Las colillas se han convertido en un gran problema medioambiental. Para algunos, es hora de prohibirlas
Image: REUTERS/Stephane Mahe
La industria del tabaco no atraviesa su mejor momento. A su paulatino arrinconamiento por parte de los gobiernos de todo el mundo hay que sumar un agudo descenso del número de fumadores. Ya no se trata de un ejercicio de libre hedonismo, sino de un problema de salud pública. Uno en el que, como no podía ser de otro modo, confluye el otro gran reto de nuestro tiempo: la contaminación. Un grupo de científicos ha publicado una carta abierta pidiendo la prohibición de las colillas, los filtros introducidos por la industria en los cincuenta y el último remanente, la huella visible, que deja todo fumador a su paso.
Propuesta. La misiva, titulada "No más colillas" y publicada en un journal especializado, identifica en los filtros el plástico de un sólo uso más ubicuo y problemático de la humanidad. Las colillas están fabricadas con acetona de celulosa, una variante del plástico no biodegradable que se esparce por las calles y los espacios naturales de medio planeta. De forma significativa, y pese a no tener más uso que el dado por un fumador en un momento dado, los filtros no están incluidos en la prohibición de plásticos de un sólo uso decretada por la Unión Europea para 2021. Los investigadores sugieren extender la limitación también a las colillas.
¿Por qué? Por la escala del planeta. Los cálculos más precisos hablan de más de cinco billones de cigarrillos consumidos anualmente por toda la humanidad, de los cuales la abrumadora mayoría, en torno al 98%, llevan filtro. Sólo en Estados Unidos el volumen supera los 376.000 millones. Aunque acaparen menos titulares que los globos o las bolsas de plástico, las colillas se han convertido en el primer residuo plástico generado por el ser humano. No hay basura más común. Y su impacto es elevado. Veinte colillas equivalen a un volumen de unos 10 mililitros. Un fumador que consuma un paquete diario lanza al suelo 5 litros de filtros al año.
¿Necesarios? La industria introdujo los filtros de acetona a mediados de los cincuenta, en pleno boom de los materiales plásticos y del consumo internacional de cigarrillos. En teoría, debían funcionar como un parapeto frente a las consecuencias negativas del tabaco. En la práctica no ha sido así. Diversos estudios han entrevisto en los filtros un aumento del consumo de nicotina diario, al reducir el volumen de humo inhalado por el fumador, y escasa correlación entre su introducción y una reducción de los casos de cáncer. Hoy son un hábito aceptado por todos los fumadores, pero su función es discutible.
Contaminación. Todo ello a un elevado coste medioambiental. Se sabe que las colillas que terminan en el mar causan una elevada toxicidad entre la fauna acuática, que tienen un elevado componente nocivo cuando son consumidos por animales domésticos o salvajes e incluso por niños (accidentalmente), o que hasta previenen el crecimiento de plantas y otras hierbas cuando son depositados en el suelo. La cantidad de agentes químicos introducidos en cada cigarrillo y nuestra tendencia a lanzarlos a cualquier lugar una vez han sido consumidos han creado un problema no sólo para la salud pública, sino para la fauna y flora.
Menos consumo. Las campañas contra el tabaco se habían centrado en sus efectos en la salud pública, no en los medioambientales. El aumento de impuestos o la limitación de nicotina en cada cigarrillo son ya medidas de uso generalizado por los gobiernos, con éxito. El volumen de fumadores en los países occidentales ha caído durante las últimas décadas, con una especial incidencia entre los jóvenes. Hoy países como España subvencionan medicamentos para dejar de fumar, y otros como India extienden la guerra contra la adicción incluso a los e-cig. La industria lo sabe, por lo que busca otros mercados, como el cannabis.
Esto puede contribuir a que haya menos colillas en el suelo. Pero la siguiente batalla contra el tabaco quizá sea la medioambiental.
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Shyam Bishen
14 de noviembre de 2024