Naturaleza y Biodiversidad

La lenta agonía de una ciudad que se muere de sed

A Honduran boy, part of a caravan of thousands of migrants from Central America en route to the United States, plays with water fountains along the sidewalks of Tapachula city center, Mexico October 21, 2018.

Image: REUTERS/Ueslei Marcelino

Jon Martín Cullell

Alrededor de 3,8 millones de habitantes de Ciudad de México se quedarán sin agua durante tres días en un recordatorio de la fragilidad de un sistema desigual, obsoleto e insostenible.

El grifo de la casa de Griselda Méndez escupió un hilillo de agua hace más de un año. “No dio ni para lavar los trastos”, recuerda. Desde entonces, nada. Ella y sus vecinos del barrio de Iztapalapa, al este de Ciudad de México, son la última - y olvidada- parada de un sistema de suministro inmerso desde hace décadas en una crisis permanente. A partir de este miércoles y por tres días, un corte de agua masivo llevará la escasez tan bien conocida por Méndez al resto de la capital y 3,8 millones de personas quedarán sin suministro. Un recordatorio de que viven en una ciudad que, poco a poco, muere de sed.

Todo empieza a más de 100 kilómetros de distancia, en ese biberón llamado Sistema Cutzamala. La cuenca de este río, que gestiona la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), proporciona el 26% del agua consumida en la ciudad más poblada del continente, donde conviven diariamente más de 20 millones de personas. En 1982 se inauguró la primera presa, la de Villa Victoria, para abastecer una urbe que no paraba de crecer. En la década siguiente se añadieron seis presas más, ubicadas en el vecino Estado de México y Michoacán.

Tras las presas, la siguiente parada es la planta potabilizadora de Los Berros, donde se filtran y bombean alrededor de 10.000 litros de agua por segundo hacia la capital, a través de una línea de alta presión que recorre 75 kilómetros y que tiene unos 30 años de antigüedad. El director general de Cuencas de Agua del Valle de México, Antonio Juárez, recurre a una metáfora automovilística para ilustrar la fragilidad del sistema: “Como nuestros coches, si no le damos el mantenimiento adecuado nos puede dejar tirados”.

Idealmente, el automóvil sería reparado mientras se encuentra en movimiento. Eso es precisamente lo que se busca conseguir con las obras que empiezan este miércoles y que están detrás del parón de 72 horas. Con un coste de 25 millones de dólares, los trabajos añadirán una segunda tubería en la planta de Los Berros para canalizar el agua hacia Ciudad de México (actualmente solo hay una). De esta manera, cuando en el futuro se hagan reparaciones en una línea, la otra podrá seguir funcionando sin necesidad de parar todo el sistema.

Image: El sistema de presas que abastece a Ciudad de México/ EL PAÍS

La esperanza de estar ante la madre de todas las reparaciones, la definitiva, flota en el aire, pero es improbable que esto sea así. “El objetivo es tener el menor número de paros posibles; no quiere decir que no vayamos a tener otros”, reconoce Juárez. “El sistema es antiguo”. Antiguo y poco sostenible desde el punto de vista energético, ya que se tiene que elevar el agua a 1.100 metros para que fluya después por gravedad hacia la ciudad, a través de bosques y campos de maíz. Las cifras son bíblicas: se utilizan 2.800 millones de kilowatts por hora -similar al consumo anual de electricidad en una ciudad de alrededor de 700.000 habitantes-, a un coste de más de 80 millones de dólares al año. Y únicamente para el bombeo.

En la capital: desigualdad, fugas y un acuífero sobreexplotado

Cutzamala es solo una parte del problema. Ya en la capital, el líquido se ramifica por cientos de kilómetros de tuberías, algunas de ellas en funcionamiento desde hace más de un siglo. No sorprende que alrededor del 40% del agua se pierda en fugas. En un despacho donde luce una maqueta del Titanic, el máximo responsable del Sistema de Aguas de Ciudad de México (SACMEX), Ramón Aguirre, no esconde su preocupación: “No estamos en parámetros razonables”, admite. “No vamos a recuperar esa cantidad. El objetivo a medio plazo sería perder solo el 20%”.

Aguirre culpa a un presupuesto que, según él, no cubre ni la mitad de las necesidades de la red. Un déficit agravado por un recorte de los recursos que el Ejecutivo federal destina a SACMEX de más del 70% respecto a 2016. Para compensar, el nuevo Gobierno de la capital ha prometido un aumento del 50% del presupuesto del organismo hasta llegar a los casi 100 millones de dólares anuales. Un incremento inédito para rescatar a un sistema que hace aguas.

Este problema de infraestructura agrava la desigualdad porque en Ciudad de México la barrera entre ricos y pobres no es solo monetaria; también es líquida. Mientras ciertos barrios al oeste de la capital, generalmente los más acomodados, disponen de un suministro ininterrumpido las 24 horas del día, otros se tienen que conformar con una o dos horas. Los más alejados y peor conectados al sistema de tuberías, como la zona de viviendas bajas y mal urbanizada donde vive Griselda Méndez, ni siquiera reciben eso; dependen enteramente del agua que transportan los camiones cisterna desde los pozos, la otra gran fuente de suministro.

Alrededor del 60% del líquido que consume la capital procede de cientos de perforaciones en la cuenca del Valle de México, donde subyace uno de los acuíferos más sobreexplotados del continente. El grado de presión sobre la cuenca es, según CONAGUA, del 140% (en 2005 era del 120%), nivel que la ONU califica de muy alto. Es decir, la extracción supera en mucho la capacidad de renovación de los acuíferos. Concretamente, un déficit de 6.000 litros por segundo, según el portal especializado Agua.org. Los expertos creen que este abuso del acuífero provoca que la capital se hunda 80 centímetros cada año, lo que puede contribuir al deterioro de las tuberías. A medida que se ha acabado el agua en las capas más superficiales, los pozos se han tenido que cavar cada vez más profundos - algunos alcanzan 2.000 metros tierra adentro.

Cada tres días, Miguel, conductor de una pipa desde hace 20 años, llena su tanque en uno de los pozos municipales y distribuye 200 litros por casa en una de las zonas con menos suministro de Iztapalapa. Familias como la de Méndez utilizan esa cantidad para ducharse, lavar la ropa y los platos. Después, la reciclan para las labores de limpieza y, si sobra, también para las plantas. Algunas familias acaban de comprar un tinaco (depósito de agua) de 2.500 litros para almacenar agua que puedan utilizar en tiempos de cortes. La pregunta es si alguna vez se llenará.

La tensión provocada por la escasez estalla en tiempos de cortes como el ocurrido hace un año tras el terremoto del 19 de septiembre. Durante esas semanas ser pipero -como se conoce a los conductores de los camiones cisterna- se convirtió en una profesión de alto riesgo. Vecinos desesperados se subían a los vehículos y obligaban a los conductores, pistola en mano, a llenar sus depósitos. Miguel ya está acostumbrado a esos brotes de tensión. “A veces la gente piensa que la culpa es nuestra”. Ante el corte que empieza este miércoles, no espera que se llegue a esos extremos. “Otros se desmayan cuando no sale agua de la regadera o cuando no tienen para lavar su carro”, reflexiona. “Aquí la gente valora el agua como nada y esta vez les han avisado con tiempo”.

Las grandes infraestructuras o la búsqueda de alternativas

SACMEX y CONAGUA han presentado el corte como un “ejercicio de concientización” sobre la necesidad de cuidar el líquido. Más allá de impulsar el ahorro de los ciudadanos, ¿qué se está haciendo para solucionar el problema de fondo? La estrategia de las autoridades pasa por reparar la infraestructura en pie y construir más pozos y más kilómetros de tubería. “Se puede traer agua de otras cuencas y aprovechar más los manantiales”, explica Aguirre.

Esta apuesta institucional choca con las nuevas generaciones de expertos en la materia, que abogan por buscar alternativas a las grandes infraestructuras. “Estamos permanentemente parcheando, buscando maneras de traer agua de cuencas cada vez más lejanas”, asegura la experta del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), Helena Cotler. “Deberíamos aprovechar mejor los ecosistemas propios de la ciudad y frenar la urbanización descontrolada”.

Otra de las soluciones cae del cielo. El 30% de la lluvia que recibe Ciudad de México anualmente se desaprovecha directamente en el drenaje. “Si se almacena, la cantidad es suficiente para abastecer a gran parte de la capital durante una temporada y se presionaría menos a los pozos y al sistema de presas”, explica Omar Arellano, profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Proyectos como Isla Urbana han surgido con ese objetivo. Instalan sistemas de captación de agua en casas que no están conectadas a la red de distribución. En los barrios del sur, los que reciben las precipitaciones más copiosas de la ciudad, ya hay unas 3.000 instalaciones que garantizan independencia de suministro durante un periodo de cinco a ocho meses. Por ahora son poco más de 20.000 beneficiarios en la metrópolis más grande del continente, pero la ambición es continuar expandiendo esa red.

Pese a estas iniciativas, todavía no se atisba una solución de fondo a la agonía del agua en Ciudad México. De momento, hay un corte de suministro a la vuelta de la esquina y toca, como bien sabe Griselda Méndez, almacenar y cuidar el agua, y aguantar hasta que todo vuelva a su curso.

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