Cómo las ciudades inteligentes nos hacen más ricos, más verdes, más sanos y más felices
Image: REUTERS/Fabrizio Bensch
Recientemente se ha cumplido un hito en la historia de la humanidad. Por primera vez en la historia, a partir de 2007 la proporción de la población mundial que vive en ciudades ha superado a la población rural. Este hecho es consecuencia del rápido crecimiento económico que está teniendo lugar en los países en vías de desarrollo, como China e India en Asia, Brasil y otros muchos países de Latinoamérica, e incluso Sudáfrica y distintas regiones africanas.
Según estimaciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en 2030 las poblaciones de las ciudades de África y Asia se habrán duplicado, agregando 1.700 millones de personas, es decir, una cantidad superior a la suma de las poblaciones de China y de los Estados Unidos. La población urbana pasará a representar alrededor del 60% de la población mundial total.
Estas cifras ilustran la importancia capital de la urbanización en los procesos de desarrollo económico, e indica que los esfuerzos por reducir la pobreza global en el futuro deberían concentrarse en el mundo urbano, y no tanto en el rural.
Al mismo tiempo, este rápido proceso de urbanización levanta grandes preocupaciones entre diversos sectores de la sociedad. ¿Acaso no son las ciudades los espacios en los que se daña más al medioambiente, se disfruta de una peor calidad de vida debido al estrés y múltiples problemas de salud, y malviven grandes bolsas de pobreza extrema en un contexto de grandes desigualdades? Además, el éxodo masivo de personas del mundo rural a las ciudades puede generar graves problemas de hacinamiento, epidemias, congestiones, etcétera.
Según el economista de Harvard Edward L. Glaeser –uno de los mayores expertos en economía urbana en la actualidad- estas preocupaciones son exageradas y no responden a la lógica económica ni a la evidencia empírica; una mayor “densidad urbana proporcionada el camino más claro para pasar de la pobreza a la prosperidad”, afirma (p. 1). Pero lo que es peor, en numerosas ocasiones llevan a los policy-makers a implementar medidas contraproducentes. Esta es una de las tesis más importantes de su reciente libro, The Triumph of the City: How Our Greatest Invention Makes Us Richer, Smarter, Greener, Healthier, and Happier.
Como se desprende de su título, para Glaeser las ciudades son el invento más importante que ha producido la civilización en su historia. Gracias a ellas las sociedades han podido progresar hacia mayores cotas de libertad, prosperidad y bienestar económico y social. Así ha ocurrido desde hace miles de años hasta la actualidad, desde las polis griegas como punto de encuentro de los grandes filósofos de la época, a la tolerante y próspera Córdoba durante parte de la Edad Media, pasando por las dinámicas e innovadoras Nueva York o Bangalore en la actualidad.
Según el autor, las ciudades ante todo son espacios de convivencia. Esta característica es la que con más énfasis se destaca a lo largo de todo el libro: las ciudades nos permiten conectar con el prójimo satisfaciendo la necesidad inherente de los seres humanos de socializarnos; compartir nuestras experiencias, cooperar, aprender, enseñar, y en resumen, convivir con los demás y disfrutar del contacto directo, cara a cara. Todos estos aspectos explican por qué la población se concentra en las ciudades, ya que al fin y al cabo, somos seres sociales.
No es de extrañar, por tanto, que sean las ciudades una enorme fuente de innovaciones, donde las ideas y el conocimiento fluyen y se generan de forma más dinámica.
Pero para que puedan surgir y consolidarse estas innovaciones es necesario que exista una población cualificada, además de emprendedora. Así, el éxito de las ciudades está muy ligado con la calidad del capital humano de sus residentes, siendo ésta más importante incluso que las infraestructuras físicas.
El ascenso de Silicon Valley como clúster de las empresas de tecnologías de la comunicación más potentes del mundo ilustra bien este punto. En este caso, el papel que tuvo la Universidad de Stanford en proporcionar profesionales excelentemente preparados y cualificados para iniciar actividades empresariales en el sector fue sobresaliente. Pero, como señala Glaeser, a los jóvenes universitarios se unieron otras personas sin una notable formación universitaria reglada, pero con un gran espíritu empresarial, quienes también jugaron un papel crucial en el nacimiento de Silicon Valley. El éxito de la ciudad de Boston, con dos de las universidades más importantes del panorama mundial en su haber, como son Harvard y el MIT, también aporta evidencia acerca de la importancia de contar con universidades de gran calidad para el buen desempeño de las ciudades.
Pero el fascinante caso de Silicon Valley también sirve para ilustrar dos puntos adicionales. Por un lado, que factores exógenos como el clima pueden tener un impacto más importante del que a veces pensamos sobre la localización de la actividad económica. Así, Glaeser destaca el excelente clima de Santa Clara como factor que contribuyó a la localización de Silicon Valley.
Por otro lado, como se ocupa en enfatizar el autor, las nuevas tecnologías de comunicación (TIC) no han reducido la demanda de la proximidad física. Si hay un lugar en el mundo donde se hace uso de las TICs más avanzadas, ése es Silicon Valley, y sin embargo, el contacto cara a cara allí es altamente valorado. La cercanía física en las relaciones conduce a una mayor confianza y cooperación que en su ausencia. Pero su punto fundamental es que ambos tipos de comunicación no son sustitutivos, sino complementarios: innovaciones tan importantes como la imprenta, el telégrafo o el teléfono, a pesar de haber reducido espectacularmente el coste de la comunicación a distancia, no han hecho el mundo menos urbano reduciendo la demanda del contacto cara a cara.
No obstante, a pesar de todas estas ventajas que hemos señalado de las ciudades, éstas en ocasiones no tienen buena prensa, especialmente por las bolsas de pobreza que existen en ellas, y por las preocupaciones medioambientales. A estos dos aspectos dedica Glaeser un buen número de páginas en las que desfilan numerosos argumentos convincentes e ingeniosos, aunque aparentemente contraintuitivos.
Nadie duda de la existencia de grandes desigualdades y de bolsas de pobreza en las ciudades de los países en vías de desarrollo como Rio de Janeiro, o incluso, aunque en menor medida, en ciudades de países desarrollados como Nueva York. Sin embargo, concluir que estas ciudades son generadoras de pobreza por sí mismas sería equivocado.
En lugar de ver simplemente las condiciones en las que viven los pobres de Rio de Janeiro, deberíamos tener en cuenta cuáles son las condiciones de los pobres en el mundo rural. Y los datos parecen mostrar que en el mundo rural la intensidad de la pobreza es sensiblemente peor que en las ciudades. Y lo más importante; las ciudades ofrecen mayores oportunidades en el presente y mejores perspectivas de éxito de futuro que el mundo rural. Todo esto lleva a Glaeser a enunciar lo que él denomina como la “gran paradoja de la pobreza urbana”.
En ocasiones, las políticas públicas destinadas a reducir la pobreza en las ciudades, acaban causando más problemas que soluciones, muchas veces por sus consecuencias imprevistas. Un ejemplo de ello es el pésimo sistema escolar norteamericano de colegios públicos locales que actúan de monopolios, que genera segregación en los jóvenes y es un lastre para el buen desempeño de las ciudades. El denominador común que tienen las malas políticas es que no comprenden el complejo fenómeno de las ciudades. De lo que se trata no es de ayudar a las áreas pobres, sino de ayudar a la gente pobre. Como dice en otro lugar Glaeser, “las ciudades no son estructuras, las ciudades son personas (p. 9). Una ciudad no prospera construyendo grandes cantidades de edificios e infraestructuras magníficas desde la autoridad política competente, sino satisfaciendo las demandas de la gente, tarea en la que los gobiernos no tienen un papel principal más allá de unos mínimos.
Una ciudad no prospera construyendo grandes cantidades de edificios e infraestructuras magníficas desde la autoridad política competente, sino satisfaciendo las demandas de la gente
”Señala, además, que las soluciones a los problemas urbanos, derivados de la marginalidad y la pobreza extrema, suelen provenir de iniciativas locales, debido, por un lado, a que la gente que vive cerca de esos problemas tiene unos incentivos más adecuados para resolver sus problemas, pero además, a que poseen un conocimiento local y concreto que normalmente no poseen los burócratas de Washington, DC. Así enfatiza la importancia de los social entrepeneurs, como los de Harlem Children’s Zone.
Con todo, Glaeser no esconde los graves problemas que sufren las ciudades de los países en vías de desarrollo. Éstas no solo son ventajas, sino que también generan problemas potenciales que deben tenerse en cuenta. Los más evidentes son la mayor posibilidad de contraer enfermedades contagiosas –por la alta densidad-, la contaminación, la congestión del tráfico o el crimen. Todas las ciudades a lo largo de la historia se han enfrentado con estos problemas, y en gran medida los supieron resolver, no sin grandes esfuerzos e intervenciones gubernamentales contundentes. El reto principal al que se enfrentan las ciudades de los países emergentes es conseguir la infraestructura necesaria para proveer de agua limpia de calidad –fundamental para la salud pública-, y reducir el crimen para dotar de seguridad a los espacios urbanos.
"Cuando el sector público no responde por completo a las consecuencias de millones de pobres agrupados en una sola metrópoli, las ciudades pueden convertirse en lugares de horror, donde los criminales y las enfermedades vagan libremente", explica el autor.
Otra de las grandes preocupaciones que levantan las ciudades es su impacto medioambiental. Desde buena parte del ecologismo se apunta a las grandes metrópolis –manifestación del “capitalismo salvaje”, según ellos- como las máximas responsables de la contaminación y maltrato del medioambiente. En estos grupos son comunes las opiniones de que un mundo rural sería mucho más sostenible ecológicamente.
Sin embargo, Glaeser considera esta visión como un mito: las ciudades no solo hacen prósperas las sociedades, sino también las hacen más verdes."Manhattan y el centro de Londres y Shanghai son verdaderos amigos del medio ambiente".
Pero donde verdaderamente es importante este concepto de ciudades sostenibles es en China e India. El modelo de crecimiento de las ciudades que tengan estos dos países en las próximas décadas será determinante sobre el impacto en el medioambiente. ¿Decidirán vivir en suburbios a las afueras de las ciudades, o en las mismas ciudades densamente pobladas? Si es lo primero, Glaeser vaticina que las emisiones de dióxido de carbono en términos mundiales se dispararán.
En este sentido, Glaeser dedica un capítulo a tratar las ventajas de construir rascacielos, a lo alto (building in), en lugar de casas bajas, hacia afuera (building out). Pero lo que es más destacable es su crítica hacia las regulaciones que restringen la construcción de nuevas viviendas y edificios, sustentadas bajo el llamado preservacionismo que existe en ciudades como París o Nueva York.
No obstante, los efectos dañinos de estas regulaciones se notan más en países en vías de desarrollo. Un caso paradigmático al que Glaeser presta especial atención es el de Mumbai, la ciudad más poblada de India. En esta ciudad las restricciones regulatorias que existen prohíben construir más de 1,33 plantas, forzando a construir hacia afuera en lugar de hacia arriba, con efectos desastrosos, empezando por el agravamiento de los problemas de congestión del tráfico, y siguiendo por el encarecimiento del suelo y la vivienda.
Todas estas políticas públicas perjudiciales fallan en comprender el fenómeno de las ciudades en sus dimensiones sociales. Los encargados de los gobiernos locales y nacionales deberían leer este libro para no ejecutar medidas contraproducentes. Los ecologistas también harían bien en repensar su crítica a ultranza de las ciudades, y pasar hacia un “smarter environmentalism” que tenga en cuenta los efectos de las políticas más allá de los inmediatos, previstos y visibles, y que incorpore los incentivos en su forma de pensar. Asimismo, proporciona ideas tremendamente interesantes para los interesados en el desarrollo económico: cómo los procesos de desarrollo van acompañados necesariamente de la urbanización, los problemas que ello conllevan, las nefastas políticas e instituciones que existen en esos países y que dañan gravemente a su población, etcétera.
En definitiva, todos aquellos que deseen comprender mejor el entorno en el que viven, ganarían mucho introduciéndose en las páginas de este gran libro. Principalmente porque te hace ver las ciudades de una forma diferente, a valorar mejor sus beneficios y potencialidades –pero también sus costes- y a entender mejor el “triunfo de la ciudad”.
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Kimberley Botwright
11 de noviembre de 2024