Cómo la diplomacia científica podría ayudar a construir la inmunidad colectiva
Un científico investiga una vacuna para el nuevo coronavirus (COVID-19) en los laboratorios de la compañía de medicamentos ARN Arcturus Therapeutics en San Diego, California, EE.UU., el 17 de marzo de 2020. Image: REUTERS/Bing Guan - RC20MF9UVF1Z
- En el mundo post-Covid-19 tenemos la opción de reconstruir las instituciones del pasado o reimaginar un nuevo sistema multilateral centrado en la ciencia, la tecnología, la salud y el medio ambiente.
- La cooperación internacional y la solidaridad nos protegerán mejor que los muros y las decisiones unilaterales.
- Necesitamos una nueva generación de líderes que construyan puentes entre la ciencia y la diplomacia para abordar los desafíos globales.
Para evitar la próxima pandemia, debemos llevar la ciencia y la salud al centro de las agendas de política exterior, superar las tensiones políticas y reimaginar el sistema multilateral.
¿Qué está haciendo el Foro Económico Mundial en relación con el brote de coronavirus?
En 1987, una colaboración inédita entre ciencia y diplomacia llevó a prohibir la producción de una sustancia invisible que provocaba un agujero invisible en una capa invisible que dejaba pasar radiación nociva invisible hacia a la Tierra. El Protocolo de Montreal unió a todas las naciones para eliminar los productos químicos utilizados en coches, neveras, aires acondicionados -las comodidades de la vida moderna- y reemplazarlos por sustitutos respetuosos con el medio ambiente. En 2018, la NASA confirmó que capa de ozono estaba en camino de recuperarse por completo, convirtiéndose en uno de los acuerdos diplomáticos más exitosos de la historia.
Tres décadas después, nuestro estilo de vida se ve amenazado por otro enemigo invisible. Pero esta vez, la cooperación entre gobiernos e instituciones internacionales está en su punto más bajo, con la mayoría de países respondiendo a la pandemia con acciones unilaterales, reacciones xenófobas y metáforas bélicas. Pero los desafíos transnacionales como el cambio climático o las pandemias son inmunes al llamado ‘poder duro’. Nuestras mejores armas contra estas amenazas son la ciencia y la cooperación internacional.
El idioma universal de la ciencia se ha utilizado a lo largo de la historia para construir puentes y disipar tensiones políticas entre naciones. Centrados en la evidencia, los científicos establecen colaboraciones con sus colegas en cualquier país del mundo, incluso cuando sus gobiernos no se llevan bien. Estas redes internacionales pueden ayudar a abordar los desafíos transfronterizos y restablecer la confianza y las relaciones de beneficio mutuo cuando las relaciones diplomáticas se tensan.
Por ejemplo, tras la Segunda Guerra Mundial, el Laboratorio Europeo de Investigación Nuclear (CERN) facilitó los primeros contactos de posguerra entre físicos alemanes e israelíes. Durante la Guerra Fría, la cooperación espacial construyó relaciones en órbita entre astronautas estadounidenses y soviéticos que no eran posibles en la Tierra. El Tratado Antártico de 1959, un hito de la diplomacia para la protección del medio ambiente, dedicó el último continente inexplorado a la ciencia y la paz. En 2015, la cooperación científica sostenida entre los Estados Unidos y Cuba allanó el camino para la reapertura de las relaciones diplomáticas entre los dos países después de casi seis décadas de tensiones. Hoy, el acelerador de partículas SESAME en Jordania reúne a enemigos del Medio Oriente para romper átomos (y barreras).
La pandemia del coronavirus ha puesto en evidencia el papel clave de la ciencia y la salud para entender y abordar desafíos transfronterizos. Pero para la mayoría de los países, la salud global no es una prioridad. Almacenamos armas, tanques, torpedos y misiles para estar preparados para la guerra, con la esperanza de nunca tener que usarlos, a pesar de que una pandemia es mucho más probable (y mucho más barata de prevenir).
Esta crisis ha puesto de manifiesto la falta de liderazgo global. Los brotes anteriores de SARS, H1N1, MERS y Ébola fueron contenidos a través de una rápida acción multilateral. Pero, a medida que se propaga el coronavirus, las divisiones políticas solo se están agravando. El Consejo de Seguridad de la ONU y el G7 no logran acordar declaraciones conjuntas, y solo después de que los casos de Covid-19 aumentaran a más de medio millón en 198 países y territorios, el G20 se comprometió a fortalecer la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El Reglamento Sanitario Internacional de 2005 obliga a todos los países a desarrollar capacidades para prevenir, detectar, informar y responder a emergencias de salud pública, pero muchos no han tenido los recursos para implementarlo. Sumado al endurecimiento de las sanciones internacionales contra países como Irán o Venezuela, la logística necesaria para asegurar atención y suministros médicos se vuelve prácticamente imposible. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha llamado a un alto el fuego global y a la revocación de todas las sanciones en apoyo de "la batalla más grande contra el invisible enemigo común que amenaza a toda la humanidad".
No estamos hablando de que la cooperación científica y sanitaria deba tener objetivos políticos. Si bien las intervenciones globales en salud pueden ser un puente para la resolución de conflictos, no necesariamente conducen a una paz duradera, ya que las hostilidades a menudo se reanudan después de la crisis. Pero solo dejando la política a un lado lograremos no dejar a nadie atrás. Así fue como una campaña dirigida por la OMS para vacunar a toda la población mundial logró erradicar la viruela. Si una sola nación hubiera decidido no vacunar a su población, habría puesto en peligro al mundo entero. Eso es lo que hace a un cordón sanitario tan fuerte como su eslabón más débil: si el mundo permite que el virus se propague en cualquier lugar, será una amenaza para toda la humanidad.
La revista científica Nature ha instado a los gobiernos y sus asesores científicos a abogar por un enfoque colectivo y transparente en la lucha contra la Covid-19. Pero la mayoría de los países carecen de sistemas de asesoramiento científico. Estas estructuras pueden tomar varias formas en función del país y del sistema de gobierno, pero son clave para anticipar riesgos y asegurar que la evidencia científica sea la que informe las políticas públicas.
Afortunadamente, cada vez más países reconocen la necesidad de integrar ciencia, tecnología e innovación en sus agendas de política exterior. El Ministerio de Relaciones Exteriores suizo lanzó recientemente una fundación público-privada para anticipar y mediar conflictos a través de la cooperación científica. Francia y Dinamarca han nombrado embajadores a los enclaves de la industria tecnológica como Silicon Valley, marcando una nueva era para la diplomacia digital. Chile y Sudáfrica aprovechan su posición estratégica en astronomía para reforzar su posición global a través de la cooperación espacial. Existen muchas más iniciativas actualmente en desarrollo buscando mejorar la interfaz ciencia-política a nivel nacional, regional, municipal y multilateral.
Una de las formas más efectivas para impulsar la diplomacia científica y tecnológica es capacitar a la próxima generación de líderes para enfrentar los desafíos y las oportunidades de la cuarta revolución industrial para maximizar los beneficios para todos y minimizar las amenazas comunes. Por ejemplo, las comunidades de Jóvenes Científicos y Jóvenes Líderes Globales del Foro Económico Mundial trabajan juntas para la gestión colectiva de los bienes públicos mundiales, incluyendo los océanos, la sanidad o la gobernanza de internet. Asimismo, la Academia Joven Global identifica, conecta y nutre a investigadores jóvenes comprometidos con la ciencia al servicio de la sociedad, como lo demuestra su reciente declaración sobre COVID-19. Este tipo de iniciativas generan redes de expertos y la confianza necesarias para activar rápidamente las colaboraciones internacionales cuando llega una crisis.
Estamos inmersos en tiempo real en el mayor experimento de comunicación científica de la historia. Los científicos son más visibles y están mejor valorados por los políticos y por el público que nunca. Términos de biología molecular como ADN, ARN o reacción en cadena de la polimerasa (PCR) se han popularizado, conceptos matemáticos de crecimiento lineal, exponencial y logarítmico se explican en televisión en horario de máxima audiencia y conceptos de salud pública y epidemiología como #AplanaLaCurva, #DistanciaSocial, o #LavateLasManos se han convertido en ‘trending topics” de la noche a la mañana.
Tenemos una oportunidad de oro para involucrar a los científicos en la esfera pública y promover los valores de la ciencia como la apertura, la transparencia y colaboración internacional como nuestra mejor estrategia de inmunidad colectiva. Una masa crítica de líderes capaces de unir ciencia y diplomacia ayudará a derribar nuestras divisiones artificiales y fomentar la cooperación necesaria para "inmunizar" a nuestra sociedad global contra los problemas de hoy y las catástrofes prevenibles del mañana.
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