El aumento de la defensa en Europa es un riesgo para el clima: cómo corregir el rumbo

Justo cuando la OTAN adopta un ambicioso objetivo de gasto en defensa del 5 % del producto interno bruto, España está trazando un rumbo distinto.

Mientras asegura una exención respecto al nuevo parámetro de la OTAN, el gobierno español ha asignado 1.750 millones de euros de su creciente presupuesto militar a capacidades de doble uso con respuesta climática, diseñadas explícitamente para hacer frente a emergencias relacionadas con el clima.

Esto no es una desviación de las prioridades de defensa; es una comprensión lúcida de las complejas realidades de seguridad del siglo XXI.

A medida que la OTAN y Europa emprenden un aumento sin precedentes de la inversión militar en respuesta a la agresión rusa, sus líderes corren el riesgo de cometer un error estratégico de proporciones catastróficas.

En la prisa por construir una seguridad “dura” —el gasto militar total en la Unión Europea aumentó un 16 % entre 2023 y 2024, hasta alcanzar los 358.000 millones de dólares, y más de un 26 % desde 2022, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo—, los líderes europeos están ignorando una amenaza que ya está socavando tanto la efectividad militar como la estabilidad social: el cambio climático.

Centrar las nuevas inversiones en defensa únicamente en amenazas tradicionales es construir un aparato de defensa moderno sobre arena movediza.

El cambio climático es un problema de seguridad nacional actual. Las inundaciones extremas, incendios forestales y deslizamientos de tierra arrasan comunidades, destruyen vidas, medios de subsistencia e infraestructura crítica.

La magnitud de estos eventos impulsados por el clima desborda cada vez más la capacidad de respuesta civil, lo que obliga a desviar fuerzas militares hacia la atención de desastres. Solo en 2024, grandes inundaciones en España y Polonia mantuvieron ocupados a decenas de miles de soldados, afectando la preparación militar para las tareas centrales de defensa.

Más allá de la asistencia en desastres, el cambio climático degrada directamente los activos militares. Las tormentas más frecuentes, las inundaciones costeras y los incendios forestales amenazan directamente la infraestructura crítica tanto en el interior como en la costa, lo que afecta a bases militares que forman parte de la postura de defensa de la OTAN.

En toda Europa, el aumento del nivel del mar y el clima extremo amenazan con inundar o aislar bases militares, interrumpiendo operaciones y generando enormes necesidades y costos de adaptación.

El Plan de Adaptación Climática 2024-2027 del Departamento de Defensa de Estados Unidos expone amplias necesidades de adaptación mediante la reconstrucción de miles de millones de dólares en infraestructura crítica dañada por fenómenos meteorológicos extremos.

Además, la propia OTAN ha advertido que los cambios en la temperatura y salinidad del océano están afectando el entorno acústico, complicando ya operaciones navales vitales como la guerra antisubmarina, un pilar importante de la postura defensiva de la OTAN frente a Rusia.

¿De qué sirven aeronaves de última generación si sus bases se inundan de forma habitual? ¿Qué tan efectiva es nuestra disuasión si las emergencias climáticas internas saturan crónicamente nuestras fuerzas?

Este desafío se ve agravado por un falso conflicto: la percepción de que debemos elegir entre la modernización de la defensa y la transición ecológica.

En Suecia, por ejemplo, proyectos críticos de parques eólicos han sido detenidos por preocupaciones de que interfieren con el radar militar.

Al mismo tiempo, la carrera por los minerales y los imanes de tierras raras, esenciales tanto para las tecnologías verdes como para el armamento avanzado, es una vulnerabilidad crítica para la preparación militar de la OTAN, ya que expone cadenas de suministro clave a cambios geopolíticos.

El aumento del gasto militar debería servir como catalizador de la innovación verde, impulsando la investigación en tecnologías de uso doble que fortalezcan las capacidades militares europeas y la resiliencia de la sociedad.

Una Europa resiliente al clima es una Europa más estable y segura. El impulso actual para aumentar el gasto en defensa hasta el nuevo objetivo de la OTAN del 5 % del PIB debe ir acompañado de un esfuerzo para, simultáneamente, “blindar a futuro” nuestras fuerzas e infraestructura frente a los crecientes impactos climáticos, al tiempo que se reducen drásticamente las emisiones.

Los líderes europeos deben elaborar con urgencia un anexo al Libro Blanco Conjunto para la Preparación de la Defensa Europea 2030 de la Agencia Europea de Defensa: una hoja de ruta para proteger la seguridad europea frente al clima.

Este plan debe garantizar que todas las nuevas inversiones en defensa se evalúen en cuanto a su vulnerabilidad climática, su capacidad para reforzar la resiliencia social y su alineación con los objetivos de reducción de emisiones, incluidos los de la propia OTAN. Esto aseguraría que las medidas que fortalecen la seguridad de Europa a corto plazo también sean sostenibles.

No hacerlo es planificar para el mundo de ayer. Mientras tanto, el propio panorama estratégico está siendo transformado de forma implacable por el colapso climático, debilitando fatalmente la posición de Europa a largo plazo y su capacidad para proteger a los ciudadanos frente a los desafíos de un mundo radicalmente alterado.