Frases en apariencia inocuas que esconden desinterés
Hay ocasiones en las que una frase en apariencia neutra puede transmitir falta de interés o pasotismo. Este tipo de frases pueden crear un malestar en el receptor, que en un primer momento quizá no consiga detectar a qué se debe, ya que ha recibido una frase objetivamente «amable». Aquí algunos ejemplos y los motivos de su nocividad.
Ejemplo contextualizado:
—¿Te apetece venir el próximo viernes al cine con nosotros?
—Vale, recuérdamelo.
Es una de las frases menos consideradas que alguien puede decir a un compañero, a una pareja o a un amigo, y he aquí por qué.
Cuando pides a otro que te recuerde algo, estás diciéndole implícitamente que el asunto no te importa lo suficiente como para hacer lo necesario para no olvidarlo (por ejemplo, ponerte una alarma o anotarlo). Además, depositas en él la responsabilidad: si incumples el plazo o faltas a la cita, será «culpa» del que no te lo ha recordado.
Demuestra, también falta de respeto por el tiempo de los demás: como si al otro le costara menos estar pendiente del asunto que a ti. Por si fuera poco, la frase sitúa al que lo dice en una situación de superioridad: «si de verdad te interesa que yo haga eso o vaya allí, esfuérzate y recuérdamelo».
No hay por dónde cogerla, excepto si la dice un superior a alguien que está a su cargo, ya que el trabajo de este último consiste en prestar ese servicio (entre otros) a su jefe.
Ejemplos contextualizados:
—¿Cuándo vamos a ese vegetariano que me dijiste?
—¡Cuando quieras!
—A ver si me invitas un día a tu piscina.
—¡Cuando quieras!
Salvo contadas excepciones, «ven cuando quieras» no significa lo que dice textualmente. No es una invitación a que la persona invitada aparezca, en efecto, cuando le plazca. Si eso ocurriera, seguramente el primero se mostraría muy sorprendido.
«Ven cuando quieras» denota, en el mejor de los casos, pereza por concretar en ese momento una fecha y una hora y, en el peor, la esperanza de que la otra persona nunca tome la iniciativa y ese «cuando quieras» se traduzca en un «nunca».
Si realmente te apetece ese plan que te proponen, es mejor demostrarlo concretando una fecha o haciendo un resumen de tus preferencias horarias en las próximas semanas, por ejemplo.
Parece la más inocente de las preguntas. Pero, en serio, ¿todo? ¿Quieres que alguien responda qué tal le va absolutamente todo en la vida? «Qué tal todo» suele querer decir «a no ser que tengas algo de extrema importancia que contarme, di que “bien” y acabemos con esto cuanto antes».
“Qué tal todo” suele querer decir “a no ser que tengas algo de extrema importancia que contarme, di que bien y acabemos con esto cuanto antes”Imagina que alguien empezara a contar realmente qué tal le vatodo, iniciando así una conversación interminable.
La inutilidad de esta pregunta se incrementa si el que la hace solo permite un «bien» como respuesta. Por ejemplo, si asiente con la cabeza y sonríe al tiempo que la hace («¿qué tal todo, bien?»), o si la dice mientras pasa cerca del receptor, sin detenerse a escuchar una respuesta más larga que el monosílabo.
Como alternativa a esto, se pueden buscar un par de temas sobre la otra persona por los que interesarse: «¿sigues en ese trabajo? ¿Qué está haciendo ahora tu hermano?» Mostrarás mucho más interés y la conversación, aunque breve, será provechosa. La gran mayoría de los «bien» que van tras los «qué tal todo» son, forzosamente —porque es difícil que todo vaya bien—, falsos.
Estas formas de posponer algo que te da pereza son tan comunes que parece increíble que el que las dice no sepa que el receptor está percibiendo claramente su desgana. A no ser que esa sea precisamente su intención (que el receptor pille la indirecta).
Si realmente no quieres escabullirte, sino que solo tienes algo de pereza por concretar los detalles, quizá sea mejor evitar estas fórmulas que denotan vaguería y falta de interés y hacer un pequeño esfuerzo por ser más claro: por ejemplo, exponiendo el asunto que hace que no puedas decidirte todavía.
Un gran porcentaje de las veces que alguien dice «imposible» o «no se puede», el asunto en cuestión está lejos de ser imposible. A menudo se usan estas fórmulas absolutas precisamente para disuadir al otro de encontrar una vía cuando algo es difícil en el caso de que, por el motivo que sea, a uno no le apetece esforzarse por ello.
«Imposible», como cualquier otro término absoluto, es antipático y desagradable. Sobre todo porque lo etiquetado como «imposible» es, a menudo, solo difícil.
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Ya hablamos en alguna ocasión de las disculpas falsas. Esas en las que el que se disculpa hace una carambola para acabar depositando la culpa en el otro. Esos reproches disfrazados de disculpas que en realidad no admiten ninguna culpa, del estilo de «siento que esto te haya molestado».
También de las frases en apariencia inocentes que encierran maldad.
Valga esta reflexión como una nota para que los que usan estas frases sepan que, a menudo, se les «ve el plumero».
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