Descifrando el misterio del brutal crecimiento chino
Image: REUTERS/Joseph Campbell
En la portada del libro How China Escaped the Poverty Trap (Cómo China escapó de la trampa de la pobreza), unos niños se asoman a un alto en un paisaje rural. Aunque no aparece en la imagen, contemplan la construcción de una autopista en la lejanía. Por aquel entonces China era un país hundido en la pobreza que comenzaba a edificar sus infraestructuras. Apenas cinco décadas después es un gigante económico de talla mundial que ha comenzado a desplazar a EEUU del liderato.
La autora del libro, Yuen Yuen Ang, es profesora de ciencias políticas en la Universidad de Michigan y centra su investigación en unir los puntos entre el primer y el segundo escenario. Según su análisis, ese cambio radical proviene de una suerte de sistema flexible: China, a pesar del estereotipo de la ortodoxia comunista, no sería una, sino muchas.
De esa forma, cada región habría ido evolucionando en función de sus posibilidades de una forma diferenciada. A la vista de los resultados, un sistema desigual pero tremendamente efectivo.
El resultado salta a la vista: China era un país tercermundista a mediados de siglo pasado y hoy es la mayor potencia económica en PIB total. Ni siquiera hace falta ir tan atrás: entre 1990 y 2018 China ha multiplicado el valor de su economía más de doscientas veces, según datos del Banco Mundial. La evolución salta a la vista, especialmente si se compara con los bloques hasta entonces hegemónicos como eran las economías de EEUU y de la UE.
Se trataría de un proceso de crecimiento acelerado difícilmente exportable que, por su impacto, centra las investigaciones de muchos expertos durante los últimos años. Un modelo que, con sus luces y sus sombras, pone de manifiesto que es necesario replantear la idea de crecimiento a través de la industrialización masiva, en palabras de Ang.
¿Es correcto explicar la eclosión de la economía china como el producto de la combinación de políticas dirigidas al desarrollo de mercado y de cambios en las instituciones provocados a su vez por el mercado?
Deng Xiaoping pasó de ser un dictador a convertirse en un director a través de un liderazgo pragmático. Mao, por su parte, había tratado de planificar su camino hacia una rápida industrialización y crecimiento a través de órdenes verticales detalladas.
Cuando Deng sucedió a Mao mantuvo al Partido Comunista Chino en el poder, pero descartó la planificación puramente centralizada. Con este cambio Pekín delegó su autoridad en numerosos gobiernos locales, animándoles a desbloquear cualquier recurso disponible o institución que tuvieran para poner en marcha su desarrollo económico.
En mi libro llamo a este sistema adaptativo una «improvisación dirigida» –una mezcla paradigmática de dirección «de arriba hacia abajo» del Gobierno central, junto a una improvisación «de abajo hacia arriba» por parte de los gobiernos locales–.
Bajo esta improvisación dirigida, China consiguió distintas formas de desarrollo a lo largo de estas últimas décadas: diversas soluciones según las condiciones locales y la etapa de desarrollo en la que estuvieran. En lugar de ser monolítica, una sorprendente variedad de Chinas coexisten en China, variando en las distintas regiones y evolucionando a través del tiempo.
Entonces describes China como un país enorme con diferentes caras y grados de desarrollo. ¿Se podría decir que las grandes áreas urbanas del litoral oriental son regiones más al estilo capitalista, mientras que las zonas rurales del interior siguen siendo regiones al estilo comunista o no existe tal diferencia?
Sí, China es un país enorme con una variación regional tremenda, incluso dentro de cada una de sus 31 provincias que equivaldrían, en términos de población y volumen económico absoluto, a países de tamaño mediano. Por poner un ejemplo, la población de la provincia de Shandong es mayor que la del Reino Unido.
Sin embargo, yo no explicaría sus diferencias como «capitalismo versus comunismo». Políticamente China está gobernada por el Partido Comunista, pero al mismo tiempo tiene una vibrante economía de mercado, aunque sea una con una influencia del Estado mucho mayor que la de las democracias capitalistas.
Así, las regiones varían en términos de prosperidad económica y la calidad de sus gobiernos locales. Las provincias costeras, como Shanghái, Jiangsu o Guangdong están entre las más prósperas del país. También tienen gobiernos locales mucho más eficientes, tecnocráticos y orientados al mercado que las regiones del interior.
Suelo describir China como un continente con una combinación de regiones del primer, segundo y tercer mundo. Es una realidad alejada del estereotipo de una nación comunista homogénea.
Más allá de la falta de democracia, las críticas hacia el modelo de crecimiento de China se basan en tres aspectos: la falta de derechos humanos –también en lo laboral–, el impacto de su crecimiento en el medio ambiente y la frecuente vulneración del copyright de compañías extranjeras. ¿Son justas esas críticas? ¿Sería posible el crecimiento chino sin esos tres problemas?
No enfocaría la cuestión desde si el crecimiento sería posible sin esos problemas. Da la impresión errónea de que son la causa del crecimiento económico y de que por tanto deberían fomentarse, y por supuesto no es el caso.
En lugar de eso, la manera de entender la cuestión de forma más sencilla es preguntarse cuáles son los logros y los costes del rápido crecimiento económico chino. Por una parte, China pasó de ser un país de ingresos bajos a conseguir un estatus de ingreso medio en solo una generación, sacando a unos 700 millones de personas de la pobreza a través de ese rápido crecimiento.
Por otra parte, la focalización de China en conseguir esa rápida acumulación de capital se logró mediante unos elevados costes sociales, tales como la degradación ambiental y la disrupción de las vidas de las familias rurales. Hay muchos que piensan, por el título de mi libro, que celebro el éxito chino. Como investigadora no celebro nada, solo explico lo que sucedió.
Ninguna senda hacia el desarrollo es perfecta, tampoco en Occidente. El camino occidental hacia la modernización estuvo marcado por el colonialismo, la esclavitud, la corrupción y también por numerosas injusticias. Ninguna de esas experiencias pasadas justifica que otros países repitan esos problemas solo porque ocurriera en China o en la historia de Occidente. Los países actuales deberían aprender de las lecciones positivas y, al mismo tiempo, evitar repetir los problemas y los fracasos del pasado.
La cuestión es que necesitamos repensar la asunción de que la industrialización masiva es la única y mejor forma de que los países pobres se desarrollen. Ese es el camino que China tomó, igual que hizo Europa occidental durante la Revolución Industrial, pero implica un enorme coste social.
La obsesión con hacerse rico y fuerte a través de la industrialización es parte de una serie de valores legadas por la colonización occidental. Otros países vieron que si no adquieren «armas y acero» –por usar la expresión de Jared Diamond– como las potencias occidentales, serían conquistados y explotados. Así es como la raza humana se ha modernizado durante los últimos cuatro siglos. En este momento y época necesitamos reconsiderar este conjunto de valores y nuestra definición de desarrollo.
Respecto a lo de la «vulneración de copyrights», no pretendamos hacer ver que el robo de propiedad intelectual solo sucede en China y nunca en Occidente. Durante los siglos XVIII y XIX los americanos robaban de forma constante tecnología y propiedad intelectual de las fábricas británicas. Las compañías americanas incluso promovieron de forma activa que los operarios británicos robaran diseños de maquinaria para ellos.
Por aquel entonces veían la protección de la propiedad intelectual británica como una explotación injusta. Esa es una historia casi olvidada, pero hay más casos. Hoy en día grandes compañías farmacéuticas europeas y americanas se han aprovechado de la legislación moderna para patentar medicinas tradicionales en la India, privando a los lugareños de su derecho a usar medicinas que sus ancestros usaron durante siglos.
Una de las consecuencias del crecimiento chino ha sido la forma en que el país ha extendido su poder hacia algunas regiones del mundo, y África es quizá el mejor ejemplo: emisión de CCTV, extracción de materias primas, influencia política… ¿Puede China ayudar a África o es solo una nueva forma de viejo colonialismo?
¿Cuál es tu definición de colonialismo? Mucha gente usa ese concepto sin más, sin pararse a considerar lo que significa. Tomemos el caso del colonialismo español. Implicó al menos tres características.
En primer lugar, los españoles conquistaron otras comunidades usando violencia y fuerza masivas, no influyendo o a través de emisiones de televisión. Los indígenas que se resistieron a la colonización fueron masacrados.
En segundo lugar, esclavizaron a muchísimos pobladores locales, bien para trabajar en plantaciones cuyo beneficio repercutía enteramente en España, o bien para ser enviados al otro lado del océano como mercancía.
En tercer lugar, el colonialismo occidental estaba vinculado directamente con el racismo. Para justificar su explotación, los colonizadores argumentaban que los colonizados eran genéticamente inferiores y, por tanto, podían ser esclavizados.
Una vez definidas tres características del colonialismo, ¿se parece la presencia actual de China en África al colonialismo? En primer lugar, no conquistamos a través de la fuerza. En segundo, no esclavizamos. En tercero, sí, hay un problema con las actitudes racistas en China –por ejemplo, un sketch racista emitido durante la gala de Año Nuevo Chino en CCTV provocó un escándalo global–, pero no se ha usado para justificar la subyugación o la explotación de la forma en que hicieron los colonizadores occidentales durante siglos.
Por resumirlo, aunque se deba ser cauto y vigilante respecto a la creciente influencia china en África, caracterizarla como colonialismo es demasiado. Es especialmente chocante ver a medios y expertos occidentales propagar ese término, como si hubieran olvidado cómo fue el colonialismo occidental de brutal y violento. El colonialismo es una de las ocurrencias más brutales y tristes de la historia de la humanidad.
Hay siglos de distancia entre aquel colonialismo y las prácticas políticas actuales. No hay esclavitud ni violencia masiva porque hay siglos de evolución entre ambas realidades. El uso de la expresión colonialismo iba más por la extracción de recursos extranjeros para su utilización o la creciente influencia política y económica.
En ese caso, entendiendo el colonialismo como la influencia y/o la extracción de recursos, muchos países –no sólo China– sería colonialistas, ¿no? Bajo mi punto de vista hay que ser cauteloso al invocar el concepto de colonialismo, porque en realidad el colonialismo occidental ha implicado mucho más que solo influencia. Si lo que se quiere decir es influencia, entonces digamos influencia. No se debería usar ese término solo para conseguir atención.
El motivo por el que pido cautela para usar esa palabra es que es un término con una enorme carga emocional que evoca miedo. Esa retórica no es sana, ya que hace que la gente sienta terror hacia China en lugar de tratar de entender la realidad.
La forma racional de entender el asunto es que la creciente presencia de China en África conlleva a la vez oportunidades y problemas. China ha estado dispuesta a proveer de préstamos infraestructurales a bajo interés o directamente sin él, a los que otros gobiernos y agencias internacionales se oponen.
Para los países africanos esto implica una oportunidad de crecimiento, ya que las infraestructuras son necesarias para escapar los cuellos de botella geográficos. De hecho Deborah Brautigam, una de las mayores expertas mundiales en relaciones chinoafricanas, señala que la idea de que China esté en África solo para extraer minerales es «un mito».
Su investigación concluye que las fábricas chinas en Nigeria están dando empleo a la población local y «produciendo materiales de construcción, bombillas, cerámica y acero obtenido a partir de barcos recuperados».
No obstante, sin duda también hay problemas y riesgos asociados a la presencia china en África. Si los préstamos chinos no se monitorizan y usan de forma adecuada, pueden conllevar corrupción y proyectos faraónicos que no beneficien a la población local. Ya se ha puesto de manifiesto en recientes escándalos. Son problemas que deben tratar juntos tanto China como los países africanos.
¿Será China un país democrático o no es una necesidad social real en el país dado el crecimiento?
La respuesta corta a eso es que nadie puede predecir el futuro, tampoco yo. Lo que sé es que China sigue teniendo un margen tremendo de liberalización política, y que debería seguir en esa dirección.
La respuesta larga depende en lo que entiendas por «democracia» y «democratización». Para empezar, debemos movernos más allá de la concepción de mínimos de «democratización» como la puesta en marcha de elecciones con varios partidos.
Tal como sostuve en una colaboración en Foreign Affairs, lo que demuestra la experiencia china es que algunos de los beneficios de la democratización se pueden conseguir bajo el mandato de un partido único, no a través de reformas políticas, sino a través de reformas burocráticas que cambian las funciones e incentivos del Gobierno.
Por explicarlo de forma diferente, la experiencia China demuestra que la democracia arraiga mejor injertando reformas en las tradiciones e instituciones existentes –en el caso chino, una burocracia leninista–. Es mejor promover el cambio político construyendo sobre lo que ya hay que intentar importar algo totalmente ajeno, tal y como se ve en los esfuerzos convencionales de «promover la democracia».
Por supuesto, lo más importante para China, tome el camino que tome, es que siga avanzando en la liberalización política, aunque el proceso sea lento, sin que hayan vueltas atrás.
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Kimberley Botwright
11 de noviembre de 2024