidentales esa transición ya se ha hecho", añade.
"Una tarta en una vidriera es una trampa a nuestra biología", dice Miguel Pita al explicar cómo la genética determina nuestra preferencia por consumir productos que tengan glucosa.
Explica que este tipo de azúcar presente en los alimentos es la fuente fundamental a través de la cual nuestras células fabrican energía y permiten que se mantengan vivos todos los sistemas y que podamos movernos, razón por la cual nuestra biología se seleccionó y se adaptó fuertemente para buscar este producto.
El experto indica que lo mismo ocurrió con la sal. "Los individuos buscamos el sabor de la sal porque esta es necesaria para nuestra existencia. Muchos procesos de nuestro cuerpo funcionan con la sal: la regulación de los niveles hídricos se basa en la sal, nuestro cerebro necesita sal para funcionar, nuestros riñones, corazón. El sodio y el cloro que tiene la sal son absolutamente fundamentales para sobrevivir".
Destaca que los elementos químicos que conforman estos productos no tienen sabor, pero que nuestra evolución llevó a nuestro cerebro a sentir placer al consumirlos.
"El sabor está en nuestro cerebro, que nos engaña y nos dice que la sal está rica para que no nos olvidemos de ingerirla", apunta.
Pero ¿cómo se llegó a esto?
"Imaginemos cuál podía ser el panorama si había individuos a quienes la sal les sabe rica y otros a los cuales no les gusta. Los primeros la buscarían y la comerían y, por ende, estarían sanos; mientras que los segundos no tendrían ningún impulso a buscarla y -tomando en cuenta que era escasa- probablemente estarían enfermos, funcionarían mal sus riñones y cerebros y tendrán una peor tasa de supervivencia y de reproducción".
"¿Cuál es el resultado? Que quienes estamos hoy vivos descendemos de personas que buscaron la sal, los que no la buscaron se han extinguido. No podían sobrevivir porque la necesitaban", destaca.
Pita advierte que esta preferencia por la sal y la glucosa se desarrolló en una época en la cual ambos eran productos escasos, pero que en la actualidad cuando son abundantes, sobre todo en las sociedades occidentales, aunque siguen siendo necesarios para la supervivencia, el reto es consumirlos sin caer en excesos que pueden dañar nuestra salud.
La capacidad que tenemos las personas de ver la vida en colores tiene una directa relación con la evolución genética.
Según explica Miguel Pita, la visión en color se produce a través de unas proteínas que se llaman oxinas, presentes en las células de nuestras retinas. Producidas por 3 genes, éstas nos permiten ver en rojo, verde y azul, así como los colores y matices resultantes de la combinación de estos colores.
Otros primates, en cambio, pueden tener dos o tres de estos genes, mientras que peces, reptiles y aves poseen cuatro genes distintos, por lo que pueden ver muchos más colores.
"Lo interesante es que estos genes proceden todos de un mismo gen ancestral que, en ocasiones, por mutaciones se copiaba dentro del ADN de un mismo individuo, se duplicaba, y después sufría otras pequeñas mutaciones que le permitían ver otros colores distintos. Por estos errores ha surgido la posibilidad de ver nuevas longitudes de onda", señala el experto.
Explica que en los humanos los genes que permiten fabricar las proteínas que nos posibilitan ver en verde y rojo se encuentran en el cromosoma X, uno de los cromosomas sexuales, del cual las mujeres poseen dos copias y los hombres solo una.
"El que uno de estos genes está averiado hace que con alguna frecuencia haya varones con ceguera para el color, lo que se conoce como daltonismo, pero lo más interesante es que las madres de los daltónicos pueden tener copias perfectamente sanas y otras estropeadas, pero estas lo que hacen es permitir ver distinto".
"¿Qué generan estas variaciones genéticas en estas mujeres? Pues que algunas pueden ser tetracromáticas, es decir, que puedan ver a partir de la combinación de cuatro colores, o incluso pentacromáticas, por lo que pueden ver variaciones de cinco de estas proteínas y esto significa que son capaces de ver miles de matices más que los demás no podemos", apunta.
Estas diferencias ayudarían a explicar por qué a veces hay personas que no se ponen de acuerdo sobre el color de un objeto.
Pero la influencia de la genética en nuestra vida cotidiana también se plasma en aspectos más triviales como, por ejemplo, la manera que tenemos de cruzar los brazos.
"Uno puede cruzar el derecho sobre el izquierdo o viceversa", señala Miguel Pita.
"Cada quien tiene una forma más cómoda de hacerlo porque nuestra genética nos lo pide así y, en el fondo, tendemos a acceder a lo que nos pide nuestra genética".
"Esos sí, hay que recordar que el hecho de que un comportamiento esté determinado genéticamente no quiere decir que no lo podamos evitar", concluye.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro 2018, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 6 y el 9 de septiembre.
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