La revolución fértil: los países pobres están dejando de tener hijos a una velocidad récord
Image: REUTERS/Jason Reed
La demografía está nítidamente atada a la economía. Durante siglos, la estructura poblacional de los países europeos y asiáticos se mantuvo estable gracias a un equilibrio, por aquel entonces, incólume: muchísimos nacimientos y muchísimos fallecimientos. Los avances científicos y la posterior revolución industrial invirtieron el sino de la historia en Europa: las muertes descendieron y la población, durante más de un siglo, se disparó como nunca antes.
Pocos países lo reflejaron de forma tan evidente como Reino Unido: su población pasó de escasos 10 millones de almas a finales del siglo XVIII, cuando la revolución industrial daba sus primeros pasos, a los casi 40 apenas cien años después. Fue una transición aupada por una natalidad aún elevadísima, pese a la caída drástica de la mortalidad gracias a los hallazgos médicos. A partir de entonces, la fertilidad comenzó a caer y la población, a largo plazo, se estancó.
Hoy el panorama para gran parte de los países europeos que siguieron este patrón, muy dilatado en el tiempo, es oscuro: la tasa de fertilidad está por los suelos y el reemplazo generacional no está garantizado. La transición de una economía agraria a una industrial y, más tarde, de servicios, permitió que las mujeres accedieran al sistema educativo y laboral, elevando el coste vital y temporal de tener hijos. Con la desaparición del rol tradicional femenino desapareció la alta natalidad.
¿Qué está pasando en el resto del mundo? Lo descrito anteriormente, pero en un plazo mucho más rápido. Esta gráfica realizada por Max Roser en Our World in Data es especialmente significativa: mientras países como Polonia o Reino Unido tardaron más de noventa años en reducir a la mitad la tasa de fertilidad (de seis hijos a tres por mujer), otros como Bangladesh o Irán han tardado apenas la décima parte (entre veinte y diez años). Una evolución salvaje y precoz.
Los motivos son variados, pero en general consistentes con lo que ha sucedido a nivel económico: aquellos cambios que tardaron años en implementarse en los países que primero iniciaron la transición hacia una economía industrial se han aplicado de forma más rápida a todos aquellos que llegaron después. El ejemplo más claro es China, cuyo tránsito de país agricultor a manufacturero ha cuajado en apenas tres décadas. Otros como India o Vietnam lo están haciendo ahora mismo, y de forma aún más rápida.
Gracias a la globalización, en gran medida, estamos viendo en tiempo real cómo al cambio económico le sucede de forma casi inmediata el demográfico. China, por ejemplo, antaño campeón demográfico del planeta, se enfrenta a una irremediable decadencia fruto del acceso de grandes bolsas de población a la clase media. Las regiones más prósperas de la India ya han vivido fenómenos semejantes. Países como Irándirectamente han pasado de un permanente boom demográfico a una sombría perspectiva similar a las de sus pares europeos.
A nivel global, la tasa de fertilidad ha caído de los 5 hijos por mujer a los 2,5, una decadencia fraguada en menos de un siglo. Si antes lo raro era toparse con países donde la fertilidad hubiera caído por debajo de los 5 hijos por mujer, hoy son una excepción los que están por encima. Los pocos que quedan se ubican en África, cuya natalidad es aún muy pujante: países como Nigeria se colocarán en el top tres demográfico del planeta antes de 2050. Luego caerán.
Los ejemplos de Irán y de Bangladesh son interesantes por un motivo: ¿cuándo alcanzaremos el "peak child"? La idea es conocida entre los teóricos demográficos y fue popularizada por Hans Rosling. Es decir, ¿cuándo dejará de haber más niños, cuándo dejaremos de crecer, cuándo llegarán los demás países al estado europeo? Por el momento estamos muy lejos, pero los patrones demográficos del sudeste asiático ponen todas las miradas en África: llegaremos cuando sus economías crezcan. Crezcan de verdad.
Al final, es una cuestión de estructura económica. Como se analiza de forma extensa aquí, hay varios motivos por los que las mujeres dejan de tener hijos. Históricamente, el acceso a una educación y a una perspectiva profesional ha representado un aspecto clave. Cuando la mujer dejó la casa y entró en la escuela su tiempo se convirtió en un bien preciado, y su rol familiar desapareció en pos de las prioridades individuales y las elecciones educativas de las que sólo disfrutaba el hombre.
Los hijos, además, dejaron de ser interpretados como una "necesidad" por el núcleo familiar. En los modelos demográficos agrarios y antiguos, más pobres, más hijos implicaban más manos, ya fuera para cuidados, para recoger más cultivos o para asegurar el estatus de la familia a través de otras carreras. Un cambio de estructura dilatadísimo en los países europeos, los primeros en acometerlo, que se está reproduciendo a la velocidad de vértigo en los países en desarrollo.
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