Salud y sistemas de salud

Cómo logró Alemania contener al coronavirus

Mantén la distancia.

Mantén la distancia. Image: REUTERS/Wolfgang Rattay

Jens Spahn
Member of Parliament, Federal Assembly of Germany (Bundestag)
  • El Ministro Federal de Sanidad de Alemania examina el enfoque del país ante la pandemia de coronavirus.
  • Desde su sistema de salud hasta la tecnología, hay 3 razones claves para su manejo relativamente exitoso hasta ahora.
  • Otros países también podrían aprender de su compromiso con la construcción de la confianza pública.

En comparación con muchos otros países, Alemania ha gestionado bien la crisis de COVID-19, gracias a su sistema de salud debidamente financiado, su ventaja tecnológica y su liderazgo decisivo. Pero más allá de cualquier característica única del sistema alemán hay algo que todos los países pueden replicar: un fuerte compromiso con el fomento de la confianza pública.

Muchos presentan a Alemania como un ejemplo de buen manejo de la pandemia de COVID‑19. Logramos evitar que nuestro sistema sanitario se viera desbordado; el aplanamiento de la curva de contagios es evidente; y la proporción de casos graves y muertes en Alemania es menor que en muchos otros países. Pero antes que confiarnos demasiado, eso nos da motivos para la humildad.

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Veo tres razones por las que Alemania está atravesando esta crisis relativamente bien, por ahora. En primer lugar, la crisis encontró al sistema sanitario en buenas condiciones, y todos han tenido acceso pleno a atención médica. No es mérito exclusivo del gobierno actual, ya que es un sistema construido a lo largo de muchos gobiernos. La disponibilidad de una excelente red de médicos de cabecera para tratar los casos de COVID‑19 más benignos permitió a los hospitales concentrarse en los enfermos más graves.

En segundo lugar, Alemania no fue el primer país afectado por el virus, y eso le dio tiempo para prepararse. Aunque siempre hemos mantenido una cantidad relativamente grande de plazas hospitalarias disponibles (en particular en unidades de cuidado intensivo), también nos tomamos la amenaza de la COVID‑19 en serio desde el principio, y aumentamos la capacidad de las salas de cuidado intensivo desde 12 000 camas hasta 40 000 en muy poco tiempo.

En tercer lugar, en Alemania hay muchos laboratorios capaces de hacer testeos del virus y muchos investigadores prestigiosos en el tema; tal vez eso explique por qué el primer test rápido de COVID‑19 se desarrolló aquí. Con una población de unos 83 millones de personas, podemos hacer hasta un millón de test diagnósticos por día, y pronto tendremos capacidad para hacer unos cinco millones de pruebas serológicas al mes. El testeo a gran escala es como encender una linterna en la oscuridad; sin ella sólo se ven matices de gris, pero con ella se ven los detalles en forma clara e inmediata. Y en un brote contagioso, no se puede controlar lo que no se ve.

Como ministro federal de salud de Alemania soy consciente de que lo que vemos hoy es sólo la fotografía del momento. Nadie puede predecir a ciencia cierta cómo se desarrollará la pandemia en las próximas semanas o meses. No hemos impuesto un toque de queda nacional, pero hemos pedido a la ciudadanía que se quede voluntariamente en casa. Como muchos otros países, hemos vivido dos meses bajo severas restricciones a la vida pública y privada. Por lo que sabemos, estas medidas han sido necesarias y eficaces.

Pero no es posible pasar por alto las consecuencias del cierre de actividades, y por eso estamos tratando de regresar gradualmente a la normalidad. El problema es que reducir las medidas de protección puede ser tan difícil como introducirlas en primer lugar. Más allá de todas las incertidumbres con que nos manejamos, el peligro que supone una segunda ola epidémica es indudable. Por eso no bajamos la guardia.

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Sólo el tiempo dirá si tomamos las decisiones correctas, así que por ahora prefiero no tratar de extraer enseñanzas de la crisis. Pero aun así algunas cosas me parecen claras.

En primer lugar, es crucial que los gobiernos digan a la población no sólo lo que saben, sino también lo que ignoran. Es el único modo de crear la confianza necesaria para combatir un virus letal en una sociedad democrática. Ninguna democracia puede cambiar las conductas de sus ciudadanos a la fuerza; al menos, no sin incurrir en grandes costos. Para implementar una respuesta colectiva coordinada, la transparencia y la información precisa son mucho más eficaces que la coerción.

En Alemania fuimos capaces de frenar la propagación del virus gracias a la voluntad de cooperar de la inmensa mayoría de la ciudadanía, basada en un sentido de responsabilidad hacia uno mismo y hacia los demás. Pero para conservar lo logrado, a la presentación oportuna de información sobre el virus hay que complementarla con un debate público y abierto y con una hoja de ruta hacia la recuperación.

En segundo lugar, además de informar a la población, los gobiernos deben mostrar que esperan que los ciudadanos entiendan la situación y lo que ella demanda. Por estar informada, la ciudadanía alemana sabe que no es posible un regreso a la normalidad mientras no exista una vacuna. Nuestra fórmula para la nueva rutina diaria es buscar tanta normalidad como sea posible con tanta protección como sea necesaria.

Mientras las decisiones que tomemos respecto de dónde y cómo flexibilizar restricciones se correspondan con criterios claros y razonables, confiamos en que la ciudadanía alemana les dará su apoyo. Nuestras decisiones deben basarse en la evidencia y poner el acento en reducir el riesgo de contagio. Sabemos que el distanciamiento social es la medida de protección más eficaz: una distancia de al menos un metro y medio entre personas reduce considerablemente ese riesgo. Y con el cumplimiento de medidas básicas de higiene se reduce todavía más. Los riesgos que queden se pueden manejar de diversas maneras según la situación.

En tercer lugar, la pandemia mostró por qué un mundo interconectado necesita mecanismos de gestión de crisis de nivel global. Lamentablemente, estos últimos años la cooperación multilateral se ha vuelto más difícil, incluso entre aliados estrechos. Ahora que vemos cuánto nos necesitamos, la crisis actual debe obrar como llamado de atención. Ningún país puede manejar una pandemia separado de los demás. Necesitamos coordinación internacional, y si las instituciones creadas para ello no funcionan lo bastante bien, debemos trabajar juntos para mejorarlas.

En cuarto lugar, los europeos debemos reconsiderar nuestro modo de encarar la globalización, y reconocer la importancia crucial de producir bienes esenciales (por ejemplo equipos médicos) dentro de la Unión Europea. Tenemos que diversificar las cadenas de suministro para no ser totalmente dependientes de un único país o región. Pero repensar la globalización no implica reducir la cooperación internacional. Por el contrario, iniciativas conjuntas de los estados miembros de la UE ya están generando avances hacia el desarrollo de una vacuna. Una vez descubierta, la prudencia dicta que se produzca en Europa, más allá de ponerla a disposición de todo el mundo.

Como la mayoría de las crisis, esta ofrece oportunidades. Sacó lo mejor de cada uno de nosotros en muchos ámbitos: un nuevo sentido de comunidad, más voluntad de ayudar y una flexibilidad y creatividad renovada. Es indudable que las consecuencias de la pandemia a mediano plazo serán duras. Pero a pesar de todas las dificultades e incertidumbres que nos aguardan, sigo siendo optimista. En Alemania y en otros lugares, somos testigos de lo que son capaces de hacer las democracias liberales y las ciudadanías.

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