Por qué voy a Davos y por qué espero que mis compañeros no se enteren
Un manifestante de Occupy Wall Street en la ciudad de Nueva York, 2012 Image: REUTERS/Brendan McDermid
- La Reunión Anual tiene un historial de tratos entre los activistas y las élites
- Es un foro en el que se pueden decir las verdades a los poderosos
- Es necesaria una incómoda alianza para afrontar nuestros retos existenciales
Cuando recibí la invitación para la Asamblea Anual del Foro Económico Mundial de Davos, mi primera reacción fue de vergüenza ante la idea de que mis compañeros activistas se enterasen.
Asistir a Davos será casi con toda seguridad un suicidio para mi reputación: un síntoma de que he hecho algo mal, de que me he vendido o he cedido.
Y aun así, el impulso activista —haz lo que temes hacer— que me inspiró para ser uno de los creadores de Occupy Wall Street es el mismo que me incita a viajar a Davos.
Después de aceptar la invitación, traté de determinar cómo debería manejarme en esta reunión.
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Los pocos activistas con los que hablé en privado acerca de esta situación plantearon inevitablemente la misma pregunta: ¿qué espero conseguir yendo a Davos? Esta pregunta nace de un profundo escepticismo respecto a que pueda surgir algo positivo de una reunión de las élites y que, tal vez, incluso menos aún de la asistencia de activistas.
Y aun así, investigando el Foro Económico Mundial y la filosofía de su fundador, Klaus Schwab, descubrí una larga historia de incómodos tratos entre los activistas y las élites en Davos.
El Foro Económico Mundial se basa en la convicción de que las mejores decisiones se toman cuando se atiende a los intereses de todas las partes interesadas. En 1971, para explicar este concepto, Schwab escribió: «La empresa es como un organismo que depende de varias arterias. Todas deben cuidarse para que esté siempre “sanas”. Esta es la única manera de que una empresa pueda sobrevivir y crecer.»
Una de esas «arterias» fundamentales era el Estado y la sociedad. Las empresas tenían la obligación de beneficiar al conjunto de la sociedad y a su Gobierno.
Más aún, desde la perspectiva del capitalismo de partes interesadas, la prosperidad de una empresa depende de que contribuya a «mejorar el bienestar público» creando empleo, pagando impuestos y desempeñando el resto de funciones socialmente positivas que esperan las personas externas o potencialmente hostiles a la empresa.
Desde el principio, la Asamblea Anual ha servido como plataforma para que los críticos con el statu quo hablen directamente con las personas más ricas y poderosas del mundo, y existen numerosos ejemplos destacados de ello, empezando en 1974 por Dom Hélder Câmara, un radical seguidor de la Teología de la Liberación y defensor de los pobres. Decir la verdad a los poderosos es, por tanto, la primera táctica que han empleado los activistas en Davos.
La relación entre los activistas y las élites en Davos se transformó tras el discurso de Hillary Clinton en 1998, en el que propugnó que la sociedad civil fuese reconocida como parte interesada clave, al mismo nivel que los gobiernos y la economía.
Un año después apareció el movimiento contra la globalización tras el Carnaval contra el Capital celebrado en Londres y la Batalla de Seattle. Este movimiento apuntó expresamente al Foro Económico Mundial, junto con otras reuniones de las élites. La cultura activista adoptó una nueva táctica: rehuir Davos en favor de una reunión alternativa, el Foro Social Mundial. Esto reflejaba la tendencia de los movimientos a sustituir los liderazgos carismáticos por asambleas orientadas al consenso, ostensiblemente carentes de líderes.
Davos ha sido una plataforma pública para que los activistas digan la verdad a los poderosos y un espacio privado para que se reúnan con las fuerzas oponentes. Pero desde el movimiento antiglobalización, se ha convertido en un espacio incapaz de comunicarse con la ola de movimientos sociales, al tiempo que estos movimientos —más concretamente, la Primavera Árabe y Occupy Wall Street— se establecían como una nueva clase de parte interesada.
Esta incapacidad de hablar entre sí se hizo evidente en la Asamblea Anual de 2012, cuando Occupy Davos montó un campamento de protesta. En respuesta, el Foro Económico Mundial organizó un foro abierto al público en el que incluyó a un miembro de Occupy y a un participante de Davos. El evento terminó en debacle. Más adelante, Schwab expresaría su frustración:
«El problema a veces es que, si miramos a “Occupy Davos”, “Occupy Wall Street” o lo que quiera que sea, vemos un movimiento pero, ¿quiénes son sus representantes significativos?».
La búsqueda de un representante significativo estaba condenada al fracaso en aquel momento, porque lo que hacía especiales a estos movimientos sociales era que movilizaban a partes importantes de la población mundial con memes, no con líderes. La mayoría de los activistas que participaban en Occupy no tenían ni idea de dónde se había originado el meme de la protesta, ni eran expertos en desigualdades de renta, más allá de estar afectados por ellas. Y, a diferencia de los líderes de la sociedad civil, los iniciadores del movimiento no eran capaces de controlar su dirección una vez comenzada la protesta.
Hoy en día, la naturaleza del poder está cambiando al tiempo que los problemas que afronta la humanidad pasan del ámbito político al existencial. Ahora parece que los activistas y las élites se están viendo forzados a una difícil alianza para afrontar los retos globales.
Frente a la inminente emergencia climática, las élites y los activistas necesitan lo mismo: un movimiento social global que libere la energía creativa de la humanidad movilizando enormes cantidades de personas hacia una acción monumental, como plantar 1 000 billones de árboles o reducir las emisiones de carbono a razón de un 7,6 % anual durante una década. Este tipo de colaboración es más fácil de idear que de hacer.
En última instancia, lo que une al Foro Económico Mundial y a los movimientos sociales es un fuerte deseo de cambio. Los momentos de agitación revolucionaria tienen una función de evolución social, que permite a las sociedades avanzar mucho y muy rápidamente. Al mismo tiempo, las élites de Davos son una fuerza que quiere adaptarse a una realidad cambiante.
En nuestro mundo post-político, la diferencia fundamental no está entre ricos y pobres, como creía Aristóteles. Está entre la aceleración del cambio y la resistencia al cambio.
El tema de la reunión de este año es «Partes interesadas para un mundo cohesionado y sostenible». Y yo creo que mi invitación es una oportunidad para que se reconozca a la sociedad incivil, las protestas sociales sin líderes que emergen con mayor tamaño y frecuencia, como parte interesada para crear un mundo sostenible. La sociedad incivil es la cuarta pata de la mesa, por adaptar la metáfora de Clinton.
La colaboración entre las élites y los movimientos sociales será complicada y solo se podrá favorecer con acciones concretas de los gobiernos y las empresas, como una moratoria global de la supresión de los movimientos de protesta por el clima, una renta básica universal para los activistas climáticos o la prohibición legal de la negación del cambio climático. Los activistas también deben desarrollar una nueva táctica que sea apropiada para este momento histórico... y eso será lo que iré a buscar a Davos este año.
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