Las mujeres se convierten en imprescindibles en las misiones de paz
Image: REUTERS/Sertac Kayar
En 1993, las mujeres apenas representaban el 1% de todo el personal desplegado en las misiones de paz de la ONU. Veinticinco años después, de los más de 91.000 cascos azules activos, el 4,7% son mujeres, una cifra que asciende al 10,7% entre el personal policial de las operaciones. Aunque la brecha de género sigue siendo acusada, el papel de las mujeres para recabar información relevante, frenar la violencia sexual e impulsar transformaciones sociales que fragüen una paz duradera es cada vez más valorado. Más allá de alcanzar la paridad numérica, el verdadero reto ahora es conquistar también los puestos de mando.
El camino del cambio tiene su inicio en octubre de 2000, cuando la ONU aprobó la resolución 1325 sobre ‘Mujeres, Paz y Seguridad’ en la que se “insta a todos los actores a aumentar la participación de las mujeres e incorporar las perspectivas de género en todos los esfuerzos de paz y seguridad de Naciones Unidas”. Desde entonces, cada nuevo mandato –o los que se han ido renovando, como el de la African Union Mission to Somalia (AMISOM)– ha exigido un compromiso mayor con la presencia de mujeres en los despliegues. Sin embargo, hasta la fecha la implementación de la resolución 1325 ha sido desigual: sólo 74 países, el 38% de los miembros de la ONU, han puesto en marcha planes nacionales (NAPs por sus siglas en inglés) para impulsar el papel de las mujeres en misiones de paz.
Así el porcentaje medio de mujeres en operaciones militares internacionales sigue rondando el 4%, aunque hay contingentes como el de Uganda en Somalia que alcanza ya el 8%. “Mi abuelo había sido soldado. Cuando se retiró le prometí que seguiría sus pasos y aquí estoy. Aquí somos uno más”, asegura Florence, una joven ugandesa que forma parte del XXI batallón desplegado en el valle del Shabelle para evitar que el grupo yihadista Al Shabab vuelva a tomar la capital de Somalia, Mogadiscio. Es habitual que Estados africanos como Kenia, Etiopía o Uganda aporten “un porcentaje de mujeres más alto que otros países que contribuyen tropas habitualmente como India, Paquistán o Egipto”, subraya el analista de ONU mujeres Pablo Castillo-Díaz.
Este incremento en las cifras de mujeres en misiones de paz se explica, fundamentalmente, como una estrategia del Consejo de Seguridad de la ONU para frenar los escándalos sexuales en sus intervenciones. Casos como los de la MONUSCO en República Democrática del Congo, donde se concentran 700 de las 2.000 denuncias presentadas en los últimos doce años por abusos sexuales en misiones de paz, o Haití, donde se documentó una red de prostitución de menores y de abusos a mujeres a cambio de alimentos o medicamentos liderada por cascos azules, obligaron a la ONU a intervenir para frenar lo que el ex secretario general Ban Ki-moon calificó en 2015 como el “cáncer de nuestro sistema”.
Desde entonces, ha habido pequeños avances, como en Somalia, donde oficialmente no se han denunciado nuevos casos tras los revelados por Human Right Watch en 2014, pero también nuevos escándalos: Amnistía Internacional alertó recientemente de una veintena de agresiones sexuales, incluidas seis a menores, cometidas por las tropas de paz en República Centroafricana. “La presencia de mujeres entre los contingentes no es suficiente. Para que suponga una diferencia esas mujeres deben estar presentes en los puestos de mando a todos los niveles”, asegura Mary Schwoebel, profesora de estudios para la resolución de conflictos de la Nova Southeastern University (Florida) que participó en el entrenamiento de las tropas ugandesas desplegadas en Somalia. Y en un número mayor, “cercano al 20% o 30% del total”, apostilla Castillo-Díaz.
Más allá de prevenir escándalos por agresiones sexuales, lo que ha demostrado la incorporación de las mujeres a las misiones de paz es su capacidad para fraguar una paz duradera. Cuando menos, por acercarla. Uno de los aspectos clave de estas operaciones en entornos hostiles, y a la vez uno de los más difíciles de lograr, es conseguir información fiable: conocer los grupos armados, sus motivaciones y el contexto en el que se manejan. En experiencias en Camboya, Kosovo, Timor-Leste, Afganistán o Liberia, las mujeres han demostrado una mayor eficacia para estas tareas que sus compañeros hombres. “Siendo una mujer, durante mi destino en Afganistán, tuve acceso al 100% de la población, no sólo al 50%”, declaró públicamente la general noruega Kristin Lund, quien en 2014 se convirtió en la primera mujer al frente de una misión de paz.
Una realidad que se replica también en el valle del Shabelle: la población local desconfía de los soldados de la AMISOM. Sobre todo de los hombres. Un recelo que, en palabras del profesor de estudios africanos de la Universidad de Warwick, ha sido el “principal problema desde el inicio de la misión” y ha alimentado el apoyo de las comunidades locales a Al Shabab: la misión de paz es vista por los somalíes como una injerencia y “a éstos puede que no les guste Al Shabab, pero menos le gustan los invasores extranjeros y así es como ven a los etíopes y a los kenianos, y cada vez más a los ugandeses”, apunta Anderson.
La presencia en primera línea, como parte de las patrullas de vigilancia, de Florence y de sus compañeras ha abierto una pequeña ventana para mejorar las relaciones con la sociedad civil: “No hay ningún problema con los vecinos, nos llevamos bien con ellos. Saben que estamos aquí haciendo algo bueno, intentando ayudarles, porque ellos también desean un país en paz”.
A diferencia de los hombres, a los que en un contexto de agresiones y abusos les resulta prácticamente imposible ganarse la confianza de las comunidades locales, las mujeres tienen la habilidad de conectar mejor, especialmente con niños y otras mujeres, lo que les permite construir redes de información y alerta temprana. “Es una de las razones principales por las que la mayor presencia de mujeres suele conllevar beneficios prácticos inmediatos”, reconoce Castillo-Díaz.
Pero son los cambios culturales que su presencia logra impulsar en las sociedades locales el gran valor que éstas aportan a las misiones de paz. “Son un modelo que inspira a mujeres y niñas a luchar por sus derechos en entornos habitualmente dominados por hombres”, señala el Australian Institute of International Affairs.
En Liberia, el despliegue en 2007 de una unidad compuesta exclusivamente por mujeres indias encargadas de las patrullas nocturnas de Monrovia se convirtió en un ejemplo para las jóvenes liberianas: nueve años después, el número de mujeres en la Policía Nacional pasó del 6 al 17%. “Sin duda ver a mujeres desempeñando roles no habituales, o en puestos de autoridad, puede ayudar a cambiar actitudes y despertar la imaginación para las jóvenes”, subraya el asesor de ONU mujeres.
Pese al nombramiento de Lund como máxima responsable de la misión de la ONU en Chipre, el acceso de las mujeres a los puestos de mando sigue siendo muy limitado. Actualmente, de las 14 misiones lideradas directamente por la ONU, solo en el contingente desplegado para vigilar la paz en Oriente Medio cuenta con una mujer, la propia Lund, al frente. Una realidad que nace del propio proceso de reclutamiento que, en palabras de Schwoebel, “sigue suponiendo un desafío”, especialmente en países donde optar por la carrera militar implica romper las convenciones sociales por las que las mujeres no suelen convivir con hombres solteros, lo que a la postre “supone un impacto en las posibilidades que estas chicas tienen de encontrar un marido en sociedades en las que el matrimonio sigue siendo el ticket hacia la edad adulta y la seguridad económica”.
Las que aun así deciden iniciar una labor militar se encuentran habitualmente con las limitaciones de género de un sector acostumbrado el relato masculino. Desde su propia formación muchas reclutas son discriminadas. “Tanto en Uganda como en Nigeria fue testigo de cómo, tanto a mujeres con rango como a aquellas que eran soldado raso, se les exigía que cocinaran y limpiaran aun cuando estas tareas les restaban tiempo para su formación militar”, recuerda la profesora de la Nova Southeastern University. Otros ejércitos, incluido el estadounidense hasta 2015, cuando retiró la ‘Combat Exclusión Policy’, directamente excluyen a las mujeres de las labores de combate, lo que frena en seco sus carreras militares.
Además, remarca Schwoebel, las mujeres en misiones de combate deben enfrentarse también con la violencia sexual en primera persona: “A veces estas agresiones resultan en embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual de las que encima son culpadas y que las lleva a abandonar”.
El resultado es que pese a los avances de los últimos años, el número de mujeres en misiones de paz sigue siendo muy bajo, minúsculo en comparación con el de los hombres. “Esto se debe a muchas razones, pero yo destacado dos”, señala Castillo-Díaz, “primero que Naciones Unidas ha estado hablando de la importancia de las mujeres en operaciones de paz sin imponer condiciones u ofrecer incentivos a los países contribuyentes para acelerar ese cambio ni dedicando recursos suficientes para preparar las bases para facilitar la incorporación de la mujer. Y dos, en muchos de estos Estados, que te asignen a una misión de paz es una gran oportunidad profesional por la que hay cierta competición, por lo que es fácil encontrar razones para excluir a las mujeres, minoritarias y con menor rango en general, y a veces ni siquiera se les informa o tiene en consideración para estas oportunidades”.
Las soluciones, más que por cuotas en los puestos de mando, “que sí traerían el cambio pero sería difíciles de implementar y no solventarían los problemas de reclutamiento ni abandono”, apunta Schwoebel, pasan por desarrollar programas de entrenamiento específicos para mujeres, reservar espacio para ellas en los intercambios formativos entre países y crear becas para fomentar el reclutamiento. En el caso de los programas de desarme, desmovilización y reintegración (DDR, por sus siglas en inglés) de guerrillas es necesario también poner en marchar medidas específicas para mujeres.
Pero por encima de todo esto, continúa la experta de la Nova Southeastern University, hay que “atacar” los “prejuicios” que frenan la apuesta por las mujeres en la carrera militar –su papel como madres– y los obstáculos que impiden su crecimiento interno, esto es, los abusos sexuales y la falta de promoción. De lograrlo, las armas de paz de las misiones se multiplicarán exponencialmente.
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