Empleos y el Futuro del Trabajo

Las pausas en el trabajo son buenas, aunque tu jefe no piense lo mismo

Mariángeles García

Tienes un montón de trabajo. Los emails se acumulan y el calendario te recuerda que te quedan unas horas para entregar ese proyecto que te está consumiendo. Llevas horas dedicado a la tarea. ¿Qué debes hacer, seguir con la nariz pegada a la pantalla y las manos dándole al teclado hasta que te sangren los dedos? Un jefe de esos que cumplen con el estereotipo te diría que sí, que le des duro, García, que no llegamos. Pero no podríais estar los dos más equivocados, si le haces caso.

No se trata de provocar una rebelión en la oficina, sino de exponer lo que cada vez más estudios dicen al respecto. Las pausas en el trabajo no solo son buenas, sino también necesarias; y contribuyen a aumentar la creatividad y la productividad del trabajador.

Así lo explica en el New York Times Johh P. Trougakos, profesor auxiliar de gestión en la University of Toronto Scarborough y la Rotman School of Management, quien compara el cerebro con un músculo. Igual que necesitas parar tras una serie de rutinas cuando vas al gimnasio a criar cachas, tu cerebro necesita también esa recuperación entre esfuerzo y esfuerzo.

No se trata de ponerse a hacer sudokus como locos para entrenarlo, sino de hacer un break, como dicen los finos. Levantarse, ir a tomar un café, charlar unos minutos distendidamente con algún compañero que necesite hacer una parada… Incluso, si fuera posible, salir a dar un paseo corto para estirar las piernas y oxigenar la mente.

Aquí es cuando al jefe se le arruga el morro. Pero, tranquilo, señor directivo de cualquier empresa, que no se trata de echar cara al asunto y dedicar la mañana (y/o la tarde entera) a tocarse el bolo a dos manos con la excusa de que se necesita descansar. Una pausa de 15 o 30 minutos, según los convenios de empresa y dependiendo del tiempo que hayamos estado concentrados y del que vayamos a estar después, puede bastar para coger aire y seguir en la carrera contra reloj de la entrega.

Vamos, lo que los más sabios llaman «la hora del cafetito», que de hora no tiene nada y sí de 30 minutos según cada convenio. Que García aproveche para echarse un cigarrito, tomarse el café con Abad y charlar de lo humano y lo divino durante ese tiempo no solo no perjudicará a su rendimiento, sino que será bueno para los intereses de su empresa ya que ambos empleados volverán al trabajo con más energía.

Ocurre también que García, que sabemos que es una persona responsable donde las haya, cumplidora y leal con su empresa y su trabajo, puede sentirse culpable por tener la sensación de estar perdiendo un tiempo precioso mientras se toma el piscolabis mañanero. No debemos confundir horas sentados frente a un ordenador con productividad. Nuestro cerebro necesita hacer un alto para tomar impulso.

Las opciones, explica Trougakos en el artículo del New York Times, son varias: ir a leer un ratito a otra habitación donde no haya ni teléfonos, ni ordenadores, ni compañeros pidiendo ayuda; zamparse con deleite ese pincho de tortilla que preparan en el bar de abajo o incluso salir a estirar las piernas dando una vuelta a la manzana. Seguro que a la vuelta, García volverá a la carga como si no llevara horas currando.

También es importante saber identificar cuándo necesitamos esa pausa. Suele ocurrir si nos mostramos dubitativos al contestar a preguntas sencillas, cuando nuestros ojos dejan de ver lo obvio escrito en el papel o en la pantalla o cuando nuestra atención decae. Deberíamos tomar esos descansos antes de llegar a esa situación. La pausa será menor y la recuperación, más rápida.

Pero, ojo, no confundamos hacer una pausa (o dos, si el trabajo es muy intenso y el cuerpo nos lo pide) con procastinar indecentemente o echarle morro al asunto olvidando que a la oficina se va a currar y no de visita social entre despacho y despacho. Tampoco es obligatorio dejarlo todo y establecer tiempos de descanso por norma si nuestra atención y capacidad cerebral no precisan de ellos.

James A. Levine, profesor de Medicina en la Clínica Mayo, recuerda, sin embargo, que la mayoría de trabajadores no tiene en cuenta la necesidad de hacer un alto en el trabajo. Levine indica que los humanos somos animales móviles, que necesitamos un poquito de acción. Por eso, sobre todo en trabajos sedentarios, este profesor de Medicina recomienda levantarse de la silla de vez en cuando y caminar un poco para estirar las piernas.

El doctor Levine es un defensor de las siestas, aunque hace una puntualización: solo si están permitidas por la dirección de la empresa. Y cuando decimos siestas nos referimos a esas cabezadas de 15 minutos que nos recargan las pilas, no las que decía Camilo José Cela de «pijama, padrenuestro y orinal». En opinión del profesor, a pesar de que pueda percibirse a quien las hace como un vago, estos sueños cortos que los españoles llevamos en nuestro ADN son buenos porque aumentan nuestra creatividad.

En lo que se refiere a productividad y creatividad, Levine asegura que cada uno tenemos nuestras propias capacidades y anima a los directivos de empresa a que fomenten entre sus trabajadores el establecimiento de ciertas rutinas de descanso. Por ejemplo, trabajar a saco durante 15 minutos y hacer una pausa, y repetir estas rutinas en varios ciclos al día es algo que funciona ya que, según explica, «el proceso de pensamiento no está diseñado para ser continuo».

Esos descansos pueden provocar lo que llama «destellos de genialidad» en los trabajadores, como cuentan que le pasó a Einstein, que concibió la teoría de la relatividad mientras montaba en bicicleta.

No se trata de convertirnos en genios, pero si hacer un descanso de vez en cuando mientras trabajamos ayuda a mejorar nuestro rendimiento, ¿qué hay de malo en que García quede con Abad en la sala de descanso para tomarse un café y charlar de cómo ha ido el fin de semana el tiempo que se tarda en vaciar la taza de Mr. Wonderful que le regalaron por Reyes sus hijos?

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