Economía Circular

Los tres mordiscos de la obsolescencia programada al medioambiente

A man using a smartphone walks past an electronic shop's wall decorated with old cell phones which its owner Watanabe Masanao had collected over 20 years is pictured in Tokyo, Japan July 5, 2017. REUTERS/Kim Kyung-Hoon     TPX IMAGES OF THE DAY - RC15ACF4F070

Image: REUTERS/Kim Kyung-Hoon

Pablo G. Bejarano

El diseño pensado para acortar la vida útil de los productos genera más residuos electrónicos, pero también mayores emisiones debido a que aumenta la extracción de materiales y la actividad de las fábricas.

Un smartphone apenas contamina por sí mismo durante su vida útil. Su consumo energético a lo largo del año es anecdótico. El problema está en el antes y el después. Dos procesos que se repiten intensivamente debido a la obsolescencia programada, normalizada en la industria electrónica. Y con su repetición se dispara el consumo energético y la basura electrónica.

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Al 27,4% de los usuarios les dura menos de seis meses el móvil, otro 24% lo mantiene entre seis meses y un año, mientras que solo un 9,2% aguantaban su terminal tres años o más. Estos datos se encuentran dentro del paper The Environmental Consequences in a Process of Planned Obsolescence of Mobile Phones, publicado en el American Journal of Engineering Research.

Tenemos muchos ejemplos de productos que parecen diseñados de forma que duran mucho menos de lo que deberían”, señala Jean-Pierre Schweitzer, especialista en Economía Circular y Política de Producto del European Environmental Bureau (EEB). Pone el ejemplo del fabricante de altavoces inteligentes Sonos, a quien las quejas de los consumidores obligaron a rectificar su anuncio de que los productos antiguos no recibirían actualizaciones de software. La propia Apple tendrá que pagar 500 millones de dólares para saldar las demandas que acusan a la compañía de empeorar deliberadamente el rendimiento de los iPhones antiguos mediante actualización de software.

“Algunos fabricantes se defienden con el argumento de que hay que comprar productos nuevos porque consumen menos energía, menos materias primas y, también, porque hay que renovarse”, comenta Alicia García-Franco, directora general de la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje. Existen productos, señalados en el Real Decreto sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, que no deben tener una segunda vida, porque “es más contaminante usarlos que comprar un producto nuevo”, añade García-Franco, haciendo hincapié en que son solo unos pocos, como las pantallas de rayos catódicos de los viejos televisores o las neveras que generan gases de efecto invernadero.

Basura

El problema más visible que provoca la obsolescencia programada al medio ambiente es la basura electrónica. Cuanto menos dura la vida útil de un producto más unidades del mismo se desechan. “No es el mayor flujo de basura por volumen, no es tan grande como los envases, por ejemplo. Pero tiene un impacto medioambiental importante, debido a los metales y los elementos químicos que contienen los productos electrónicos”, explica Schweitzer. En un informe de la ONU se calculaba en 50 millones de toneladas los residuos electrónicos generados en un año. De ellos solo el 20% se recicla adecuadamente. El resto se esparce en los campos y grandes vertederos, como los que mantienen algunos países del Golfo de Guinea.

Recursos

El segundo problema que genera la obsolescencia programada se puede encontrar en la extracción de los materiales. Los dispositivos electrónicos necesitan una gran variedad de materias primas que se extraen de las minas, incluso emplean cantidades menores de metales preciosos, como oro, paladio y plata. Para hacerse una idea de la huella medioambiental que esto supone, extraer una tonelada de oro genera alrededor de 10.000 toneladas de CO2.

Schweitzer pone a las baterías de ion-litio como ejemplo arquetípico: "En muchos casos las compañías que usan el litio y el cobalto para baterías no los extraen ellas mismas. Los compran a subsidiarias o directamente en las minas. Y en estas minas los estándares sociales y medioambientales son muy inferiores a los de Europa. En algunos casos extremos, están a nivel de esclavismo o en zonas de conflicto”. Y la batería es un componente clave. “En los AirPods de Apple no puedes sustituir la batería sin destruir los auriculares. Así que cuando la batería se deteriora hay que tirar el producto”, apunta este experto.

Energía

Un tercer impacto que asesta la obsolescencia programada al medio ambiente es el consumo energético de la producción. Schweitzer afirma que la filosofía de la obsolescencia programada afecta a cada parte de la cadena de suministro de un producto electrónico, pero puntualiza: “En los pequeños dispositivos, como portátiles, smartphones, tabletas, libros electrónicos, el mayor impacto medioambiental está en la producción”. Así ocurre a no ser que el producto sean grandes electrodomésticos, como una lavadora, que consumen mucha energía durante su vida útil. Aquí hay que tener en cuenta la huella de fabricar cada componente, transportarlos hasta la fábrica y ensamblarlos. Una estimación de la Universidad McMaster, de Canadá, asociaba el 85% del consumo energético de un smartphone a su proceso de producción, incluyendo también la extracción de materiales.

Un cambio necesario en el diseño de producto

La solución a esta espiral de producción, consumo y residuos pasa por un cambio en la filosofía del diseño industrial. García-Franco, de la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER), enarbola el concepto de ecodiseño. Se basa en alargar la vida útil de un producto y facilitar su reparación.

“La Comisión Europea ha puesto el foco en obligar a los fabricantes a diseñar los productos para que sean fácilmente reparables y fácilmente reciclables”, señala García-Franco. El objetivo es que sea posible una reparación por piezas. Pero también que esto sea sencillo para los técnicos. “Si tú haces muy complejo el desmontar un aparato, la reparación te va a costar más dinero, porque el técnico va a tardar una hora en desmontarlo”, añade la directora de la FER.

Schweitzer, del EEB, coincide con esta filosofía. Su entidad, una red de ONGs que opera como lobby en las instituciones europeas, ha llevado a cabo la iniciativa Right and Repair Campaing con el fin de facilitar las reparación de productos. “Antes la normativa europea se centraba más en el reciclaje y la basura. Ahora habrá un mayor foco en el diseño de producto y prestarán más atención al derecho a reparar”, aclara.

El pasado año la Comisión Europea adoptó una regulación que obliga a fabricar piezas sueltas e información para reparar algunos productos, como lavadoras, lavavajillas, neveras o televisores. El siguiente paso llega con el Circular Economy Action Plan, previsto para su presentación el 11 de marzo, y del que se espera que abarque otros productos, entre ellos los smartphones. Esto significaría que sería más fácil cambiar la pantalla o la batería.

El plan solo será una hoja de ruta. A partir de ahí la Comisión redactará una serie de normativas. Aunque el objetivo que persiguen organizaciones como las que representa EEB es más ambicioso: “Lo que realmente necesitamos es una visión política de cómo reducir el impacto global del consumo de Europa de recursos naturales, que van a nuestros productos. Y este es el gran reto porque de alguna forma cuestiona el modelo económico de crecimiento”, sostiene Schweitzer. Disminuir la producción choca de frente con los principios económicos vigentes. Pero García-Franco advierte: “No tenemos dos planetas. Los recursos son finitos y por mucho que tú recicles nunca llegas al 100%. Siempre hay algún tipo de residuo sobre tu proceso”.

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