Milenials: ni tan generación, ni tan preparada, ni tan perdida

Borja Ventura

Si la palabra milenial fuera una marca comercial, en España el eslogan que iría de coletilla detrás sería «la generación más preparada de la historia». El problema es que ambas cosas son más bien discutibles. La primera, porque no se sabe definir bien qué es un milenial y qué le da razón de ser, y la segunda porque una generación tan supuestamente preparada no debería tener tantos problemas para encajar en la sociedad actual. ¿O sí?

Pero vayamos por partes. Milenial es el nombre moderno (en inglés y que suene a futuro) que se ha dado a la generación de los nacidos entre 1982 y 2004, más o menos. Sí, 22 años de generación, que un milenial de primera hornada podría estar teniendo un hijo tardomilenial si se descuida.

Por poner cifras, según el INE, casi uno de cada cuatro españoles sería milenial… y eso que el nuestro es un país envejecido. Hay quien reduce un poco la horquilla (tampoco mucho) y define un grupo intermedio entre la Generación X precedente y los milenials, y habla de los ‘xennials’ (aún más futurista como nombre). Este grupo, que abarcaría entre 1977 y 1983, serían los nacidos en un mundo analógico que aprendieron a crecer en un mundo digital.

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La de los ‘xennials’ no es la única división ni los milenials la única —digamos— generación con nombre molón. Bueno, los baby boomers no molan mucho como nombre, pero lo de generación X tiene su aquel. La idea es, en general, agrupar a la gente nacida durante un periodo de tiempo que supone una casi ruptura con otro anterior por algún tipo de cuestión.

Las guerras europeas y mundiales, la estabilidad paulatina de finales del siglo pasado y la irrupción tecnológica suponen, según esa idea, grandes divisiones que justifican las generaciones. A grandes rasgos, y atendiendo a esa revolución tecnológica, si tienes entre 13 y 35 años eres parte de algo (más o menos) común. Esa es la idea.

El problema es que, en realidad, ni siquiera comparten su supuesto rasgo definitorio, que es ser digitalmente competentes. Porque muy mayoritariamente saben usar las nuevas tecnologías, pero otra cosa muy distinta es que sepan aplicarlo de una forma que encaje en el contexto social y laboral actual.

Algunos sí, y ejemplos de milenials triunfadores sobran, gente que ha cambiado y mejorado muchísimas cosas y a quienes el mundo actual —ese que les denosta— les debe mucho. Aunque a veces se transmita lo contrario, si es que esa generación milenial existe en realidad, no es ni mucho menos una generación fracasada.

Pero entre tanta modernidad, y centrándonos en el caso español, hay un efecto añadido a la tecnología que otorga cierta singularidad a estas generaciones: la crisis o las crisis. De la misma forma que la educación de la dictadura imprimió carácter a fuego a los jóvenes de los años 40 y los 50, la transición lo hizo a los jóvenes de los 60 y 70, la crisis lo hace en los milenials.

Eso, y la nueva forma social de vivir: lo de tener un hijo a los 22 que decíamos antes seguramente te ha escandalizado si eres milenial, cosa que tus padres hubieran visto normal. Ahora lo normal es ver a alguien de treinta y muchos (un tardomilenial) saliendo de fiesta y ‘empezando a plantearse’ lo de tener familia, aunque su cuerpo empiece a dejar de ser fértil. La sociedad cambia; la naturaleza, no.

Ese cambio social tiene que ver con el aumento de esperanza de vida (vivimos más), la prolongación de la escolaridad (estudiamos más años porque casi todo el mundo va a la universidad, muchos hacen másteres e incluso unos cuantos hacen doctorados) y con cierta idea de eterna juventud (idea que tus resacas se encargarán de recordarte que tu cuerpo no comparte).

Pero hay una parte menos ociosa y es esa singularidad de la crisis: mucha gente no da el paso de ser joven a ser adulto porque sigue siendo dependiente económicamente, quizá porque sigue estudiando, quizá porque no tiene trabajo —quizá porque lo tiene pero no puede costearse la vida—. Tanto es así que casi un cuarto de los milenials sigue viviendo en casa de su familia tras superar la edad universitaria.

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Así las cosas, lo de «la generación más preparada de la historia» apreció como coletilla en nuestro país a modo de protesta ante una sociedad que había dejado de lado a toda una generación. La crisis hizo que muchos no encontraran su primer empleo, pasaran años desempleados y hayan tenido que renunciar a sus vocaciones. La crisis hizo que muchos emigraran. La crisis hizo que su formación educativa de años y años no valiera para encontrar trabajos adecuados a su formación.

Pero en realidad la crisis, con toda su crueldad, es como la naturaleza aunque en versión social: tú puedes creer que estás preparado, pero si no eres capaz de sobrevivir, quizá no lo estés. Los sueldos (bajísimos comparados con la media y con las generaciones mayores) dan una idea de cómo de crítica es la situación.

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Eso no es ni mucho menos culpa solo del milenial de turno: él es parte de un sistema que le indicó que la vida era así. Es cierto que muchas veces la educación actual no encaja con lo que la sociedad demanda (porque no, no hay hueco para tanto abogado, psicólogo, periodista o historiador del arte), y renvientarse y adaptarse es una condición necesaria para sobrevivir que no todos logran alcanzar. La preparación real, al final, es eso, por más rabia que dé.

De todas formas, no todo son malas noticias. Es cierto que muchos no encuentran un hueco laboral correspondiente a sus estudios, pero los datos muestran que la educación superior sí abre puertas y que, además, los efectos de la crisis se van paliando poco a poco… aunque sea a costa de trabajos precarios (lo cual no es, en realidad, una solución).

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Como muestra un botón: el INE recoge una estadística acerca de la situación laboral en 2014 de quienes estudiaban carreras universitarias tres años antes y tres cuartas partes de ellos trabajan. Otra cosa interesante, volviendo al hilo de la nada desdeñable precariedad, es saber cuántos de ellos lo hacen en condiciones dignas o —poniéndonos románticos— cuántos de ellos lo hacen en aquellas disciplinas para las que estudiaron y que supuestamente colman sus vocaciones.

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Todo esto no es nuevo: algunos ya hablaban allá por 2010, con la crisis empezando a enseñar su cara más cruel, de esa supuesta «generación más preparada de la historia» en riesgo de convertirse en una generación perdida: años de recursos y esfuerzos que no iban a encontrar salida. Pero una cosa es ser la generación más escolarizada y otra muy diferente ser la más preparada… aunque efectivamente no pudieran prever lo que iba a suceder.

En cualquier caso, es difícil poder medir realmente cómo de grande ha sido el agujero social de la crisis porque no existen todavía estudios actualizados. La estadística de la enseñanza universitaria en España data de 2011, justo cuando la crisis estaba en su apogeo, y el estudio sobre la incorporación de estudiantes al mercado laboral se quedó en 2009.

Otras investigaciones se limitan a ver si se trabajaba o no mientras se estudiaba. Habrá que ver también cuando pase el tiempo si esa generación supuestamente distinta por haber nacido en un mundo digital ha sido capaz de transformar y adaptar la sociedad a sus capacidades, habida cuenta de que el camino contrario ha sido complicado.

Hay algo que sí comparte esta generación con las precedentes: encontrarse con los recelos de los que les precedieron, como recientemente se vio en una columna en El País —un medio de comunicación poco milenial—, que tuvo respuestas en ElDiario.es o en El Confidencial —medios algo más milenials—. Toda generación cuestiona a la anterior, toda generación denosta a la siguiente. Eso sí es parte de lo que define a una generación.

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