Visión de la innovación en América Latina: preguntamos a los líderes
Image: REUTERS/Susana Vera - RTSMBZ1
En el marco de la cumbre de "Ciudades sin miedo" de este año, Fundación Avina y Democracia Abierta establecieron una colaboración especial para explorar algunas de las experiencias políticas más interesantes surgidas en América Latina.
La conversación con líderes relevantes en este ámbito, directamente implicados en la acción de innovación política a nivel local, nos ha proporcionado la ocasión para buscar respuestas a cuatro grandes cuestiones que afectan, de manera desigual pero transversal, a todos los proyectos: a) Visión de la innovación; b) contexto político nacional y limitaciones del poder local; c) Influencia del contexto político internacional, y d) La cuestión del liderazgo.
En esta página, los innovadores comparten su respuesta al primero de estos temas:
¿Hasta qué punto considera que su experiencia forma parte de la llamada “innovación política”? ¿Se trata de procesos de nueva creación, contienen elementos de ruptura con procesos anteriores, o quizás contienen elementos de experimentación, de ensayo y error, que certifican que hay innovación, o que no la hay? ¿Cuál es su criterio para considerar que existe innovación real?
Creo que la palabra innovación, si la entendemos como se entiende en el mundo de los negocios, significa que se está creando algo nuevo. Es decir, que no habría innovación si no se consigue crear algo completamente nuevo. En este sentido, pueden haber distintos niveles de innovación e innovaciones mucho más disruptivas que otras, pero lo que es necesario es que se esté generando algo nuevo.
En el caso de la política en Colombia, puede que innovar resulte más sencillo, porque la vara de medir o el estándar de la política es muy bajo a la hora de hacer cosas distintas, o de manera distinta. Entonces, resulta muy fácil romper los límites con cosas a veces elementales y poder así innovar en política.
En nuestro caso, basamos la innovación en dos hechos:
Primero, en actuar. Actuar es un concepto clave en innovación. Muchas veces la gente confunde innovación con creatividad, con hacer cosas impensadas. Pero nosotros partimos de que lo importante es actuar puesto que, si no hay acción, si no se realizan las cosas, no hay innovación.
En nuestro caso, creo que lo primero que hay que decir es que en Nariño se están haciendo las cosas: es decir, que actuamos. Podemos fallar, puede ser que muchas de esas cosas no tengan todavía sentido. Quizás luego vayamos a escribir, vayamos a teorizar, porque creo que van a quedar muchas cosas para el resto de Colombia, y quizás para el mundo exterior, gracias a lo que está sucediendo allá. Pero nosotros partimos del hecho de que “lo estamos haciendo”. Y de que, al actuar, generamos innovación.
Segundo, creo que en lo que respecta a la política, la innovación se basa en centrarse en la ciudadanía. Por más político progresista o de avanzada que se sea, normalmente todos actúan de igual manera. Que sea de izquierda, de derecha, o de centro, o que se sigan ideales distintos, la forma de actuar en política es muy similar. Ya sean de extrema izquierda, de centro, o de derecha, todos están encerrados en sus oficinas, decidiendo qué es lo mejor para la ciudadanía.
Entonces, el hecho de ser capaces de actuar y de provocar un cambio para que se pueda gobernar desde el espacio público teniendo como centro de la acción política a la ciudadanía –como así ha sido en nuestro caso– es lo que da sentido a la palabra innovación.
Yo creo que, más que de innovación pura, se trata de una mezcla de ruptura e innovación. Tratamos de dejar atrás las prácticas de una política ultrapasada, como el clientelismo, o la jerarquía, toda esa política que no sirve para la emancipación de las personas, porque hoy las personas no son agentes de la construcción democrática. Nosotras tratamos de romper con todo ello. Y esto es crucial para que sea posible esta otra política por la que luchamos. Pienso que la innovación lo que trata es de cambiar la mirada sobre la política, y que la política no tenga que reducirse a un juego de competición electoral.
Creemos que la política puede ser un espacio de convivencia: tiene que ser democrática, integrando la posibilidad de que nuestras diferencias sirvan para que todas seamos plenamente ciudadanas. Si la política se convierte en un trato de igual a igual, aunque seamos muy diferentes, entonces innovamos y producimos procesos de cooperación, de colaboración, de experimentación. Para innovar hay que cambiar no solo las prácticas, sino también las personas que se ponen al frente de las políticas y de los procesos. Importa el perfil de las personas más visibles: hay que tener a mujeres, a negras, a indígenas, a personas del LGBT, personas que no son percibidas como agentes convencionales de la política.
Hay que cambiar asimismo el contenido de la política. Preguntarnos honestamente cuáles son nuestras necesidades más importantes. Por eso, una política feminista es algo esencial, porque es una política que sitúa a la vida como prioridad, que prioriza el cuidado de todas las criaturas del espacio común. El buen vivir que perseguimos depende de qué contenido asociemos a estas prácticas nuevas.
Creo que una cuestión central de la innovación tiene que ver con experimentar. Con intentar algo y equivocarse. Para ponerlo en un contexto más amplio, yo creo que estamos viviendo, no solo en la política (aunque ahí se está manifestando cada vez más), una crisis de referencias. El repertorio de soluciones y acciones que tenemos hasta ahora, que acumulamos tras la experiencia de todos estos años, parece que ya no es suficiente para la realidad, para los problemas que estamos enfrentando como humanidad. Empezando por la educación, por los formatos de la educación, pasando por la salud y el hambre, y acabando por la construcción de infraestructura y de servicios. No importa la temática: parece que nuestro repertorio de políticas es muy limitado. Entonces, no queda más remedio que experimentar.
Pero sí creo que, cuando hablamos de innovación política, es importante definir qué es y qué no es innovación. Porque hay una importante sinapsis, medio automática, que provoca el concepto de innovación, que nos hace pensar en tecnología, y creo que es muy importante dejar claro que no estamos hablando de tecnología, pero sí de procesos que pueden, o no, usar la tecnología. Sabemos que no son los aplicativos los que van a salvar el mundo. Yo no creo que innovación política sea eso.
Tampoco estamos hablando de una cuestión meramente generacional. No todo lo que viene de lo viejo es malo y todo lo que viene de los jóvenes es bueno. Tampoco creo que se trate de una negación del pasado. No es que: “ah, nada de esto sirve y hay que empezar de nuevo”. Cuando hablamos de innovación política es importante hablar también de lo que no es innovación política.
Por encima de todo, tal como lo vemos en proyectos como Update o en Bancada Activista, la innovación está relacionada con la idea de recudir las distancias que existen hoy entre los representantes y los representados. Esencialmente eso. Y eso lo estamos viendo a través de prácticas de participación, de transparencia, de rendición de cuentas, de medios de comunicación independientes, de innovación pública en el gobierno, y de cultura política.
En general, para que la democracia funcione mejor, tenemos que tener una ciudadanía más fuerte, ciudadanos más informados, más formados, más empoderados, capaces de acceder al poder, capaces de cuestionar el poder. Creo que, cuando estamos hablando de innovación política, estamos en ese lugar. Y por fin ahí llegamos a una cosa de la que hablamos mucho en la red innovación política, que es la descentralización del poder. Que no es solo una disputa para obtener nosotros el poder. Si partiésemos desde un lugar prepotente y estuviéramos nosotros en el poder, ¿iba a ser mejor negar el sistema de incentivos que facilita el acceso al poder y su control?
Como economista, yo creo en los sistemas de incentivos y sanciones. Pero los sistemas de incentivos y sanciones que están operativos hoy nos llevan al resultado negativo que tenemos. Así que no basta creerse muy limpio y muy transparente, pero en realidad cerrarse y no practicar la participación, la rendición de cuentas, la comunicación… Si lo hacemos así, si una vez en el poder nos cerramos, vamos a cometer los mismos errores.
Considerando cómo es la política en Brasil, creo que nuestra candidatura en Bancada Activista sí tiene elementos de innovación. Pero en lo que se refiere a la forma de hacer política, creo que más que innovación es ruptura, porque se trata de algo absolutamente nuevo. Porque el poder financiero y económico domina totalmente la relación habitual con la política, que es muy fraudulenta. Ese poder compra la representatividad, la posición política, las personas que son elegidas. Elige las causas que ellas defienden, y las que no. En ese sentido, creo que la Bancada Activista representa una ruptura completa con lo que es habitual en la política brasileña.
Estamos convencidos de la necesidad de reconstruir la política, de elegir a representantes, a parlamentarios a figuras que forman parte de causas concretas, de movimientos sociales, de nichos específicos, de grupos sociales que se organizan para algo concreto y que exigen cambios en la sociedad. En ese sentido, nuestra opción representa una ruptura.
Pero también es cierto que, en determinados aspectos, lo nuestro es también una evolución. Desde siempre, en la historia de la humanidad, la gente se ha organizado, se ha juntado para intentar transformaciones, y eso es lo que nosotros estamos tratando de hacer ahora mismo. Unir a las personas para que puedan reclamar sus derechos. Sólo que, esta vez, hemos querido hacerlo dentro de las instituciones políticas. Y es aquí donde podemos hablar de innovación, porque lo que lo que hacemos es intentar hacer llegar lo que ya existe en la sociedad a espacios a los que no llegaba antes. En este sentido, podemos considerar que nuestra opción política ha sido una mezcla de ruptura y de innovación.
Creo que la innovación es el resultado de una necesidad de encontrar respuestas a problemas sobre los que, obviamente, carecemos de ellas. Se habla mucho de innovación, pero cuando tú haces una campaña política, no puedes hablar de innovación. No puedes, por ejemplo, mencionar en tu discurso la palabra “experimentar”.
Nosotros la utilizamos una vez en campaña, en dos eventos electorales, y una mamá de una de las personas que estábamos en campaña nos dijo: “no usen esa palabra, la gente no quiere saber que van a experimentar, y menos con dinero público”. Claro que hay que comunicar que estás innovando y que estás experimentando en campaña, pero sin usar palabras como “experimentar”.
Creo también que, en temas de innovación política, enseguida se piensa en el uso de una aplicación o de tecnología, pero nosotros hemos constatado en repetidas ocasiones que una aplicación no te resuelve el problema de la participación ciudadana. Puede que se trate de una aplicación perfecta pero, si la gente no la usa, pues está obsoleta. En consecuencia, yo creo que innovación no tiene que ver necesariamente con tecnología, sino más bien en cómo, de manera creativa, consigues ser disruptivo. Pero no solo ser disruptivo por ser disruptivo –porque cualquiera puede hacer cosas muy locas—, sino hacer realmente cosas que tengan sentido para la gente, de manera que ellos puedan decir “a mí también se me podía haber ocurrido”. Son cosas más bien de sentido común, un sentido que yo creo que le hace mucha falta a la clase política.
El proceso político que hemos puesto en marcha en Valparaíso es, en cierta forma, disruptivo. Y, en este sentido, es también innovador. ¿Hasta qué punto significa una ruptura con algo? ¿O es simplemente una evolución de algo que ya estaba en marcha y que nosotros hemos catalizado? Creo que el proceso tiene algo de ambos componentes, algo de continuidad y algo de cambio.
Lo que pasó en Valparaíso con el triunfo del Movimiento Valparaíso Ciudadano supone, por una parte, la culminación de un largo trayecto de luchas en la ciudad, de luchas por la educación, de luchas por igualdad de género, de luchas sociales centradas en el cuestionamiento del modelo económico chileno, que se expresa en la ciudad de Valparaíso con toda su dureza.
Hablamos de al menos una década de maduración progresiva. Pero también es cambio, puesto que logramos irrumpir en el escenario político a partir de una práctica política nueva, distinta, la “primaria ciudadana”, que fue el instrumento a partir del cual la ciudadanía definió qué candidato quería para representar a toda esa gama de organizaciones y competir frente a los partidos tradicionales.
Éramos cinco candidatos, y cada candidato tenía un proyecto determinado. La gente votó y eso fue sumamente disruptivo, porque no se trató de una primaria como un ejercicio legal y casi simbólico, no: fue una práctica política, auto-gestionada, sin intervención del Estado, con todos los estándares de transparencia. Entonces, en este caso, creo que la innovación supone la combinación de la continuidad de un proceso, que viene de lejos, con una dinámica de cambio, que acaba materializándose.
Nosotros acuñamos, ya hace unos años, una frase de Simón Rodríguez que dice: “O inventamos o erramos”. Los militantes intentábamos muchas veces adecuar la realidad a nuestra teoría y no lo contrario, es decir, construir la teoría a partir de la práctica, y entender e incorporar lo que el territorio en sí mismo estaba demandando. Por eso creo que, dentro de Ciudad Futura, el rasgo más distintivo es esta nueva concepción del Estado y la sociedad y, sobretodo del futuro y del presente. ¿Cómo hacemos para construir hoy esa sociedad que queremos para mañana? ¿Cómo hacemos para no quedarnos meramente en la denuncia, o la impugnación de lo que está mal y dar señales a los ciudadanos –“pedacitos de Ciudad Futura”, decimos nosotros- , que den cuenta de cómo es la sociedad que queremos y que se puede realizar?
Los distintos partidos de izquierda son muy buenos a la hora de denunciar el sistema capitalista, el neoliberalismo, o el imperialismo a nivel internacional. Ahora, si no somos capaces de ofrecer una visión de futuro y de trazar un camino hacia ese futuro, nadie nos va a creer. Nadie va a entusiasmarse con nuestra propuesta. Y, en eso, nosotros llevamos adelante lo que llamamos Proyectos Prefigurativos, que son proyectos que existen aquí y ahora, en los territorios, sobre todo en la periferia de la ciudad de Rosario. Son proyectos que no solamente dicen, “Bueno, es importante la educación y el trabajo”, sino que lo demuestran. Tenemos en marcha, por ejemplo, dos escuelas de gestión social que permiten a jóvenes y adultos de los barrios de Rosario terminar sus estudios de enseñanza de nivel medio. Jóvenes de la periferia que no tenían quizás la posibilidad de un futuro; que quizás habían transitado por la educación pública o privada pero que, de alguna manera, terminaban desertando, terminaban yéndose, porque esas escuelas no les contenían. Hoy tienen una posibilidad. Desde hace siete años, esos jóvenes pueden no solo terminar sus estudios, sino construir un espacio de identidad colectiva y armar un proyecto de futuro.
Acá, en Argentina, ese modelo es ahora como la respuesta en términos de las reformas del sistema educativo. Cuando nos pusimos a estudiar cuáles eran las claves de la reforma del sistema, nos dimos cuenta de que eran lo mismo que nosotros hacíamos en la ciudad de Rosario. Que la clave por la que los pibes y las pibas terminaban la educación en nuestras escuelas era por la forma en que se abordan los contenidos, a partir de fenómenos sociales, de fenómenos políticos, y no solamente por materias, como hacíamos antes, sino a partir de la construcción horizontal de la educación.
Cuando esos alumnos entran en la escuela de gestión social, el poder, de alguna manera, está distribuido de manera horizontal. Hay una apropiación colectiva. El poder ya no es un poder sobre, sino que es un poder con. Los profesores y los estudiantes construyen no solamente la forma de abordar los contenidos pedagógicos, sino también la gestión misma de la escuela: la limpieza, el funcionamiento, los horarios... Ahora también funciona, en ese mismo espacio, un jardín de infancia por la mañana para los niños de 4 años. Entonces, hay ahí una apropiación del proyecto, que es una de las claves. Conseguir que un proyecto político pueda garantizar, en dos barrios populares, que más de 100 jóvenes terminen cada año sus estudios secundarios y empiecen a soñar con un proyecto de vida diferente, al margen del Estado, esa es para nosotros una clave de innovación política.
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