Sí, dar dinero a los pobres consigue mejorar sus vidas. Y en Ecuador ya lo han comprobado
Image: REUTERS/Stringer (EQUADOR)
¿Se puede lograr el sueño de la ONU de erradicar la pobreza para el año 2030? Una nueva investigación en Ecuador dice que sí, siempre y cuando los gobiernos estén dispuestos a pagar por ello.
Según un estudio del Merit de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) sobre el Bono de Desarrollo Humano en Ecuador (BDH), las transferencias directas de efectivo han definitivamente mejorado la movilidad social o la capacidad de los individuos u hogares enteros para moverse entre los estratos sociales. Es algo que ha ayudado a las familias pobres a salir de la pobreza, sobre todo cuando se complementa con otros programas de inclusión económica.
El BDH ecuatoriano es una transferencia de dinero que se da a las familias extremadamente pobres cada mes, siempre y cuando sus hijos asistan de forma regular al colegio y a los centros de salud. Desde 2003, cada hogar beneficiario ha recibido 15 dólares mensuales, independientemente del tamaño del hogar (Ecuador usa dólares estadounidenses). Dicha cantidad se incrementó a 30 dólares en 2007, a 35 en 2009 y a 50 en 2013.
A diferencia de programas similares en otros países de América Latina, incluyendo el programa Prospera de México y la Bolsa Familia de Brasil, donde el control de la asistencia de los escolares y el cumplimiento nutricional es bastante estricto, en Ecuador las condiciones son bastante suaves.
Es bien sabido que estas transferencias de dinero en efectivo tienen un impacto positivo en el acceso a los servicios de salud y a la educación de calidad, como muestran los datos de 30 países en desarrollo. También se ha comprobado que mejoran la oferta de trabajo y la acumulación de capital familiar, fortalecen las redes sociales y estimulan los mercados locales.
Sin embargo, existen pocos estudios sobre los efectos a largo plazo de las transferencias de dinero en efectivo.
Utilizando datos de panel administrativos recopilados a lo largo de diez años, el estudio del Merit de la UNU analiza los factores determinantes de la movilidad social en Ecuador en un índice de bienestar multivariante, lo que refleja la importancia de las diferentes dimensiones de las condiciones de pobreza estructural.
El estudio intenta responder a cuestiones importantes a gran escala, como si dar dinero en efectivo, con o sin condiciones, realmente aumenta la movilidad social de los pobres o si una renta básica garantiza la seguridad de base necesaria para que las personas tengan libertad suficiente para poder alcanzar sus objetivos.
Los resultados preliminares fueron publicados en enero de 2017 en un informe que redacté junto a Franziska Gassmann. Hemos demostrado que el BDH tiene un efecto positivo a largo plazo sobre los individuos y las familias.
Entre 2009 y 2014, los hogares que recibieron el BDH aumentaron su índice de bienestar (aumentó tanto su riqueza como su capacidad para mejorar su nivel social, tanto en términos absolutos como relativos) entre un 12% y un 13,6%, en comparación con las personas que no recibieron la transferencia de dinero en efectivo.
Nuestro hallazgo demuestra que el BDH mejora el bienestar de las personas que lo reciben no sólo temporalmente, sino también a largo plazo, fomentando así la movilidad social entre los sectores más pobres de Ecuador.
Nuestro estudio también demostró que el bienestar aumenta en relación con las transferencias de efectivo más altas. Una transferencia del BDH un 10% mayor, o 3 dólares extra al mes, supone un aumento en el bienestar del 0,79% al 0,86%.
Esta mejora es más pronunciada en los hogares que recibieron el Crédito de Desarrollo Humano (CDH), una variación del BDH que paga una cantidad anual de 600 dólares destinada a promover inversiones productivas. Los hogares que recibieron esta transferencia orientada a la acumulación de riqueza tienen un índice de bienestar entre un 4% y un 4,2% más alto que los que solo reciben el BDH.
Los resultados de nuestra investigación deberían convencer a los economistas y a los políticos de que las transferencias de efectivo no deben ser vistas como una mera forma de garantizar una alimentación básica, la educación y el acceso a la sanidad. En realidad, son una herramienta para fomentar la movilidad social a largo plazo.
El hecho de que el tamaño importa también es digno de mención: cuánto más dinero reciben las familias, mejores son los resultados.
Por último, las transferencias sociales como el CDH, que tienen como objetivo explícito la creación de una empresa, tienen un efecto aún más fuerte en la movilidad absoluta. Por lo tanto, para permitir la movilidad social, las políticas contra la pobreza deben estar orientadas a la mejora del acceso al capital físico y a las actividades que generen ingresos (como la formación profesional y los servicios financieros).
Estos resultados se corresponden con la idea de que las redes de seguridad social desempeñan un papel productivo en la sociedad. También confirman nuestra intuición sobre la promoción de las capacidades productivas.
En este sentido, el papel de las transferencias sociales puede y debe ser superar las llamadas "trampas de la pobreza", tales como las restricciones de crédito, el coste de las oportunidades y de las transacciones, así como la toma de decisiones inadecuadas que pueden derivarse de la escasez extrema.
Para mitigar las trampas de la pobreza, los políticos deben tener en cuenta la composición del hogar (el género y la edad, por ejemplo) y las vulnerabilidades económicas (como la discapacidad y el nivel de educación académica, entre otras cosas). Una transferencia de dinero en efectivo no significa lo mismo para todo el mundo; debe diseñarse teniendo en cuenta las necesidades específicas de cada hogar.
El estudio también confirma que los gobiernos deben establecer políticas complementarias si esperan reducir la exclusión social de las personas más vulnerables, aquellos que luchan contra algo más que la pobreza. Las leyes que promuevan la salud reproductiva, la erradicación de las desigualdades de género y la reducción de las diferencias de oportunidades entre los grupos étnicos o entre las zonas urbanas y rurales darán más valor al dinero de las transferencias de efectivo como el BDH.
El crecimiento económico de las naciones en desarrollo es una condición necesaria para la reducción de la pobreza, pero nunca ha sido suficiente. Si se diseñan y se complementan adecuadamente, las transferencias de dinero pueden transformar a los miembros más pobres de la sociedad. Estas medidas pueden estabilizar el consumo, promover la movilidad social y, posiblemente, erradicar la pobreza a nivel global.
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