¿Por qué la enfermedad COVID-19 nos hace perder el olfato y el gusto?
El Reino Unido es el epicentro europeo de la pandemia. Image: REUTERS/Simon Dawson - RC2DMG9F3UTB
José Antonio López Escamez
Profesor Contratado Doctor Otorrinolaringologia del Departamento de Cirugía y sus Especialidades, Universidad de GranadaQuien haya perdido el olfato en las ultimas semanas debe saber que es posible que haya tenido una infección oculta por el virus que produce la enfermedad Covid-19 y aún no lo sepa.
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Los síntomas más populares de la COVID-19 son la fatiga, la congestión nasal y la tos, con el inconveniente de que no permiten distinguirla de un resfriado común o una gripe. Sin embargo, la infección por el virus SARS-CoV-2 también produce en muchas personas una perdida de olfato (anosmia) y del gusto (disgeusia), que muchas veces pasan desapercibidos para el paciente y también para muchos médicos. Muchas personas ignoran que la anosmia suele ser unos de los síntomas iniciales y, por lo tanto, puede ayudar mucho a la identificación de personas portadoras del virus en fase iniciales de la enfermedad.
La anosmia, y también las alteraciones del gusto, se han descrito tanto en pacientes graves hospitalizados por COVID-19 en Italia, como en pacientes con síntomas leves que no necesitaron hospitalización en Estados Unidos. Ahora sabemos que en torno al 70% de las personas que son infectadas por el virus presentan anosmia o disgeusia, aunque solo tengan una infección leve. Por tanto, en la situación de pandemia actual, una persona con fatiga, tos y perdida de olfato es sospechosa de tener una infección por COVID-19.
Para entenderlo hace falta conocer la forma en que el virus se cuela en nuestras células, y también cuales son sus puertas de entrada favoritas en el cuerpo humano.
El virus SARS-CoV-2 utiliza básicamente dos proteínas de la superficie de las células para entrar en ellas: ACE2 (Angiotensin converting enzyme II) y TMPRSS2 (transmembrane serine protease 2). La proteína ACE2 es el receptor para una hormona llamada Angiotensina 2, que entre otras cosas regula la presión arterial.
Por su parte, el virus cuenta con una proteína clave en su superficie llamada proteina S (spike). Funciona como una llave que puede unirse a la proteína ACE2, el receptor o “cerradura”. En ese momento entra en acción la proteasa TMPRSS2, una enzima que corta la proteína S en dos fragmentos, S1 y S2, lo que permite la incursión del virus mediante un proceso conocido como endocitosis. Una vez que el virus entra en las células forma una cubierta con la membrana celular como si fuese un escudo que la sujeta, “agarrándose” a los receptores ACE2. Y así tiene vía libre para invadirnos.
El techo de las fosas nasales está tapizado de epitelio olfatorio, un tejido formado por 3 tipos de células: células basales, neuronas sensitivas olfatorias (que sobreviven entre 30 y 60 días) y células de soporte. Lo que ocurre con SARS-CoV-2 es que tiene una especial facilidad para meterse en las entrañas de estas células.
Analizando la expresión de los genes de estas células, los científicos han descubierto que las células de soporte presentan una elevada expresión de los genes ACE2 y TMPRSS2, según adelanta un estudio reciente que se encuentra en revisión. Aunque es necesario validar estos resultados para confirmar la localización de estas proteínas en la membrana de las células de soporte, cabe sospechar que el SARS-CoV-2 infecta las células de soporte del epitelio olfatorio utilizando las proteínas ACE2 y TMPRSS2 como puerta de entrada. De esta forma, produce un daño en las células de soporte que, posteriormente, afectaría a las neuronas sensitivas olfatorias.
El sentido del gusto es otra víctima. La sensación que nos permite distinguir los sabores al comer se encuentra en unas estructuras de la lengua, las papilas linguales. Estas papilas tienen unos receptores denominados yemas gustativas formadas por 3 tipos de células: células receptoras gustativas, células de soporte y células precursoras o basales. Aunque no se conoce aún el nivel expresión de las proteínas ACE2 y TMPRSS2 en las papilas linguales, es probable que el virus infecte en las yemas gustativas de la misma forma que lo hace en la nariz.
La buena noticia es que es posible recuperar tanto el sentido del olfato como el sentido del gusto. De que así sea se ocupan en la nariz las células basales, que son las encargadas de volver a formar las neuronas sensitivas olfatorias. En este proceso se tardarían unos 60 días, por lo que, una vez superada la enfermedad, la mayoría de los pacientes deberían de recuperar el olfato en un plazo máximo de 2 meses.
En cuanto a las células receptoras gustativas, se regeneran a partir de las células precursoras cada 10-14 días. Por tanto es previsible que el gusto se recupere antes que el olfato.
Lo que está claro es que, en la situación epidemiológica actual, la anosmia y la disgeusia de reciente comienzo deben ser considerados como síntomas de alerta temprana, incluso en ausencia de otros síntomas respiratorios, para identificar nuevos casos de infección por SARS-CoV-2.
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