Noruega se ha pasado al coche eléctrico. Y en sus ciudades se respira un aire más limpio que nunca
Image: REUTERS/Alister Doyle
Noruega es el único país del planeta donde el coche eléctrico es más realidad que promesa. Alrededor del 40% de los nuevos vehículos matriculados el año pasado eran eléctricos, y en 2018 el porcentaje podría superar el 60%. Su éxito bebe de diversos factores, que van desde las exenciones fiscales hasta la singular boyantía económica de sus ciudadanos. En cualquier caso, sus consecuencias son palpables: respirar en Noruega es hoy más sano que nunca.
La diferencia es abrumadora. El ejemplo más significativo es Bergen, segunda ciudad en importancia y tamaño del país. Un informe reciente estima que los niveles de dióxido de nitrógeno (el componente más letal de cuantos emiten los vehículos motorizados) ha descendido a los niveles de 2002 (en plena expansión del diésel). El descenso es del 14,5% respecto a 2016, coincidente con la caída de trayectos en coche registrada en la ciudad.
¿A qué se debe? Un sospechoso emerge: el vehículo tradicional. El volumen de tráfico rodado en Bergen ha caído un 6% entre 2015 y 2017. La cifra consolida una tendencia a largo plazo: circula hoy un 20% menos de coches en sus calles que en 1990. Sin embargo, el número de viajeros diarios se ha multiplicado por dos respecto a 2010. Hay más gente moviéndose en Bergen que nunca, y lo están haciendo con menos coches.
Lo explican diversos factores. Por un lado, el boom del coche eléctrico en Noruega. Sus ciudadanos se lo pueden permitir y el gobierno lo ha incentivado. En Bergen alrededor del 18% de vehículos son eléctricos, y disfrutan de diversos privilegios: pueden aparcar y acceder a más espacios del centro (progresivamente peatonalizado) que los coches convencionales.
El ayuntamiento también ha promovido la instalación de multitud de puntos de recarga.
Bergen fue declarada el año pasado como la capital del coche eléctrico en Noruega (lo que equivale a decir en el mundo). Superó a Oslo, otra gran campeona de la movilidad sostenible. La ciudad arrastraba mala fama hasta hace algunos años: extremadamente lluviosa, las boinas contaminantes eran frecuentes por sus condiciones climáticas y por el elevado número de vehículos circulando por la almendra central. Ya no es así.
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