Las huellas de la basura tecnológica acaban llegando a los habitantes de África
Image: REUTERS/Thomas Mukoya
En el centro de Accra, la capital de Ghana, hay una “llanura desolada donde el cielo de repente es gris y no crece nada”. Es Agbogbloshie, uno de los vertederos ilegales de basura electrónica más grandes del mundo. Y así lo describe Jelena Bosnjakovic, una joven italiana que estuvo allí el pasado julio para realizar un trabajo académico sobre esta forma de contaminación moderna. “Hay personas, incluidos menores, que trabajan allí y queman todo el tiempo la basura para recuperar los materiales valiosos o los objetos que se podrían reutilizar. Viven de eso”, agrega esta recién licenciada.
Ese lugar infernal no es el único así existente en países en vías de desarrollo, tal y como aseguran informes y trabajos periodísticos. La mayoría de los residuos que se acumulan en estas áreas proceden ilegalmente de Estados Unidos, Europa y China. Muchos contienen materiales químicos peligrosos, sacados de las profundidades de la Tierra y utilizados en la fabricación de móviles y otros dispositivos. La contaminación derivada afecta al medio ambiente y a los habitantes de aquellos sitios: esos vertidos pueden dejar huellas en su sangre, según demuestra una serie de estudios científicos publicado en 2017 por investigadores de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria. Los efectos para la salud de estas sustancias, advierten los especialistas consultados, aún están largamente desconocidos.
La pulsante carrera tecnológica global dejó en herencia solo en 2016 45 millones de toneladas métricas de basura electrónica, según el informe Global E-waste Monitor 2017, realizado por la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), el International Telecommunication Union (ITU) y el International Solid Waste Association (ISWA). Lo que equivale al peso de 4.500 torres Eiffel. El documento prevé además para los años que vienen un aumento de estos residuos: en el 2021 se superarán los 50 millones de toneladas métricas, según calculan los autores.
Hay diferencias abismales en la producción de basura electrónica entre las distintas regiones del mundo, según este informe. En 2016, en EE UU y Canadá cada habitante produjo en media unos 20 kg de estos residuos. En Hong Kong (China), de media se produjeron 19 kilográmos por persona. Los habitantes de los Estados miembros de la UE tiraron a la basura 17,7 kilográmos de productos tecnológicos cada uno. Por el otro lado, los 1.200 millones de habitantes del continente africano generaron cada uno en media 1,9 kilogramos de residuos electrónicos.
A principios de 2017, uno de cada tres países no tenía una legislación nacional en materia, según el informe de la UNU. “En muchas regiones de África, América Latina o el sur-este de Asia ni siquiera se reconoce la basura electrónica como tal”, afirma Vanessa Forti, una de las autoras del informe de la UNU.
En la UE sí hay una legislación estricta, explica la investigadora. Todos los países miembros deben establecer puntos de recogida y de procesamiento de los residuos, favorecer el diseño y la producción de aparatos reutilizables y ofrecer datos anuales sobre cuánta basura electrónica se genera y cuánta se recicla. Pero también en este caso queda trabajo por hacer. “Para muchos países es difícil desarrollar plantas eficientes. Reciclar algunos tipos de residuos y recuperar todos los materiales es caro”, explica Forti.
Esta situación hace que incluso en la UE se recicle menos de un 50% de la basura electrónica generada. La brecha se extiende si se consideran los datos a escala mundial. Según la UNU, el paradero de casi un 80% de los residuos electrónicos producidos en todo el mundo en 2016 quedó desconocido o no reportado.
También es un problema de definiciones. El Convenio de Basilea, firmado en 1989 por 186 países establece que existen residuos peligrosos, que no se pueden exportar como un producto comercial. Pero incluye también entre los objetivos principales para conseguir mayor sostenibilidad medioambiental la reutilización de los productos. El informe de la UNU explica que, por eso, en el caso de los residuos electrónicos la distinción entre si algo es basura o un objeto de segunda mano es “un debate de larga data”.
Forti afirma que esta indeterminación favorece tráficos ilegales de residuos electrónicos. “Se exportan bajo la etiqueta de reutilizables productos que en realidad no lo son. Uno de los métodos es hacerlos pasar como donaciones para países en vías de desarrollo, aunque cuando llegan a su destino no son utilizables”, asegura la investigadora. El proyecto de la Unión Europea Countering WEEE Illegal Trade calculó que solo en 2012 se exportaron de la UE de forma indocumentada 1,3 millones de toneladas de productos electrónicos desechados. De ellos, se estima que un 30% eran residuos inutilizables. Así se explica por qué parte de la basura electrónica producida en los países ricos acaba en lugares como Agbogbloshie.
En ese vertedero, donde se acumulan residuos como móviles rotos, pero también aparatos más grandes y otro tipo de basura, “las personas trabajan sin precauciones de ningún tipo”, cuenta Bosnjakovic. Las condiciones de vida son ínfimas, según esta joven. “Hay gente que vive en las neveras abandonadas o en las carrocerías de los coches”, asegura. “Los materiales que salen de estos residuos peligrosos pueden terminar en el suelo. También la tierra, en el sentido físico, está enferma”.
No solo en Agbogbloshie se sufre por esa contaminación. El segundo de los estudios realizados en Canarias, publicado hace un año en Enviromental Pollution, examinó la sangre de 245 individuos recién llegados de 16 países africanos. Luis Alberto Henríquez, el autor principal, asegura que se encontraron muchos elementos químicos procedentes de los residuos tecnológicos. Los individuos con más cantidades de sustancias peligrosas en el cuerpo, agrega, son los que “venían de países importadores de basura electrónica o con más desarrollo industrial”. En otro artículo, publicado en Environment International, se demostró una asociación entre la presencia de estos metales y una mayor tasa de anemia.
El docente asegura que algunos de estos elementos pertenecen al grupo de las “tierras raras”, minerales como el sedium, el samarium o el europium que hasta hace pocos años no se utilizaban y se quedaban en el subsuelo. “A día de hoy no sabemos si son tóxicos para los individuos ni sabemos los niveles a partir de los cuales pueden producir toxicidad”. Argelia Castaño, directora del Centro Nacional de Sanidad Ambiental, confirma que sobre muchos elementos contenidos en los dispositivos electrónicos “realmente se sabe poco” y cree que para conocer qué consecuencias pueden suponer para la salud humana se necesitan estudios de biomonitorización periódicos. “Lo primero que hay que hacer es ver si efectivamente los niveles de contaminantes se están incrementando y en qué poblaciones”, afirma.
En opinión de Henríquez, “si nos pasamos los próximos 20 años quemando los móviles y tirándolos a la basura, la cantidad de contaminantes nuevos que nos pueden rodear va a ser muy alta”, alerta. Castaño recuerda que los daños de la contaminación no se quedan solo en el sitio donde se produce. “No hay ningún elemento en el mundo que sea estanco”, asegura. Forti agrega: “Estos materiales pueden penetrar en el subsuelo, en los acuíferos, y contaminar la cadena alimenticia”.
La investigadora de la UNU recuerda que reciclar los dispositivos electrónicos permite sacar un beneficio importante, porque así se pueden “recuperar materiales valiosos como oro y plata”. Por eso cree que los productores tienen que dar prioridad al diseño de dispositivos cuyos componentes se puedan intercambiar y reutilizar para favorecer más sostenibilidad ambiental.
De propuestas como esa habla también el trabajo de Jelena Bosnjakovic. Esta joven afirma que en Agbogbloshie tocó realmente con mano las consecuencias de la contaminación electrónica. “La manera en la que tratas al medio ambiente se refleja en tu vida, en tus condiciones de salud y en tu humanidad. El medio ambiente es tu casa”.
En España el reciclaje de residuos electrónicos es obligatorio desde 2005. “Cada vez que adquirimos un aparato electrónico, una pequeña proporción de su precio final se destina a ese proceso de recogida y reciclaje”, explica José Pérez, consejero delegado de Recyclia, la principal plataforma de recogida de este tipo de basura en el país. Los productores están obligados a financiar el reciclaje de estos productos, pero toca a los ciudadanos hacer el primer paso.
Si se le rompe el móvil y no sabe qué hacer con él, encontrar una salida sostenible para el medioambiente no es muy complicado. “Se puede llevar a un punto limpio municipal, o también entregarlo en cualquier establecimiento comercial de más de 400 m2, ya que estos están obligados a recoger cualquier aparato electrónico de menos de 25 centímetros para su reciclaje”, asegura Pérez.
Recyclia también pone a disposición un servicio destinado explícitamente a la recogida de residuos electrónicos. “Hay 665 puntos de recogida, llamados Tragamóvil, desplegados por toda España en tiendas de telefonía, servicios técnicos, ayuntamientos, universidades y superficies comerciales”, añade el consejero delegado de la plataforma.
De allí la basura tecnológica se tiene que llevar a plantas de tratamiento autorizadas. “Con las tecnologías de reciclaje disponibles actualmente en nuestro país, entre el 85 y el 90% de los materiales contenidos en los residuos electrónicos ya se pueden reciclar”, asegura Pérez. Según los datos de Recyclia, en 2017 se gestionaron 262.000 toneladas de estos residuos, un 16% más que el año anterior, lo que supone el 50% del peso medio de los aparatos puestos en el mercado en los tres años anteriores.
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Shyam Bishen
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