La contaminación silenciosa que nos está robando la fertilidad
Image: REUTERS/Carlos Barria
Cada año la calidad y concentración de los espermatozoides por eyaculado masculino se reduce un 1%. Lo dice un metaanálisis sobre más de 100 estudios publicados entre 1934-1996 que alerta de esta disminución acumulativa en poblaciones de varones de diferentes áreas geográficas del planeta. ¿El motivo? Todo apunta al efecto de la exposición a los “disruptores endocrinos”.
El término se usó por primera vez en los años 90 para referirse a todas aquellas sustancias, artificiales o naturales, contaminantes medioambientales, que interfieren en algún aspecto del equilibrio hormonal. Afectan al desarrollo y la función de distintas células, generando riesgos para la salud reproductiva, la función tiroidea, el desarrollo neuronal, el crecimiento y algunos tipos de cáncer dependientes de hormona, entre otros.
A fecha de hoy, los disruptores endocrinos están omnipresentes en nuestro entorno cercano en multitud de productos de uso diario. Eso incluye los plásticos de las botellas y los envases, en los plaguicidas, los cosméticos, los lubricantes industriales, los fungicidas…
Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud alrededor de 800 compuestos son conocidos o sospechosos de interferir con la síntesis hormonal, sus receptores o sus mecanismos de acción. Y podrían ser muchos más, porque de los mas de 100 000 productos químicos presentes en el medioambiente, solo han sido estudiados sus potenciales efectos adversos en una ínfima proporción.
El sistema endocrino lleva a cabo su función mediante la elaboración y secreción de una serie de sustancias llamadas hormonas que, al unirse a receptores en las células dianas, provocan una respuesta. Entre ellos, los que afectan a la capacidad reproductiva y el desarrollo sexual como estrógenos, andrógenos o progestágenos.
Los disruptores endocrinos pueden interferir en este entramado de dos maneras. Bien como “agonistas” de hormonas, que las “suplantan” activando sus receptores. O como “antagonistas”, que bloquean el receptor e impiden que la hormona haga su función.
Una particularidad de los disruptores es que, a veces, “menos es más”. O lo que es lo mismo, su acción puede ser mayor en niveles de exposición bajos que en niveles de exposición altos. Lo que ha venido a llamarse “efecto a baja dosis”.
Si tenemos en cuenta que, además, lo habitual es que humanos y animales se expongan a múltiples compuestos a la vez (“efecto cóctel”), y que su capacidad acumulativa es enorme, el impacto en salud pública y animal es altamente preocupante. Tanto, que la caída de la capacidad reproductiva de poblaciones animales y humanas podría estar al mismo nivel que la amenaza del cambio climático sobre el futuro del planeta.
Y no solo eso. El sistema hormonal también participa activamente en la regulación metabólica de grasas, hidratos de carbono y proteínas. Por tanto, el desequilibrio hormonal causado por exposiciones prenatales a algunos disruptores induce alteraciones metabólicas que se traducen en obesidad, otro de los males de nuestra época. Si a ello añadimos que la acumulación corpórea de los disruptores es fundamentalmente en tejidos grasos, la espiral de obesidad y acumulación se retroalimenta peligrosamente.
Una buena parte de los disruptores interfiere con hormonas implicadas en el desarrollo sexual y la formación de gametos en ambos sexos. Son contaminantes reprotóxicos, muy peligrosos cuando la exposición comienza en periodo prenatal, dado que el desarrollo gonadal y la diferenciación de las células germinales se inicia en mamíferos en la vida embrionaria.
Como avanzamos al principio del texto, en los últimos 50 años la concentración y calidad de los espermatozoides se ha reducido a la mitad. Además, se ha detectado un aumento de las malformaciones en genitales y la prevalencia de cáncer testicular. En mi laboratorio hemos detectado que, a nivel molecular, los disruptores desregulan la expresión de más de 2 000 genes testiculares clave en la formación de gametos funcionales.
Eso sí, la mayor parte de estas investigaciones sobre disruptores se han llevado a cabo en el sexo masculino. Porque es más fácil obtener los espermatozoides y por la tremenda complejidad biológica de la diferenciación de los ovocitos durante el desarrollo femenino. Últimamente hemos empezado a ponerle remedio. Desde nuestro laboratorio y desde otros muchos se han puesto en marcha estudios en modelos animales usando métodos de cultivo in vitro de ovario desde etapas embrionarias del desarrollo.
Otro dato preocupante es que el efecto de ciertos disruptores puede transmitirse transgeneracionalmente. Es decir, que individuos no directamente expuestos pueden manifestar alteraciones trasmitidas epigenéticamente mediante células germinales parentales que habían estado expuestas a los contaminantes.
Todo ello apunta a que necesitamos estudios más profundos, además de una regulación más estricta de estos reprotóxicos, si no queremos dar al traste con nuestra salud reproductiva.
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