El ejemplo canadiense para la política económica española
Canadá es hoy el vecino sensato de Donald Trump. También es una sociedad con los equilibrios económicos suficientes como para afrontar los cambios vertiginosos provocados por la crisis. Canadá está bien estructurada para ello. Sus fundamentos económicos son buenos. El PIB per capita se situará este año en 43.600 dólares; la tasa de crecimiento, moderadamente atascada, estará en el 1,9%; la tasa de paro no llegará al 7%, y el déficit público estará en torno al 2%. Las razones para la satisfacción son preferentemente de orden estructural. La economía canadiense está dominada por los servicios, con un gran dinamismo en los mercados de telecomunicaciones, turismo e Internet. Y cuenta con un factor de crecimiento potencial intenso en las energías renovables (eólica).
No es una descripción gratuita; fotografía un país estable, con oportunidades de inversión muy sólidas en mercados que podrían interesar al capital español. De hecho, presenta algunas de las tendencias u oportunidades que debería explorar la economía española para modificar su patrón de crecimiento. Parece un ejemplo a seguir su programa de inversión en infraestructuras, una parte de la economía social que provee de servicios a los ciudadanos y, además, contribuye, por diversos procedimientos, a cortar las raíces del descontento. Por otra parte, la tecnología, otro gran empeño canadiense, crea empleos, siempre y cuando no se incentive la inversión de forma espuria con programas para los que no exista capacidad de financiación. Si el objetivo del país es disponer del 90% de economía limpia en 2030, es evidente que necesitará mucha inversión y tecnología en los próximos 12 años.
Además, gracias al CETA (Acuerdo Integral sobre Economía y Comercio), la relación comercial con España puede multiplicarse. No hay demasiada novedad en los mercados nacionales, que probablemente serán los más beneficiados: vino, frutas y verduras. Hay que insistir, no obstante, en que España tiene capacidad potencial para exportar tecnología energética. Sin entrar en demasiadas valoraciones de detalle, lo propio es considerar productos de más valor añadido para colocar en un país que apuesta su economía social a las energías limpias. Esa es, por cierto, la apuesta que debería realizar el Gobierno español en el ámbito energético. Sin embargo, es evidente, por consideraciones en las que no cabe entrar aquí, que no lo está haciendo. Al contrario, espanta con torpeza las inversiones en energía. Al no hacerlo, pierde oportunidades de inversión en España y de exportación de servicios a otros países, como Canadá.
El vecino del norte de Trump exhibe hoy por añadidura una imagen política reconocible en todo el mundo. Se opone al delirio proteccionista el presidente de Estados Unidos, defiende la economía global, pugna con el mismo Trump para renegociar el TLCAN —al presidente de EE UU no le gustan los tratados multilaterales, o sea, las obligaciones que implican— y soporta en consecuencia las intemperancias de la Administración actual del vecino del sur. Por ejemplo, las autoridades estadounidenses han impuesto un arancel del 220% sobre los aviones de transporte comercial de Bombardier. Con la tosquedad que define la trumpeconomía, el arancel daña considerablemente el suministro de componentes para los aviones que se fabrican, por ejemplo, en Europa.
Así pues, no se trata sólo de una oportunidad de negocio; Canadá también es una opción de política económica. La economía global frente a la aldea protegida de Trump.
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