¿Te despidieron? Cómo crear historia de éxito
Image: REUTERS/Dadang Tri
Por más ecuánime que seas, un despido es una situación similar a una descarga eléctrica de alto voltaje. Hay numerosas sensaciones que se encienden al mismo tiempo y demasiados sentimientos activos. En general, cuando hablamos de un despido, la gente sacude la cabeza y suspira con un dejo de pesar. Lo sabemos. Perder un empleo, especialmente si ya teníamos mucho tiempo trabajando ahí o si nos encantaba lo que hacíamos, no es agradable. Tampoco lo es si no estábamos satisfechos. Aunque no haya sido la ocupación ideal, el desempleo no es un punto alto en nuestra carrera profesional. Lo que no entendemos, la mayor parte de las veces es que en una situación así, debemos dar pasos cuidadosos y certeros para salir adelante de la mejor manera. Y, aunque al principio, puede parecer que todo es oscuro, es posible crear una historia de éxito después de un despido.
Por lo general, después de un despido pasan dos cosas: entramos en un estado de autoflagelación o le queremos echar la culpa a todo el mundo. O nos da por andar con caras largas platicándole a quien se deja lo terrible de nuestra suerte o corremos a contar lo injusto, lo absurdo y lo tontos que fueron quienes no apreciaron la maravilla de oro que somos. También empiezan las prisas y las angustias. Luego, nos bombardean con consejos y las frases condescendientes. Todas las recibimos con el mismo gusto que un pisotón. La peor de ellas es: no te preocupes, el tiempo lo resolverá todo. No es verdad, el tiempo no es un mago ni resuelve nada. Hay que poner manos a la obra y trabajar a nuestro favor. Nadie va a escribir nuestra historia de éxito, eso nos toca a nosotros y a nadie más. Escribir una nueva historia de éxito es como subir una escalera con varios peldaños.
En primer lugar, un despido es una pérdida y así hay que enfrentarla. Tenemos que aceptarlo: dejar que afloren las sensaciones, aprender a vivir sin esa rutina y seguir adelante. El proceso es muy importante. Cuando tratamos de saltar escalones, estamos tapando hoyos con polvo que, al primer vientecito, quedarán expuestos. Cada uno tenemos nuestros tiempos para asimilar nuestras pérdidas y es buena idea darnos un espacio de reflexión. Este es el primer paso para reconectar con nosotros mismos.
¿Cómo saber que ya estamos listos para subir al siguiente escalón? Cuando podemos ver lo que pasó con ecuanimidad. Cuando hemos adquirido la distancia suficiente para tener una mirada objetiva y crítica de la situación, entonces y sólo entonces, estamos listos. Especialmente, cuando entendemos qué fue aquello que hicimos para estar en esa situación. Tenerlo claro es el impulso para seguir adelante. Muchas veces, el despido tiene que ver con una cuestión exógena: no éramos parte del equipo o llegó un nuevo jefe con su gente; otras tienen que ver con recortes de personal, con falta de capacitación. Otras son endógenas, tendrán que ver con una falla al integrarnos al equipo de trabajo, con no haber entendido las reglas del juego, con falta de competencias, o con cuestiones que entran en nuestro ámbito directo de responsabilidad.
Aunque en el fondo, nosotros lo sabemos, el análisis no es sencillo. Se trata de entender en forma objetiva qué sucedió y qué responsabilidad tuvimos para generar un desenlace así. Pero, sin flagelos y sin mirar alrededor a ver quién nos la paga. Es decir, hay que dejar de actuar según las apariencias. ¡Fuera máscaras! Estar actuando, representando el papel del personaje perfecto es muy cansado y, a la larga, imposible de lograr. Somos humanos y, por lo tanto, falibles. Este es un requisito indefectible, es un acto de sinceridad con nosotros mismos que nos permite calibrarnos. Además, fingir sirve de poco: nuestra verdad le habla a la verdad de los demás. Hay un efecto sutil, que hace que no podamos tapar el sol con un dedo.
Al terminar ese proceso nos encontramos automáticamente en el siguiente, en ese escalón que se llama autenticidad. La autenticidad es el boleto a la verdadera satisfacción y cuando estamos contentos con nosotros mismos, nos conectamos con el camino que lleva al éxito. Evidentemente, ese camino está pavimentado con congruencia. Cuando hemos logrado una correspondencia entre lo que decimos y lo que hacemos, estamos listos para reescribir nuestra nueva historia de éxito.
La persona que le vamos a presentar al mundo, sin máscaras ─las máscaras resultan una carga muy pesada─ y con una actitud congruente, está lista para empezar, pero necesita trabajar mucho para estar realmente lista. Ahora, necesitamos encontrar nuestro lugar de seguridad y ese no es un espacio externo. Necesitamos tirar esa cobija de miedo e inseguridad que nos hemos ido tejiendo y con la que nos hemos cubierto pensando que nos serviría de escudo protector. Resulta que ese cobertor no nos protege: nos detiene. Así que, la hacemos bolita y la tiramos a la basura. Nuestro lugar de seguridad aparece cuando logramos entender quiénes somos y quienes queremos ser, cuando descubrimos qué es lo que sabemos hacer y qué nos cuesta trabajo realizar. El lugar de seguridad se revela cuando miramos al espejo y podemos ver con objetividad la imagen que nos devuelve. Ahora sí estamos listos para subir el siguiente escalón.
La construcción de la historia de éxito tiene un ingrediente necesario: el estado de satisfacción. La plenitud que viene con la liberación del ansia de ser significativo a los ojos de los demás, se logra cuando dejamos de buscar primero la aprobación ajena. Hacemos las cosas al revés. La audiencia más importante somos nosotros mismos. Si nosotros nos aprobamos, será más sencillo lograr la de los demás. Por el contrario, cuando nosotros no estamos satisfechos, se nota. ¿Cómo queremos que otros descubran lo que uno mismo ha sido incapaz de encontrar?
Así es como lograremos estar listos para escribir nuestra nueva historia de éxito. La fórmula no es sencilla. Pero, el camino se nos complica cuando tratamos de pasar por alto o de brincarnos los pasos. Últimamente he visto a personas sumamente tristes que creen que no se les nota, o que están buscando avanzar y el coraje no se los permite. Me parte el corazón ver a gente envuelta en su cobija de miedos, con la certeza de que están protegidos. Para mirar al frente y avanzar, hay que ir ligeros.
Si nos abalanzamos, podemos estar siguiendo los pasos de un chivo en cristalería. Los dichos siempre están cargados de sabiduría. Despacio, que voy de prisa. Hay que dominar esa urgencia. Hay que buscar conectar con nosotros mismos, dejar que la multitud de sensaciones encuentren su cauce, prepararnos teniendo en cuenta que nuestra principal prioridad es estar bien y tener la certeza de que ya lo hemos logrado. Sólo así estaremos preparados para avanzar. Sólo de esta forma podremos encontrar los recursos para empezar a escribir nuestra siguiente historia de éxito.
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