No tenemos una escasez global de viviendas, sino una descoordinación global en el uso de la vivienda

La escasez de vivienda se concentra en las zonas urbanas. Image: Unsplash/Shoichiro Kono
Olivia Nielsen
Principal, Miyamoto International- El mundo no enfrenta una escasez de viviendas, sino una descoordinación global entre la oferta, la demanda, la asequibilidad y el acceso.
- La migración del campo a la ciudad sigue generando propiedades vacías en pueblos despoblados y hacinamiento en las ciudades.
- Aunque la vivienda se ha convertido en un tema político candente, las soluciones deben volver a centrarse en el valor y los resultados, no solo en la cantidad y la producción.
Cada semana, las noticias presentan contradicciones una tras otra: en un artículo se lamenta que la vivienda sea inalcanzable, mientras que en el siguiente, un pueblo vende casas por solo un euro.
La paradoja de los titulares es, en el mejor de los casos, superficial, y la crisis global de vivienda no puede atribuirse simplemente a una falta de viviendas. El problema, más bien, es que las viviendas existentes no están bien ubicadas, tienen precios inaccesibles para quienes más las necesitan o no se adaptan al modo de vida actual.
Lo que enfrentamos puede no ser una escasez global de viviendas, sino, en realidad, una descoordinación global en el acceso a la vivienda.
Descoordinación entre oferta y demanda
En muchos países de altos ingresos, la cantidad de viviendas construidas ha seguido el ritmo —y en algunos casos incluso ha superado— el crecimiento de la población. Pensemos en Estados Unidos, donde los datos del censo muestran un excedente de millones de habitaciones vacías a nivel nacional.
Sin embargo, cientos de miles de estadounidenses están sin hogar, viviendo en refugios, autos o en la calle. En lugar de enfocarse en la cantidad de viviendas construidas, hay que mirar dónde están ubicadas, cuánto cuestan y, en última instancia, a quiénes son realmente accesibles.
Los cambios demográficos introducen complejidad e incertidumbre en los sistemas habitacionales. Muchas personas mayores siguen ocupando grandes casas familiares mucho después de que sus hijos se han ido. Aunque reducir el tamaño parece lógico, las unidades más pequeñas y bien ubicadas suelen ser igual o incluso más caras. El resultado es un sistema que mantiene a algunas personas atrapadas en viviendas que ya no necesitan, mientras deja afuera a otras que sí las necesitan.
Un patrón global de distorsión
Este patrón de subutilización, estancamiento y exclusión en el acceso a la vivienda no es exclusivo del sistema estadounidense. De hecho, la crisis en la distribución de la vivienda se está desarrollando a escala global:
- Japón tiene más de 9 millones de viviendas vacías, en su mayoría en zonas rurales o en pueblos en declive, mientras que la demanda de vivienda aumenta en las áreas urbanas.
- Italia está vendiendo casas por tan solo un euro e incluso ofrece hasta 100.000 euros por hogar para ayudar a cubrir gastos de vivienda, con el objetivo de atraer residentes a pueblos despoblados.
- México vivió un auge inmobiliario en los años 2000, durante el cual se construyeron millones de viviendas en las periferias urbanas. Muchas de estas casas hoy están abandonadas, ya que los residentes potenciales las consideraron demasiado alejadas de empleos, escuelas y servicios esenciales.
- En muchas ciudades del África subsahariana, la rápida migración del campo a la ciudad se ha acelerado porque la vivienda rural ofrece un acceso limitado a oportunidades económicas. El resultado: asentamientos informales saturados, aumento del valor del suelo urbano e infraestructuras bajo presión.
Por qué los políticos se enfocan en los números
A nivel global, la vivienda se ha convertido en un punto de tensión política importante, y figura entre los temas que más influyen en las elecciones. Los políticos responden a la presión pública con promesas ambiciosas y llamativas, como los compromisos de construir un millón de viviendas por año que se han visto en Filipinas y en Nigeria.
Si bien estas cifras, fáciles de comunicar, ayudan a transmitir una sensación de urgencia y escala, también ocultan el problema central: una descoordinación entre lo que se construye y lo que la gente realmente necesita.
Muchos programas de vivienda a gran escala fracasan no por la calidad de la construcción, sino porque priorizan terrenos baratos por sobre ubicaciones bien conectadas, construyendo viviendas lejos de empleos, transporte y servicios. Las decisiones se guían por el costo del terreno, no por la calidad de vida.
Hoy, la vivienda se ubica entre las principales preocupaciones económicas de muchas familias e incluso ha superado a prioridades tradicionales de los votantes, como la inflación o el empleo. Sin embargo, si las nuevas viviendas son inaccesibles, inasequibles o no se adaptan a la vida cotidiana, los ciudadanos no sentirán ningún beneficio, sin importar cuántas unidades se entreguen.
Como admitió con franqueza un funcionario de vivienda del sudeste asiático: “Nuestros objetivos son cuantitativos, no cualitativos”. Ese enfoque debe cambiar.
Repensar el “déficit habitacional” global
A menudo se escucha que el mundo necesita construir 96.000 viviendas nuevas por día para satisfacer la demanda. En realidad, esa cifra oculta más de lo que explica.
Si bien millones de personas viven sin una vivienda adecuada, muchas no están sin techo: viven en condiciones de hacinamiento, inseguridad o precariedad. El problema es tanto cualitativo como cuantitativo. No se trata solo de construir más viviendas, sino de que estén mejor ubicadas, construidas y adaptadas a las realidades actuales.
El debate sobre la vivienda necesita un nuevo enfoque. No faltan viviendas, lo que faltan son viviendas en los lugares adecuados.
”La verdadera limitación es el terreno, no los ladrillos
Cuando se trata de vivienda, no existe una panacea ni una tecnología mágica de construcción que permita reducir los costos. El verdadero cuello de botella no son los ladrillos ni el cemento, sino el acceso a terreno bien ubicado y asequible. Un informe de McKinsey encontró que, en muchas ciudades, el terreno representa la mayor parte del costo de la vivienda.
Por eso, aumentar la oferta no necesariamente reduce los precios: muchas veces seguimos construyendo en los lugares equivocados.
Las soluciones requieren mejores sistemas, no solo más edificios
Resolver la descoordinación habitacional requiere pasar de la cantidad al valor, y de los resultados medibles a los impactos reales. Esto implica:
- Reformar las normas de uso del suelo para permitir proyectos de densificación moderada, desarrollo de usos mixtos y reutilización de terrenos en barrios bien conectados.
- Facilitar el acceso a terrenos bien ubicados para desarrolladores de vivienda asequible, mediante alianzas público-privadas, bancos de tierras, suelo municipal y otros incentivos.
- Mejorar los asentamientos informales, lo cual suele ser más accesible y equitativo que reubicar a sus habitantes.
- Ampliar el acceso a microfinanzas para vivienda, permitiendo que pequeños propietarios y autoconstructores mejoren sus hogares e incorporen unidades de alquiler asequible de forma progresiva.
- Incentivar la reducción de tamaño y la reconversión de espacios subutilizados, especialmente en sociedades envejecidas.
- Coordinar los nuevos desarrollos habitacionales con el transporte, las escuelas y los servicios públicos para crear barrios prósperos y conectados.
Una nueva narrativa para la vivienda global
El debate sobre la vivienda necesita un nuevo enfoque. No faltan viviendas, lo que faltan son viviendas en los lugares adecuados.
Si seguimos persiguiendo metas de cantidad sin abordar las ineficiencias de fondo, seguiremos viendo casas a un euro en un pueblo y departamentos de un millón de dólares en otro.
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