Geografías en profundidad

Una oportunidad para la reforma en Europa

European and national flags fly outside the European Parliament while European Commission President Jean-Claude Juncker presents a white paper on options for shoring up unity once Britain launches its withdrawal process, in Brussels, Belgium, March 1, 2017. REUTERS/Yves Herman - RTS10Z4B

Image: REUTERS/Yves Herman

A. Michael Spence
Philip H Knight Professor Emeritus and Senior Fellow at the Hoover Institution, Stanford Graduate School of Business

El resultado de la primera vuelta de la elección francesa fue más o menos el esperado: el centrista Emmanuel Macron terminó primero, con el 24% de los votos, derrotando por estrecho margen al derechista Frente Nacional de Marine Le Pen, que obtuvo el 21,3%. De no mediar imprevistos políticos (como lo que le sucedió al favorito anterior, el conservador François Fillon), es casi seguro que el 7 de mayo Macron ganará la segunda vuelta contra Le Pen. La Unión Europea parece a salvo... por ahora.

Con el europeísta Macron aparentemente en camino de ocupar el Elíseo (los candidatos de derecha e izquierda del establishment que perdieron en la primera vuelta ya le dieron su apoyo), la amenaza inmediata para la UE y la eurozona parece haber remitido. Pero no es tiempo de bajar la guardia. A menos que Europa resuelva las deficiencias de sus pautas de crecimiento e implemente reformas urgentes, es casi seguro que a futuro su supervivencia seguirá estando cada vez más amenazada.

Como ya ha dicho muchas veces, las elecciones francesas, igual que otras votaciones clave del año, fueron un rechazo a los partidos políticos establecidos: Fillon (de los Republicanos) salió tercero, con cerca del 20% de los votos, y Benoît Hamon (del Partido Socialista) terminó quinto, con menos del 6,5%. En tanto, el euroescéptico de izquierda Jean-Luc Mélenchon obtuvo el 19,5%, con lo que el porcentaje total de votantes que eligieron candidatos de partidos no tradicionales (Le Pen, Macron y Mélenchon) llega a casi 65%.

A diferencia de las votaciones del año pasado para el Brexit en el Reino Unido y la elección de Donald Trump en Estados Unidos, resultados que fueron impulsados por votantes adultos de clase media, en Francia el rechazo al establishment fue mayoritariamente joven. En la franja de 18 a 34 años, Mélenchon (que hasta ahora se negó a apoyar a Macron para la segunda vuelta) recibió aproximadamente el 27% de los votos. Le Pen fue la segunda candidata más popular entre los votantes jóvenes, especialmente los de menor nivel de educación.

Esta tendencia no es exclusiva de Francia. En Italia, el Movimiento Cinco Estrellas, euroescéptico y antisistema, superó en las últimas encuestas al centroizquierdista Partido Democrático, y tiene un considerable nivel de apoyo en la población joven. Y en el referendo de diciembre pasado, los votantes más jóvenes representaron una importante proporción de los votos contra las reformas constitucionales (o lo que es casi lo mismo, contra el entonces primer ministro Matteo Renzi, que había apostado su supervivencia política a esas reformas).

Es verdad que incluso en un contexto de desempeño económico pobre y menguante, los partidos populistas sólo pueden concitar apoyo hasta cierto límite, que es insuficiente para formar gobierno. Pero el avance (particularmente entre los jóvenes) de partidos y candidatos contrarios al statu quo muestra una profunda polarización política de la que derivan problemas de gobernabilidad capaces de impedir las reformas.

Sin embargo, precisamente reformas se necesitan para resolver estas tendencias, reflejo de problemas fundamentales en las pautas de crecimiento imperantes. En Francia, Italia y España, el crecimiento es demasiado lento, el desempleo es alto, y el desempleo juvenil es incluso mayor. La tasa de desempleo juvenil en Francia es cercana al 24%, con tendencia a reducirse muy lentamente. El desempleo juvenil en Italia está en 35%, y supera el 40% en España.

Estos países cuentan con sólidos sistemas de seguridad social; pero estos protegen mucho más a los trabajadores ya instalados en el mercado laboral que a los ingresantes. Y las reformas implementadas para facilitar el acceso al trabajo son insuficientes en un contexto general de poco crecimiento.

Si no se implementan reformas más profundas, es de prever, por simple aritmética demográfica, que la proporción de población marginada y antisistema aumentará

Si no se implementan reformas más profundas, es de prever, por simple aritmética demográfica, que la proporción de población marginada y antisistema aumentará (a menos que los jóvenes de hoy cambien de ideas al envejecer). La pregunta es si esta tendencia llevará a una auténtica disrupción del statu quo o solamente a una polarización política que debilitará la capacidad de gobierno.

La solución a los padecimientos de las economías europeas parece clara: un conjunto de reformas que aliente pautas de crecimiento más vigorosas y mucho más incluyentes. Al fin y al cabo, aunque la globalización y la tecnología provoquen despidos de trabajadores, un crecimiento suficiente puede asegurar que el nivel de empleo general se mantenga. A tal fin, se necesitan reformas tanto en el nivel nacional cuanto en el paneuropeo.

Cada país de la UE tiene características propias, pero en todos son urgentes ciertas reformas obvias. En particular, hay necesidad general de reducir la rigidez estructural, que ahuyenta la inversión y obstaculiza el crecimiento. Para una mayor flexibilidad, es necesario independizar en gran medida los sistemas de seguridad social de su conexión con puestos de trabajo, empresas y sectores específicos, y reconstruirlos en torno de las personas y las familias, los ingresos y el capital humano.

El resto de la agenda nacional de reformas es complejo, pero el objetivo es simple: alentar la inversión privada. Esto incluye cuestiones como la reforma regulatoria, la lucha contra la corrupción, y la inversión pública (especialmente en educación e investigación).

Cada país de la UE tiene características propias, pero en todos son urgentes ciertas reformas obvias. En particular, hay necesidad general de reducir la rigidez estructural, que ahuyenta la inversión y obstaculiza el crecimiento.

A nivel europeo, el hecho reciente más importante es el debilitamiento del euro en relación con la mayoría de las grandes monedas, especialmente el dólar estadounidense, desde mediados de 2014. Esto llevó a que la eurozona mantenga un superávit sustancial y ayudó a los sectores transables de Francia, España e Italia a recuperar cierta competitividad. En los tres países, el turismo es un sector importante para el empleo y la balanza de pagos, y el nivel de gasto medido en euros viene creciendo.

Pero el debilitamiento del euro impulsó grandes superávits en Alemania y el norte de Europa, donde el costo laboral unitario es menor en relación con la productividad. A más largo plazo, se necesita una convergencia de dicho costo. Esto llevará tiempo, especialmente en un entorno de baja inflación. En el ínterin, la debilidad del euro puede ayudar a estimular el crecimiento.

También se necesitan acciones de nivel paneuropeo en relación con la inmigración, que se ha convertido en una cuestión económica y política de gran importancia. Ante el ingreso de grandes cantidades de refugiados desde Medio Oriente y África (que superan la capacidad receptiva de muchos países), es posible que la UE deba introducir cambios a su política de libertad de circulación por algún tiempo.

Después de Alemania, Francia es el país más importante de la eurozona. Si una victoria de Macron se ve como una oportunidad de encarar reformas decididas para impulsar el crecimiento y el empleo, la elección francesa puede ser un punto de inflexión importante para Europa. Pero si se la ve como validación del statu quo, sólo será un alivio temporal para los males de una Europa atribulada.

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