Aunque cueste creerlo, la solidaridad está salvando pueblos y comarcas deprimidas
Image: REUTERS/Zoubeir Souissi
El análisis de hoy entra en uno de esos temas que impregnan de optimismo, y que abren un halo de esperanza en un mundo en el cual la (verdadera) solidaridad brilla por su ausencia. Y no es que la palabra no esté en boca de todos, que lo está incluso muchas veces aunque sólo sea para figurar, es que cuando la solidaridad significa tocarse el bolsillo, entonces pasa a escasear.
Pero no es así en casos como el ejemplo que les analizamos hoy, y que, para más positivismo en estas líneas, además se trata de un caso de éxito (de gran éxito). Hay una organización sin ánimo de lucro que ha salvado un pueblo deprimido, y por contagio su bote salvavidas se ha hecho extensivo en cierta medida a toda su comarca. Y además, esta organización pretende extender su modelo para salvar otros tantos pueblos y comarcas de toda España con tu solidaridad, que recompensan diligentemente justamente con la cosecha real que esa solidaridad produce (aparte de lo gratificante que ya resulta personalmente).
Oliete es una simpática población del Teruel. La despoblación llevaba décadas haciendo mella en su censo municipal y emprobreciendo su economía: los jóvenes emigraban a Zaragoza o incluso más lejos, y dejaban la economía local abocada a un futuro colapso de octogenarios con pocos recursos y sin estirpe empadronada en el municipio.
Pero hay patrimonio histórico, patrimonio cultural... y patrimonio natural. Y da la casualidad de que Oliete es una localidad con un gran patrimonio natural: sus olivos. Sí, el término municipal de Oliete tiene censadas poco más de 350 personas (en 1920 eran más de 3.000), pero posee olivares con una población muchos más importante: 100.000 olivos en tan sólo 86 kilómetros cuadrados.
Y no se trata de unos olivos cualesquiera, son olivos centenarios: de ahí lo del patrimonio natural. Además de por su valiosa línea de vida que abarca varios siglos, el olivo centenario es un elemento de patrimonio que si no tiene los cuidados adecuados, pierde totalmente su valor agrícola y como especie productora de un aceite de gran calidad.
El olivo realmente no es un árbol, sino un arbusto. Son las podas y los cuidados de los olivareros los que van dejando que una única (o unas pocas) ramas vayan engordando, tomen fuerza, se asemejen a un tronco, y den a la planta el aspecto de supuesto árbol que todos conocemos. Pero en el momento en que ya no se cuida y poda, las ramificaciones que van surgiendo en torno a la base hacen que la eficiencia de la planta prefiera alimentar muchas ramas menores, e ir secando el que era su tronco. Así la naturaleza del arbustífero Acebuche (lo en realidad es un olivo) se impone, y con ella vuelve a ser un arbusto de poco fruto y baja calidad.
Los olivos de Oliete se estaban perdiendo decena tras decena sin remedio, ante el estupor de una población eminentemente olivarera, pero que ya no disponía ni de los recursos económicos ni de la juventud para seguir cuidando de sus apreciados olivos centenarios. Los olivares estaban condenados a ir desapareciendo, y con ellos una población y una economía que languidecían con destellos mortecinos, a pesar de las ganas de la población de revitalizar esta localidad turolense.
Pero no sólo era el aceite con el uso que le damos mayormente hoy en día (que no es poco). En las economías eminentemente primarias y autoabastecidas de siglos atrás, en las localidades olivareras todo giraba en torno al fruto predilecto de la madre naturaleza para esa zona. Dada su abundancia, toda la economía local se vertebraba en torno al aceite y las olivas. Con aceite se cocinaba, se preparaban conservas, pero también se hacían jabones, se utilizaba para iluminar, para alimentación natural, la leña de los olivos calentaba los hogares... y así una larga lista que bebía del oro líquido de las olivas. Además, ya no es el uso directo de esta materia prima: gracias al propio aceite y a todos sus derivados podían comerciar con las localidades colindantes, y así obtener aquello que sus recursos locales no les permitían conseguir por sí mismos.
Y con Oliete no sólo moría el patrimonio natural que eran sus olivos centenarios, sino que moría también una parte de la Historia del Reino de Aragón. Los olivos de Oliete no son unos olivos centenarios cualesquiera, son olivos históricos, y no sólo por los años de Historia de los que han sido testigos. Las olivas de los olivos de Oliete son de una variedad muy muy especial: la oliva "empeltre". Esta oliva de gran calidad es originaria del Bajo Aragón, y es histórica porque fue el propio Jaime I el que allí donde iba se llevaba consigo un esqueje de este tipo de olivo para "empeltrar" (injertar en fabla aragonesa): de ahí el nombre de esta variedad.
Lo más lamentable es que en Oliete no sólo moría una actividad económica que en realidad era viable, y que lo que la hacía inviable era la despoblación y la falta de recursos económicos. Con Oliete moría un claro ejemplo de esa economía circular tan de moda hoy en día, aunque fuese de otro siglo. Ya les hablamos hace unos meses de cómo no debemos resignarnos a acabar con el planeta, del concepto de futuro que supone la economía circular, y de cómo este concepto puede revolucionar la sostenibilidad de buena parte de nuestras socioeconomías a la que se podría aplicar. El hecho es que, en Oliete, como si de un cerdo se tratase, del olivo y las olivas se aprovechaba todo: hasta los residuos se utilizaban para alimentación animal.
Como estocada final, y matando ya la poca esperanza que quedaba en el pueblo, los vecinos vieron con resignación cómo su querida y necesitada almazara cerraba en 2004. Una nueva normativa europea exigía unas inversiones que los habitantes de Oliete no podían permitirse. Claramente esto significaba la sentencia de muerte definitiva para un sector primario que sin embargo era la base de su economía, y el único camino hacia la prosperidad en el que tenían experiencia. La suerte, o más bien la mala suerte, estaba echada.
Pero algunos de los hijos de Oliete que emigraron buscando un mejor futuro, nunca dejaron de llevar al pueblo de su infancia en sus corazones, ni en su mente. Algunos de ellos siempre conservaron la intención de hacer algo que devolviese a Oliete a la vida, y lo sacase de la condena demográfica a la que estaba sentenciado. Y fue precisamente en su rico patrimonio natural, y en esos olivos que morían junto con los mayores octogenarios y nonagenarios, donde estos emprededores hijos encontraron la clave para culminar sus aspiraciones más revitalizadoras socioeconómicamente.
La formación que adquirieron en la gran ciudad, y la valiosa experiencia profesional acumulada durante productivos años de trabajo en reputadas empresas, les dieron un bagaje suficiente para sentirse capaces de emprender, y lanzarse a intentar ver hecho su sueño realidad: salvar los olivos de Oliete, y con ellos el pueblo, dando esperanza a la comarca asolada por la despoblación y el abandono de casas.
Así empezó la organización sin ánimo de lucro "Apadrinaunolivo.org", fundada por el emprendedor Alberto Alfonso Pordomingo. Cuando empezaron, el 70% de los olivos centenarios de Oliete estaban sin ser trabajados, apagándose lentamente. El Big Bang del renacer de la oliva de Oliete se remonta a 2013. Alberto Alfonso volvió a su querido pueblo como habituaba a hacer, y fue triste testigo de cómo incongruentemente una magnífica cosecha como la de aquel año se estaba echando a perder.
Con la almazara cerrada desde hacía casi una década, la gente no encontraba las ganas ni los motivos para volver a un Oliete impregnado de tristeza y color gris, e incluso en plena campaña de recogida apenas nadie vareaba los olivos centenarios repletos de excepcionales olivas de gran calidad. Un auténtico sinsentido económico y social. "Algo hay que hacer", se dijo este ingeniero de Telefónica con un gran bagaje tecnológico y profesional. Ni corto ni perezoso, cogió sus herramientas de trabajo habitual, y con los olivos por protagonistas, maduró una prometedora idea y se hizo una presentación ofimática.
Con filantrópicas contribuciones de su círculo más cercano, la idea que alumbró era la de permitir a la gente adoptar uno de los olivos centenarios de Oliete. Tenía muy claro que la tecnología debía ser protagonista, y a la vez el catalizador que sirviese de puente entre la boyante gran ciudad, y el languideciente medio rural. Su intención era poner en valor el campo y todo el potencial que él veía en su pueblo. Iba literalmente a tender un puente digital que conectase Oliete a otras zonas socioeconómicas. A su heroíca gesta consiguió que se uniesen dos emprendedores que conoció en la European Campus Party de Telefónica, que se hicieron cofundadores de su iniciativa.
Con su proyecto dieron muchas vueltas, se encontraron con puertas cerradas, pero perseveraron y resistieron al fracaso. Unas cosas llevaron a otras y, con sus primeros 37 olivos recuperados, acabaron saliendo en el cierre del Telediario de TVE1 a raíz del día mundial del medioambiente. Ahí estuvo su punto de inflexión. En unos pocos días consiguieron más de 100 padrinos de golpe. Poco después un famoso fabricante de maquinaria agrícola les regaló un esencial tractor. Con estos dos hitos, la chispa había prendido la mecha de esta gran iniciativa.
A partir de entonces sólo hubo cuesta arriba, en esfuerzo pero también en resultados. Hoy tienen ya más de 2.500 padrinos y 7.000 árboles recuperados; porque hay muchos padrinos que cuando les conocen y ven su labor repiten, y porque también hay muchas empresas que apadrinan varios olivos. Y la comunidad de Oliete abrazó con entusiasmo la gran idea: hoy por hoy tienen lista de espera de olivares de los que hacerse cargo, y literalmente no dan abasto.
Con los padrinos llegaron los recursos económicos más directos, y con ellos las actuaciones de esta organización en Oliete, además de los empleados que iban entrando en plantilla. A día de hoy son 8, más bastantes colaboradores indirectos que aportan su trabajo para colaborar desinteresadamente (y algunos tienen sus carreras de éxito).Este modelo de apadrinamiento además tuvo el gran éxito de involucrar al padrino y vincularlo a su olivo y al pueblo, promocionando las visitas frecuentes en las que todo el pueblo se vuelca con los visitantes (y se lo digo por propia y anónima experiencia). Su objetivo no es sólo hacer el trasvase de solidaridad de la ciudad al pueblo, sino también dar a los urbanitas de segunda y tercera generación uno de esos "su pueblo" que nunca tuvieron y que muchos les han acabado confesando que anhelaban.
Con las recurrentes visitas de todos esos padrinos, llegaron los alojamientos rurales, la revitalización de los negocios del pueblo, la divulgación del rico patrimonio cultural de Oliete, que tiene un excepcional pueblo celtíbero y otras atracciones para visitantes. Toda la actividad económica del pueblo se dinamizó y, lo que es más importante, mucha gente se sentía comprometida personalmente con llenar de nuevo de vida más olivares y todo Oliete. Hace un par de años consiguieron otro hito: reabrir una almazara en el pueblo, que además es "Triple S".
Pero, además, con los empleados de la organización llegaron nuevos niños, que marcaron un nuevo punto de inflexión en la vida del municipio: la escuela de la localidad iba a ser cerrada por falta de censo infantil. Como los lectores más rurales saben, esto aboca a un pueblo a profundizar en su declive y supone un verdadero suicidio demográfico, pues, donde ya no hay escuela, allí ya no se muda ninguna familia con hijos. Gracias a los hijos de los trabajadores de la organización, la escuela no se cerró, y ello redunda en mantener el atractivo del pueblo para nuevas familias.
Sólo en los últimos doce meses, a un pueblo de poco más de 300 habitantes, ya se han mudado 18 personas (siendo 11 de ellos niños). Para los lectores que no conocen bien la realidad del mundo rural turolense, tal vez haber conseguido 18 nuevos habitantes les parezca una ridiculez, pero lo cierto es que imaginen cómo estará la provincia cuanto esto es un impactante caso de éxito a nivel provincial.
Realmente la idea de Alberto Alfonso funcionó, pero también funcionó la forma en la que visionariamente la puso en práctica. Fusionó los olivos centenarios con la tecnología más puntera y, apelando al lado más techie, desarrolló una excepcional aplicación que permite a cada padrino elegir qué olivo físico con su ubicación quiere apadrinar (poder de elección y vínculo primario). A partir de entonces, el padrino puede seguir en todo momento la evolución de los cuidados que sufraga (vínculo secundario), puede visitarlo en cualquier momento y sin avisar (transparencia), recibir parte de su cosecha en forma de aceite de calidad excepcional (vínculo terciario y beneficio directo), y por último acaba sintiéndose vinculado a un pueblo que se vuelca con las visitas, y que ofrece actividades en grupo que hacer especialmente diseñadas para las reuniones de padrinos (vínculo recurrente que incentiva volver).
National Geographic también se hizo eco en su publicación de aquel perdido pueblo en la España profunda. Ahora Oliete ya cuenta incluso con padrinos de Ceuta, franceses y alemanes, y varios de ellos ya se han pasado por Oliete a conocer en persona a su olivo apadrinado. Y también vuelven. En cuatro años se han originado unas 4.000 visitas a Oliete, lo cual, para una economía tan reducida, es un empujón muy relevante. Lo que era un pueblo condenado al olvido y al abandono, es hoy una localidad que muchos urbanitas echan de menos, y a la que vuelven varias veces al año encantados de la vida (y de la oliva).
Y apadrinaunolivo.org también ha empezado a colaborar con ONGs y asociaciones de discapacitados y personas en situación de exclusión social, que van a Oliete para hacer educativas actividades de limpia del olivar, para la campaña de recogida, de rehabilitación del patrimonio histórico, etc. El alcance de los beneficios que está reportando la organización trascienden con mucho al propio pueblo y a sus olivares, y alcanzan a toda la comarca e incluso a las urbes más cercanas y sus ONGs.
Por azares de la vida, esta organización sin ánimo de lucro acabó vinculada con la película "El olivo" de Itzíar Bollaín. El productor de la cinta incluso apadrinó uno de sus olivos, y en la película relataba una historia muy similar a la de Oliete y sus habitantes. La película entró en los circuitos internacionales, y fue calificada por algunos medios como una oda a la protección de la naturaleza, de defensa de los valores medioambientales, y de sostenibilidad socioeconómica. Al final los responsables de la cinta y los de apadrinaunolivo.org acabaron visitando platós de televisión y estudios de radio juntos, mostrando la ficción más filántrópica hecha realidad en Oliete. Varios cines alemanes apadrinaron olivos de Oliete tras el estreno en el país germano de esta co-producción hispano-alemana.
Pero lo más ilustrativo del caso que supone Oliete, es que su tremendo éxito se ha fraguado como ejemplo extremo-a-extremo de custodia de un territorio agrario donde apenas llegan los poderes públicos, y donde la conexión digital ha transformado radicalmente la realidad socioeconómica de un pueblo y unos padrinos "a distancia". La descentralización más ciudadana es la que ha acudido al rescate solidario de Oliete y su comarca. Y ha funcionado. Vivimos en la era en la que la tecnología puede permitir que una mera iniciativa personal pueda llegar a tener un gran impacto.
Buena muestra de ello es que, como buen visionario y demostrando de nuevo su ánimo filantrópico, Alberto Alfonso y sus compañeros no pretenden darse por satisfechos con revitalizar tan sólo Oliete. Ahora pretenden exportar su modelo de demostrado y fulgurante éxito a cuantos más pueblos mejor. Su idea es que casi todo pueblo tiene algo por lo que destaca, y que puede atraer a los populosos urbanitas. Si se ponen en valor sus productos de calidad y más tradicionales, si se divulga su capacidad de extender la sostenibilidad de la socioeconomía local, si se ofrece una bonita y gratificante experiencia de fin de semana, si el padrino obtiene como recompensa un producto de alto valor... Sí, como ha conseguido Oliete, muchos otros pueblos pueden acabar dando con un factor esencial del tan necesitado desarrollo rural.
El análisis de hoy no trata sólo de la recuperación de unos olivares, ni tan siquiera de los beneficiosos efectos secundarios sobre la economía local. Es mucho más: el análisis de hoy va de haber visto incluso a gente joven con pocos recursos entregados a la causa haciéndose padrinos con su paga mensual, y de gente alejada cientos o miles de kilómetros profundamente concienciada y concienciando a su entorno de que otro (y rural) mundo es posible, y de que ese mundo empieza por nosotros mismos y por nuestra involucración personal. Realmente, el mundo rural puede ser socioeconómicomente sostenible, pero le falta que alguien arrime una llama a su mecha.
El verdadero valor de los padrinos de Oliete es que demuestran cómo la solidaridad no se predica, se practica (y con gusto); y además se practica principalmente ante uno mismo y su olivo apadrinado al que no dejan de visitar una y otra vez. Teruel existe, y, como tantos otros pueblos de la España interior, nosotros en realidad queremos que sigan existiendo. Oliete es el máximo exponente de que todo granito de arena es efusiva y cariñosamente bienvenido y... además aporta a una gran causa: la de la supervivencia de los que quieren ser también "tu pueblo" (aunque no hayas nacido allí).
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