La 'Fast fashion' es hoy por hoy la antítesis de la economía circular, pero Nueva York se propone cambiarlo
Image: REUTERS/Charles Platiau
El mundo de la moda interesadamente ha hecho una tendencia de la "Fast Fashion", esa moda rápida en la cual las prendas rotan rápidamente en las estanterías, se sacan nuevas líneas y diseños incluso dentro de la misma temporada, se hace caja contínuamente, y... se desechan toneladas y toneladas de ropa que marcamos mentalmente como "pasada de moda", y a la cual sin embargo le queda mucha vida útil y de disfrute para el consumidor.
Así, las cifras de poca eficiencia en la utilización de los recursos consumidos por el sector está alcanzando niveles alarmantes. Tanto es así que las propias compañías del sector de la moda son las que se están poniendo manos a la obra, con el propósito de tratar de hacer entrar a toda la industria en la senda de la sostenibilidad socioeconómica. Pero son los consumidores la pieza clave sin los cuales esta prometedora iniciativa no prosperará. La clave del éxito está en usted mismo y en su concienciación.
La Fast Fashion ha apelado a nuestros instintos más innovadores, pero sus efectos se potencian peligrosamente
La pasión por ser innovadores, por estar "a la última", por lo nuevo, por proyectar una imagen moderna... no es una cualidad humana que explote únicamente el sector de la moda. En absoluto. Tres cuartos de lo mismo pasa por ejemplo con la tecnología sin ir más lejos, pero si bien hay algunos máximos exponentes donde destaca más cómo se apela a esta pasión personal, lo cierto es que es algo que subyace en mayor o menor medida en el marketing y en la publicidad de cualquier sector económico que se precie.
Pero dentro de ese concepto propio y de futuro que es la socioeconomía, y del que siempre les hablo tanto, nuestras acciones individuales experimentan un fuerte efecto potenciador cuando se multiplican al agregarse a las mismas acciones tomadas por parte de otros millones de individuos. Es otro efecto del capitalismo más popular, en el que todos somos agentes económicos, con capacidad económica, y también con capacidad de influencia sobre el sistema... con lo que usted compra es como si estuviese introduciendo su voto en la urna económica.
Es de esta manera como usted está votando cada día con sus compras sobre cómo quiere que sea su futuro socioeconómico y las prácticas empresariales que quiere usted que se vayan imponiendo en el mercado, según ya les analizamos en "El poder del dinero en la economía de mercado". También les analizamos en su día los efectos últimos de ello en "La indómita naturaleza del capitalismo popular".
La economía circular es mucho más que simplemente reciclar: maximiza la eficiencia socioeconómica y el uso de los recursos
Los lectores más habituales de estas líneas son perfectos conocedores de nuestra honda preocupación por el medioambiente, la sostenibilidad, y otras variables socioeconómicas de primer orden. Pero ello no es óbice para que sigamos teniendo también como variables principales el crecimiento económico y la eficiencia en la utilización de los recursospor parte de los procesos productivos. Este último punto de la eficiencia en los recursos no es precisamente un tema menor ni mucho menos, especialmente dada la creciente escasez que empezamos a sufrir de ciertos recursos, como los hídricos, de los que el textil es otro gran consumidor. Ello por no hablar de otros impactos más directos sobre el medio, como por ejemplo los 1.200 millones de toneladas métricas de emisiones del sector en gases de efecto invernadero, una parte de las cuales resulta realmente innecesaria al deberse a la afición de renovar el armario completo cada dos por tres, tirando todo lo anterior.
Es precisamente de la conjunción de ambos tipos de variables en los plazos más largos de donde emerge la economía circular, y lo hace como solución de futuro al cada vez más evidente impacto y deterioro que la actividad humana tiene sobre el conjunto del planeta. Así, ese concepto tan simplista que tienen algunos sectores acerca de la economía circular, resulta que va mucho (mucho) más allá del simple reciclaje o de la reutilización de los residuos. El nuevo concepto más trasgresor que ha traído la economía circular es precisamente que, la sostenibilidad medioambiental deja de ser un mero coste que penaliza la producción, y pasa a ser una manera de conseguir un mayor beneficio económico en muchos sectores si se tienen en cuenta sus principios más fundamentales.
Pero los paralelismos de la industria textil con otras industrias no se limitan estrictamente a los principios más fundacionales de esa economía circular. Hay más similitudes, como por ejemplo el equivalente a aquel "La cultura del ¿Se puede arreglar". Efectivamente, no tiene sentido plantearse un arreglo de ropa vieja como manera masiva de extender su vida útil. Una cosa es llevar la moda al extremo, y otra pretender que todos la ignoremos. Las modas han existido desde la antiguedad, y negarlas sistemáticamente como fuente de bienestar y satisfacción personal sería también un error.
La ropa, además de pasarse de moda, también se desgasta y acaba dando mala imagen, por lo que su "arreglo" en su acepción más conceptual tiene un claro límite. Pero aquí entra en juego más el concepto de "reciclaje de moda" que "reciclaje de ropa". El reciclaje de ropa también es posible (e igualmente aporta sus beneficios), permitiendo utilizar textiles viejos para confeccionar nuevos textiles u otros materiales como una segunda vida.
Pero hoy el tema va de reciclaje de moda, y más concretamente de la moda rápida. Hoy hablamos de prendas de vestir que, aunque ya no suponen la última moda "rabiosa", hay otros consumidores menos "fashion" a los que bien les vale esa prenda, y con la cual ni dan mala imagen, ni acaban de parecer de otra década realmente. Simplemente no van a la última ultimísima, pero es que hay personas para las que eso es (algo) menos importante, o no lo es al menos la mayor parte de los días: otra cosa es cuando quieran salir un poco más arreglados.
La "Fast Fashion" es la obsolescencia programada del sector textil
Hay que reconocer que el sector de la moda es una víctima especialmente propicia para poner de moda (valga la redundancia) el reemplazo compulsivo del armario. Donde hay ya una base de comportamiento humano presente desde hace siglos, resulta fácil acelerar una obsolescencia programada en nuestras propias mentes, por la cual pasamos en seguida a ver con otros ojos prendas que hace tan sólo unos meses nos hacían sentir bien al llevarlas.
Esa obsolescencia psicológica toma pues forma con una mezcla de la ilusión por estrenar, de la afición por comprar, del querer dar buena imagen por ir a la última, y de tantas cosas más que nos influyen a todos (casi) inconscientemente cada vez que desenfundamos la visa en una tienda de moda.
Y no se crean que la obsolecencia programada del sector textil está por ello a salvo de ir todavía a más. Nada más lejos de la realidad. De hecho, la tecnología se está imbricando hasta tal punto en todas las facetas de nuestra vida, que se está dando a luz toda una generación de nuevos tejidos inteligentes que harán cosas por nosotros cosas increíbles ahora mismo. Entre esos tejidos podemos encontrar ya por ejemplo tejidos que es imposible que se manchen. Con esta nueva generación de tejidos tecnológicos, en la que inevitablemente debemos incluir también los avanzados y disruptores tejidos híbridos con "wearables", la obsolescencia tecnológica de los textiles será mucho más que algo meramente de modas psicológicas: será una realidad técnica.
La economía circular es posible también en el sector de la moda, rompiendo el (paradójicamente) círculo vicioso de la "Fast Fashion".
Pero por fortuna, no todo está obsoletamente perdido a la hora de maximizar la eficiencia de la actividad productiva textil. No han sido pocas las veces en la historia moderna que las grandes metrópolis del planeta han sido las primeras en alumbrar poderosas tendencias, que han acabado por imponerse hasta en el último rincón del planeta. Todo lo que usted viste es moda de alguna manera, aunque sea moda que lo fue hace años. Paradójicamente, las firmas de moda saben de esta enorme influencia cosmopolita desde hace décadas, y de hecho un trabajo muy curioso es el de "Coolhunter" de moda.
En este trabajo, que será la envidia de muchos, el profesional en cuestión se pasa la vida viajando por las urbes más influyentes del planeta, con el billete pagado y una bolsa de viaje de varias decenas de miles de Euros. Su trabajo consiste literalmente en ir de compras por los barrios más de moda de ciudades como Nueva York, París, Tokio o Shangai, y llevar de vuelta a su empresa todo aquello que vea por la calle y que le llame la antención por su potencial como tendencia futura. El objetivo de su empleador es ser de los primeros en detectar las nuevas tendencias, y extenderlas por el resto del planeta haciendo negocio con ello.
Pero al igual que esa "Fast Fashion" vio la luz por primera vez en estas urbes que crean tendencia, es ahora cuando estas mismas urbes tratan de hacer la moda rápida sostenible. La idea más originaria provino una vez más de la reputada Fundación Ellen MacArthur, todo un referente en economía circular (de hecho, el mayor y primer referente), que detectó la falla (in)sostenible del sector de la moda, sensibilizó a su entorno de ecosistemas circulares, y ahora ya está activamente divugando y transformando la industria textil para que tome la senda de la sostenilibidad socioeconómica. El gráfico siguiente es de esta misma fundación, y muestra la pavorosa progresión de una "Fast Fashion" que se ha hecho insostenible a sí misma a pasos agigantados: se ha incrementado sensiblemente el número de prendas compradas, a la vez que se ha disminuido el número de veces que se lleva cada una de ellas.
Como informaba el World Economic Forum en su enlace anterior, las estimaciones son que un 73% de los tejidos utilizados para confeccionar prendas de vestir acaban en un vertedero o son quemadas el final de su vida, mientras que sólo un 1% acaba siendo utilizado para confeccionar a su vez nuevas prendas. Todo un desperdicio de recursos, además de un coste de oportunidad perdido con tejidos que no han perdido ni de lejos todo su valor de mercado, y que son desechados sin sentido.
Entre las iniciativas propuestas está el promocionar empresas que produzcan nuevas prendas a partir de materiales renovables y seguros para el medioambiente, incrementar la vida útil de cada prenda, el número de veces que la llevamos, o la reutilización de materiales de prendas viejas para producir a su vez nuevas. Algunos dirán que hace lustros que llevamos viendo ya contenedores de reciclaje de ropa en nuestras calles. Humana y otras compañías del sector de venta de ropa de segunda mano los gestionaban para su propio negocio, y era una actividad no exenta de cierta polémica, pero tampoco había que desprestigiar automáticamente por ello todos los aspectos de su actividad, pues al fin y al cabo, hacian reciclaje textil (aunque a su censurable manera).
Pero lo diferente en esta ocasión es que son algunas de las propias grandes marcas textiles del mundo de la moda las que han decidido involucrarse en la iniciativa, y además lo hacen en la propia e influyente Nueva York. GAP, Banana Republic o la española Zara promocionan el intercambio de prendas entre sus propios clientes y entre los ciudadanos en general, además de facilitar también la reventa o los arreglos de costura. Y apuestan además por hacer la tendencia "mainstream", utilizando su capacidad de influencia en las redes para divulgar y publicitar las experiencias de los usuarios (en redes sociales el hashtag #WearNext es una tendencia al alza).
Además, que algunos líderes del sector apadrinen la tendencia no sólo maximiza la potencialidad de la iniciativa, al multiplicar su alcance entre el gran público, sino que además denota un importante cambio de percepción por parte del propio sector de la moda. Obviamente, estas empresas siguen teniendo su evidente ánimo de lucro, y no van a tirar piedras contra su propio tejado, pero el primer paso para hacer entrar a todo un sector en la senda de la economía circular es lograr que respondan a una sensibilidad social emergente, como es la del alto impacto socioeconómico de la moda rápida. Si las grandes empresas textiles saben explotar adecuadamente la incipiente tendencia, no sólo puede que no les reste negocio, sino que lo multiplique. Efectivamente, la reutilización de ropa y tejidos es un nicho de mercado por explotar a gran escala, y por ejemplo todavía hay muchos millones de personas en el mundo mayormente ajenos al mundo de la moda, que con ello se convertirían en nuevos clientes.
Aunque hay que tener cuidado con no caer tampoco en el integrismo más recalcitrante, no vayamos a acabar yendo todos permanentemente con el mismo patrón de pantalones de pata de elefante durante décadas. Pero es que hoy estamos tratando de marcar las abultadas diferencias entre lo que es llevar ropa con olor a naftalina, y saltar de ahí a renovar compulsivamente el armario cada temporada, fusilando cada fin de estación millones de estilosas prendas textiles que siguen en perfecto estado, y cuyo único pecado cometido es el de haber dejado de aparecer en esas vallas publicitarias que nos desatan nuestro lado de compradores más compulsivos.
Es esperanzador que el ciclo de la "Fast Fashion", perversamente reducido a longitudes de onda artificialmente cortas, con casos de renovación flagrante de armario incluso dentro de una misma temporada, puede estar entrando en una dinámica más sostenible al entrar en el espectro de lo visible (nunca mejor dicho). Y hay que aplaudir la prometedora iniciativa, especialmente cuando viene del propio sector.
Las empresas obviamente no son ONGs, pero cuando ustedes como ciudadanos se conciencian masivamente, responderán sin dudarlo a su sensibilidad, aunque sólo sea para seguir haciendo negocio. No tiene nada de malo hacerlo, de hecho es la base de nuestro progreso socioeconómico, pero debe ser todo lo sostenible que sea posible, social, medioambiental y económicamente. Como en toda ecuación, todas las variables deben ser despejadas. Y recuerden que, en una plutocracia donde el poder es del dinero, una compra es un voto: ejerzan el suyo con responsabilidad.
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Anja Eimer
11 de noviembre de 2024