Crecimiento Económico

Lo que la tecnología no puede reemplazar: por qué las economías necesitan más personas, no menos

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Un grupo diverso de niños con pelucas y bigotes de algodón.

Las personas son únicas y siguen siendo una fuente crucial de ideas creativas para impulsar las economías. Image: REUTERS/Lucy Nicholson

John Letzing
Digital Editor, Economics, World Economic Forum
  • Abundan las noticias sobre recortes de empleo y la parálisis de las contrataciones a causa de la IA.
  • Sin embargo, el crecimiento económico aún depende de un factor estrictamente humano: las grandes ideas. Los intentos por automatizar el ingenio de los pensadores más visionarios solo logran evidenciar los límites de los chips, los datos y los algoritmos.
  • En esta nueva era, las habilidades blandas —como el pensamiento creativo— se han consolidado como la "moneda fuerte" del mercado laboral, según un nuevo informe del Foro Económico Mundial.

Cuenta la historia que Hennig Brand se despertó un día y pensó: "¿Por qué no hervir la orina?".

Es posible que así fuera. Resulta imposible saber qué pasaba por la mente del alquimista alemán del siglo XVII mientras destilaba fluidos en su laboratorio en el sótano. Sin embargo, aquellos experimentos acabarían conduciendo al descubrimiento del fósforo y, en cierto modo, al nacimiento de la química moderna.

Aquella chispa científica abriría el camino para que, siglos más tarde, surgieran soluciones antes impensables: desde el tratamiento del agua potable hasta la penicilina y la industria farmacéutica actual.

La combinación de genialidad y extravagancia que llevó a Brand a emprender ese desvío científico es, precisamente, el tipo de cualidad que las economías siempre necesitarán, incluso ante la proliferación de la inteligencia artificial (IA). Estudios recientes destacan el valor a largo plazo de la creatividad humana en la era de la IA, y sugieren que la tecnología sigue dependiendo de la calidad de los cerebros que la impulsan. Asimismo, el último informe del Foro Económico Mundial califica a las habilidades blandas, como la creatividad, como la nueva "moneda fuerte" del mercado laboral.

Este punto resulta fundamental en medio de los incesantes titulares sobre cómo la IA desplazará a los trabajadores, provocando despidos y una parálisis en las contrataciones. En realidad, la necesidad constante de ideas disruptivas para impulsar el crecimiento podría exigir, con el tiempo, una incorporación masiva de personal. Esto se debe a la "carga del conocimiento": cuanto más sabemos, más difícil resulta generar conceptos verdaderamente originales.

Hasta ahora, hay algo que parece claro sobre la IA: está diseñada para agradar, a veces hasta el extremo. Albert Einstein no lo estaba.

El físico alemán manifestaba lo que se ha descrito como una "disposición espontánea a cuestionar la autoridad". Concibió la teoría de la relatividad no por seguir las reglas de la física mejor que nadie, sino por ignorarlas y escribir unas nuevas. Un gran modelo de lenguaje (LLM), entrenado únicamente con la suma de los conocimientos físicos de la época, jamás habría logrado lo mismo.

Por supuesto, en algún punto del horizonte se vislumbra la posibilidad de que la IA también comience a escribir sus propias reglas. Un ex director ejecutivo de Google predijo que, para finales de esta década, existirán sistemas con una capacidad intelectual a la altura de los mejores científicos. Por su parte, el actual CEO de OpenAI afirmó que, en solo un par de años, la IA podría realizar descubrimientos que los humanos simplemente no podrán igualar.

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Para automatizar genuinamente las ideas más trascendentales, ¿sería necesario diseñar primero esas excentricidades que parecen inseparables de los grandes pensadores? ¿Esos rasgos de mentes excepcionales que son —al menos hasta ahora— exclusivamente humanos?

Un Einstein artificial podría requerir el equivalente algorítmico de sufrir con las matemáticas durante la universidad, adoptar hábitos peculiares ("no usar calcetines" aparece tres veces en el índice de una de sus biografías) y aceptar un empleo rutinario en una oficina de patentes que le dejara tiempo libre para sus propios intereses. Entre ellos, dar conferencias ante salas casi vacías y tocar el violín mientras formulaba la teoría que lo cambiaría todo.

Al principio, la relatividad de Einstein confundió a casi todos. Hoy, esa misma teoría nos ayuda a orientarnos a través de los sistemas GPS y es la base, por lo menos en parte, de inventos como el láser y las células solares.

Baños de aire, animales exóticos y dietas de zanahoria

Benjamin Franklin inventó el pararrayos y las lentes bifocales. En el verano de 1752, este erudito estadounidense se adentró en una fuerte tormenta con una cometa para elevar una llave metálica hacia las nubes; uno de los resultados de aquel experimento fue un concepto primitivo de batería eléctrica. Franklin también solía sentarse desnudo cada mañana al aire libre para tomar su "baño de aire" diario.

La lista de excentricidades continúa: Darwin tenía afición por devorar animales exóticos, desde armadillos hasta pumas; Isaac Newton se clavó una aguja en la cuenca del ojo para comprobar si alteraba su percepción; Thomas Edison obligaba a los aspirantes de su conglomerado en Nueva Jersey a responder preguntas como "¿Quién compuso Il Trovatore?".

Hay indicios de que ese tipo de excentricidades pueden ser, de hecho, programables. La IA generativa ya compone música y poesía sorprendentemente vívidas. Además, la tecnología ha demostrado un pensamiento estratégico único, que trasciende los enfoques humanos convencionales en tareas como los juegos de mesa complejos.

Al menos por ahora, los puestos de trabajo que se busca automatizar son los de carácter relativamente básico. Walmart, el mayor empleador privado de Estados Unidos, reveló recientemente que no planea aumentar su plantilla en los próximos años. Paralelamente, un estudio en el Reino Unido advierte sobre un "apocalipsis laboral", especialmente para los puestos de nivel inicial. Es evidente que las hipótesis sobre el desplazamiento de los trabajadores administrativos ya están moldeando los planes de negocio.

Sin embargo, es probable que no todas estas suposiciones se cumplan. Los radiólogos, por ejemplo, siguen siendo indispensables, a pesar de que hace años los expertos los señalaron como profesionales altamente susceptibles de ser reemplazados.

Para sustituir a los pensadores más singulares, primero habría que determinar con exactitud por qué algunas personas son más creativas que otras. Un estudio de 2018 apuntaba a una conexión fundamental: las personas altamente creativas tienden a poseer mentes capaces de coactivar redes cerebrales que, normalmente, solo se activan de una en una.

Es muy probable que exista una relación entre ese funcionamiento cerebral y comportamientos como el de Steve Jobs, quien ocasionalmente se alimentaba solo de zanahorias durante semanas.

Jobs, cofundador y CEO de Apple, demostró las ventajas de expandir el horizonte creativo recurriendo al talento de otros. Su propia historia personal refleja esa diversidad: su padre biológico fue un inmigrante sirio, un hecho que Banksy conmemoró en una de sus instalaciones artísticas.

Aunque Jobs era considerado un genio singular, necesitaba de otras personas que aportaran ideas más modestas que, al combinarse, dieran forma a conceptos revolucionarios. Se requirieron equipos enteros de pensadores creativos para diseñar elementos tan complejos como un teclado de software confiable antes de que el primer iPhone viera la luz. "No era un microgestor", aseguró un ingeniero del proyecto sobre su antiguo jefe.

Todavía son necesarios pensadores originales como Steve Jobs para impulsar el crecimiento económico en la era de la inteligencia artificial.
Dos originales: Jobs y Picasso. Image: Reuters/Sean Ramsey

La necesidad constsante de inspiración humana representa una señal de optimismo para los países con poblaciones pujantes y jóvenes, donde la aversión al riesgo aún no ha frenado la creatividad. África encaja perfectamente en este perfil, según destacó el economista ambiental Andrew Steer durante un encuentro reciente del Foro Económico Mundial.

Resulta difícil identificar con exactitud cómo esos jóvenes aportarán las ideas que se traduzcan en un crecimiento económico radical. Sin embargo, seguramente requerirán mucho más que estudiar libros de texto o recopilar cifras de sitios web. Como afirma un artículo académico reciente: "La conciencia es mucho más rica que las matemáticas y los cálculos».

Los tipos de personalidad capaces de acelerar el progreso a menudo requieren paciencia. Los resultados pueden tardar en llegar.

Carl Auer von Welsbach fue uno de los pocos científicos que logró aislar las tierras raras y transformarlas en productos comerciales. Hoy en día, estos elementos son indispensables para prácticamente todo lo que un país requiere para desarrollar tecnología de punta y defensa. Sin embargo, la primera apuesta de Von Welsbach fue una empresa de iluminación pública que terminío en fracaso.

Hennig Brand, por su parte, tenía sus propias obsesiones. Comenzó a hervir orina en su sótano no para obtener fósforo, sino porque intentaba fabricar oro. Se supone que parte del motor que impulsaba su genio era la vieja codicia de siempre.

Este podría ser, precisamente, uno de los rasgos más evidentemente humanos de todos.

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