Cuarta Revolución Industrial

La esterilidad masculina podría ser mayoritaria en cuestión de décadas

A doctor at the Alma Res fertility clinic in Rome works prepares eggs and sperm for an attempt at artificial insemination, June 7. [Italians will vote this weekend on a referendum that, if passed, would significantly change a controversial fertility law that has shattered traditional political alliances and prompted the new Pope Benedict to wade into the fray. The referendum aims to relax the law, one of the most restrictive in Europe.] Picture taken June 7. - RTXNJA2
Estevan Ordóñez

La cantidad de espermatozoides está cayendo desde hace más de cuarenta años según un estudio. Algunos cálculos pronostican que, de seguir la tendencia que expone el informe, para 2060 los hombres padecerán una escasa o inexistente capacidad de procreación. La información se ha extraído de 185 estudios de conteo de esperma efectuados entre 1973 y 2011: se ha examinado el semen de 43.000 hombres.

Suena a apocalipsis, a planteamiento de apertura de un relato de ficción futurista. En concreto, recuerda a El cuento de la criada: una serie que parte de la existencia de un mundo en el que apenas nacen niños (hay países que llevan años sin alumbrar una vida). Como consecuencia, en Estados Unidos se instala un régimen patriarcal totalitario cuyo objetivo es esclavizar a las mujeres fértiles para que se dediquen a parir para las élites yermas.

Es ficción, pero de producirse lo que algunos expertos encabezados por la Universidad Hebrea de Jerusalén temen, las consecuencias serían impredecibles. Si bien, en este caso, el causante de que dejaran de nacer niños sería el organismo de los hombres.

El doctor Hagai Levine es el responsable del estudio y opina que no se trata de un tema que podamos relativizar: «Si ignoramos el problema, no llegaremos lejos. No quiero predecir el futuro, pero debemos tomar esto muy en serio y actuar ahora», dice a Yorokobu. Levine teme que resbalemos a un círculo vicioso y dejemos aumentar la caída de espermatozoides. Le preocupa el efecto de los productos químicos y del medio ambiente sobre la fertilidad humana y la salud de los animales.

Específicamente, el estudio habla de una disminución de la concentración de esperma del 50 al 60% entre 1973 y 2011 en Norteamérica, Europa, Australia y Nueva Zelanda. Otras zonas del mundo, en cambio, parecen menos afectadas: Suramérica, Asia y África. Levine achaca esta diferencia a la carencia de datos con suficiente peso en esas áreas: «Debemos monitorizar los conteos de esperma en esas zonas, así que tendremos una respuesta en varios años».

¿Son la contaminación, el desarrollo industrial, los procesos químicos dentro de la industria alimenticia elementos propiciadores? «Es una explicación posible que debe ser explorada más a fondo», indica Levine. El estudio actual no aborda el punto de los desencadenantes, pero «los recuentos de esperma han sido previamente asociados con el medio ambiente y las influencias del estilo de vida, incluida la exposición a químicos durante la gestación o a pesticidas en los adultos; además del tabaquismo, el estrés y la obesidad», detalla.

El equipo investigador cree que examinar el número de espermatozoides puede servir «como un canario en una mina de carbón» para detectar riesgos más amplios para la salud de los hombres. Algunas teorías apuntan a que el problema podría originarse incluso antes de nacer. «Sabemos que hay un periodo crítico del desarrollo del sistema reproductivo masculino durante el embarazo temprano que es muy sensible al impacto del ambiente». También apunta al riesgo de «la exposición de sustancias perturbadoras a nivel endocrino como los ftalatos [usados en juguetes y lociones para bebés]».

Hay científicos que no se toman en serio este estudio de la Universidad Hebrea de Jerusalén: los procesos de recogidas de datos, afirman, no son fiables y se han sobredimensionado. Señalan, como explicó BBC, que la muestra es demasiado pequeña y cuestionan que el hecho de que los estudios que hablan de disminución de esperma tengan más posibilidades de ser publicados ha podido inclinar erróneamente la muestra.

Levine defiende su metodología: «Medir la concentración de esperma por recuento directo en una rejilla a través de un microscopio fue el método durante todo el periodo del estudio, y es el método recomendado por la OMS desde 1980». Pero contra esos cuestionamientos, Hagai recuerda que la investigación fue «muy bien recibida por la comunidad científica, que elogió la rigurosa metodología».

La respuesta, en su opinión, debe ser inmediata. Llegar a un punto de no retorno sería el principio de la extinción, a no ser que se invente una forma de generar esperma en un laboratorio. Hagai aboga por destinar equipos interdisciplinares a abordar el problema. «Debemos establecer una agenda de investigación y de recursos que atraiga a las mentes más brillantes en diversas áreas (incluyendo salud, pública, epidemiología, medicina, genética, estudios ambientales, veterinarios, de biología evolutiva…) para estudiar las causas».

Esto implicaría una revisión de los procesos industriales implicados. «Debemos cambiar nuestro paradigma con respecto a los químicos artificiales». Propone que los químicos solo entren en circulación cuando se pruebe que no daña la salud y la fertilidad. Ahora, en su opinión, no ocurre así.

También debe indagarse en qué estilos de vida arrecian el problema. Además de huir del tabaco, las drogas o la exposición a productos químicos o medicamentos perjudiciales a este respecto, propone «estar activo física y mentalmente, mantener una dieta y un peso equilibrados».

Son comportamientos de barrera: mantener la existencia más saludable posible hasta que se localicen con precisión las causas y pueda actuarse directamente sobre ellas. En definitiva, se trata de promover que se tome conciencia de la situación para evitar que, en un futuro próximo, situaciones hoy descabelladas e inasumibles como las que se narran en El cuento de la criada formen parte de la realidad.

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