El vecindario de Europa necesita un nuevo modelo de crecimiento
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A más de diez años de la crisis financiera global, la economía mundial por fin está en amplia recuperación. Europa y su vecindario general no son excepción: en casi todos los países de Europa central y oriental, Asia central, Medio Oriente y el norte de África, así como en Rusia y Turquía, el crecimiento económico se aceleró durante el año que pasó, y se prevé que se mantenga firme. Pero asoman nuevos desafíos que, si no se los encara, afectarán las posibilidades futuras de estas regiones.
Como muestra el nuevo informe sobre la transición a economías de mercado sostenibles elaborado por el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, antes de la Gran Recesión, los países de Europa y su vecindario superaban a economías emergentes comparables del resto del mundo. Pero en los últimos años, la situación se invirtió, y ahora la brecha está aumentando.
Antes de la Gran Recesión, los países de Europa y su vecindario superaban a economías emergentes comparables del resto del mundo. Pero en los últimos años, la situación se ha invertido, y ahora la brecha está aumentando.
”La explicación es sencilla. Antes en Europa y su vecindario había crecimiento de la productividad total de los factores (PTF). Habiendo eliminado muchas de las ineficiencias heredadas de sus pasados dirigistas (socialistas o de otro tipo) estos países hacían un uso cada vez mejor del capital y de la mano de obra.
Pero en 2009, las mejoras fáciles ya estaban hechas, y la inversión en capital fijo había caído por debajo de los niveles de las economías emergentes del resto del mundo. Enfrentados con un gran volumen de préstamos morosos heredados de la crisis, los países se volcaron al desapalancamiento, con lo que las inversiones y el crecimiento de la PTF se estancaron.
Los países de Europa y de su vecindario (incluso aquellos cuyas economías están menos desarrolladas) no pueden basar el crecimiento a largo plazo en la ventaja comparativa de un menor costo salarial, sino que deben preparar condiciones para modelos de crecimiento orientados al futuro y sostenidos por una mejora del capital humano y la innovación.
Esto implica, primero que nada, una mayor integración con la economía global. Hoy día, el acceso a mercados más amplios es esencial para generar incentivos a la innovación y al crecimiento de la productividad. La Unión Europea ya cuenta obviamente con la ventaja del mercado común. Pero los países emergentes de Europa y los de Medio Oriente y el norte de África no podrán generar economías de escala sin una reducción de las barreras comerciales y una mejora de la conectividad.
En concreto, esto supone que estos países deben invertir más en infraestructura. Según el informe sobre la transición, la inversión necesaria asciende a unos 2,2 billones de euros (2,6 billones de dólares); para alcanzar esa cifra, los países con restricciones fiscales tendrán que movilizar recursos privados a través de alianzas entre los sectores público y privado.
En los países desarrollados suele haber temor a que la inversión en infraestructura en economías emergentes genere “rutas a ninguna parte”, con canalización de fondos a regiones remotas donde no vive nadie o cuyos residentes actuales están ansiosos por abandonarlas (usando para ello las flamantes rutas nuevas). Pero no tiene por qué ser así.
Un buen ejemplo es Turquía. En 2002, el país inició un programa de gran envergadura para convertir a autopistas el 25% de su red vial en un plazo de unos diez años. El análisis presentado en el informe de transición del BERD muestra que esta inversión tuvo un efecto importante sobre el comercio interno y creó empleos en las regiones orientales del país, antes subdesarrolladas. Los países que buscan atraer financiación para sus propios proyectos de infraestructura deberían tomar estos casos como modelo (y presentárselos a potenciales donantes).
Deben preparar condiciones para modelos de crecimiento orientados al futuro y sostenidos por una mejora del capital humano y la innovación.
”El diseño de estrategias eficaces para la inversión en infraestructura a largo plazo obliga a prestar atención a otra área clave: el medioambiente. Los países deben anticipar los cambios regulatorios derivados de, por ejemplo, el cumplimiento del acuerdo de París sobre el clima.
Esto se ve reflejado en los mercados. Usando la base de datos FTSE Russell sobre economía descarbonizada, el BERD encontró que si bien las empresas más ecológicas siguen siendo menos rentables que sus competidoras (ya que en su mayoría las primeras son más recientes y de menor tamaño), están creciendo más rápido.
Sobre todo, hallamos que las empresas con mayor participación del sector ecológico en sus ingresos tienen mejor valoración del mercado (en la forma de ratio precio/ganancias), incluso aunque todavía no consigan la misma rentabilidad del capital que las competidoras no ecológicas. Esto hace pensar que los inversores esperan un mayor crecimiento de estos segmentos del mercado, o al menos que le dan más valor al hecho de apoyar a esta clase de empresas.
Allí donde la fijación de precio de los combustibles fósiles es adecuada, las empresas mismas reconocen los beneficios del uso de tecnologías más ecológicas y energéticamente eficientes. Por desgracia, muchos países todavía aplican grandes subsidios a la energía, cuya eliminación gradual es necesaria para impulsar el cambio hacia una economía verde. Para evitar padecimientos a las familias más necesitadas, dicha eliminación se puede compensar con programas de ayuda puntuales (como han hecho Bielorrusia, Egipto y Ucrania).
Un nuevo modelo de crecimiento para el vecindario de Europa también debe incluir un rebalanceo del sistema financiero. Dada la herencia de préstamos morosos que dejó la Gran Recesión, es probable que las nuevas inversiones se financien más con acciones que con deuda. Felizmente, quienes invierten en acciones también están orientados al largo plazo, y se muestran cada vez más dispuestos a comprar activos más ecológicos.
Pero para ampliar el peso de la financiación con acciones, se necesita una mejora de la gobernanza estatal y corporativa, sostenida por el Estado de Derecho, algo que no será fácil de lograr. Sin embargo, de la investigación del BERD se desprende que, al menos en el vecindario europeo, el progreso supondrá mejoras no sólo para la economía (incluida la promoción de la inversión y la innovación) sino también para el medioambiente y la sociedad en su conjunto. ¿Qué inversión más redituable que esa?
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