Líderes... ¿y seguidores activos?
Image: REUTERS/Jonathan Ernst
Continúa imparable la efervescente apelación a la necesidad de liderazgo que se ha instalado entre nosotros. Parece que en los cuentos laicos de nuestro tiempo, las hadas en lugar de llevar varitas mágicas deban llevar líderes. Hay quien habla de la falta y la necesidad de liderazgo como quien hace rogativas implorando la lluvia que tanta falta nos hace y que nos lo resolverá todo.
Empieza a ser hora de decir que, del mismo modo que no hay líderes si no hay seguidores, no puede haber buen liderazgo si no hay buenos seguidores. Y que, por tanto, los que se preocupan tanto por la falta de liderazgo y/o por su calidad, quizá harían bien en dedicar un poco de energía a preguntarse por la falta de buenos seguidores.
Dice el diccionario que seguidor es quien va detrás de alguien acompañándole. Es una definición muy pobre, que da a entender un cierto orden jerárquico (ir detrás) y un acompañamiento pasivo, de ganado (se trata de dejarse llevar, como hacen las vacas con la jefa de la vacada que lleva el cencerro). También es verdad que hay caracterizaciones de los líderes no muy lucidas, como la que hizo alguien refiriéndose a los políticos: "los líderes utilizan las encuestas para seguir a sus seguidores". Deberíamos, pues, empezar a decir que hoy es imposible que haya buenos liderazgos si sólo aspiramos -correlativamente- a ser seguidores vacunos, y líderes demoscópicos que deciden y actúan a golpe de encuesta. También nos equivocaremos de cabo a rabo si aún mantenemos en nuestro imaginario la idea del liderazgo heroico, la nostalgia del líder omnisciente, la herencia devaluada del mito platónico del filósofo-rey. Es curioso como nos llenamos la boca de interdependencias y de redes, y seguimos pensando el liderazgo en clave jerárquica y vertical, confundiendo seguimiento y seguidismo ciego.
No niego que sean necesarios líderes. Lo que no hacen falta son pseudo-seguidores. Lo que necesitamos, en función del contexto, son ciudadanos activos, profesionales, participantes, colaboradores, etc., es decir, gente que al vincularse a un proyecto o a una propuesta no renuncia a su capacidad crítica, a su autonomía, a su voz. Y, en cambio, sí que renuncia a tener toda la razón, a esperar que los demás satisfagan todas sus expectativas, a creer que sólo hay que escuchar las voces del propio grupo de referencia.
Porque hoy cualquier proceso de liderazgo requiere que todos los que están involucrados desarrollen una capacidad fundamental: la capacidad de saber escuchar. Capacidad que en tiempos convulsos implica suspender en muchos momentos los prejuicios y la identificación automática con las propias ideas y maneras de pensar. Y, en cambio, escuchar pide entrenar y afinar la percepción y la sensibilidad, y no repetir los patrones del pasado, aunque sean los que nos han permitido determinados logros. Escuchar, en definitiva, no es simplemente dejar hablar un rato los demás, sino configurar un silencio interior desde el que sea posible la recepción, para luego responder y no sólo reaccionar.
Hoy, cuando se habla de liderazgo responsable, se habla muy a menudo desde la confusión de que los únicos que deben ser responsables son los líderes, y no todos los involucrados en el proceso de liderazgo. Por eso, entre tantas definiciones posibles, vale la pena recordar la de la Society for Organizational Learning, que dice: "el liderazgo se refiere a la capacidad de una comunidad humana para conformar su destino y engendrar la realidad de acuerdo con sus aspiraciones más profundas". Y ahí está la cuestión... o las cuestiones. Cuando hablamos de liderazgo, ¿nos sentimos -todos los que hablamos- miembros de una comunidad humana?; ¿cuál es la que tenemos como referencia?; y, ¿somos miembros pasivos como si fuéramos simples consumidores adolescentes y malcriados o miembros activos y responsables?
¿Realmente estamos comprometidos, preocupados y ocupados con el destino de la comunidad, o lo que queremos es ir tirando o que venga alguien que nos resuelva los problemas? ¿Queremos engendrar y transformar la realidad o preferimos quedarnos en el baño maría del ciudadano-cliente que sólo aspira a que le satisfagan sus intereses?; ¿nos mueve un deseo de cambio y mejora o el deseo de que venga alguien que pueda recibir todas las bofetadas (incluidas nuestras críticas) sin nosotros tener que arriesgar nada? ¿Tenemos aspiraciones más profundas y, al mismo tiempo, nos cuidamos de permanecer conectados a ellas, trabajarlas y compartirlas o apelamos al liderazgo porque queremos líderes que nos exalten y así nos eviten reconocer que aspiramos a poco y que ya nada no nos inspira? Más aún: ¿esperamos que los demás nos sigan sin antes haber hecho la experiencia de ser seguidores y de actuar de acuerdo con los parámetros de un seguidor comprometido y activo?
Cuidado, pues, con hablar de liderazgos como una forma de permanecer en el infantilismo de esperar pasivamente y ciegamente un "solucionador". Sólo con buenos líderes no puede haber buen liderazgo. Es imposible. El liderazgo responsable requiere la responsabilidad crítica, activa y comprometida de todos los que están involucrados en el proyecto, ejerzan o no la función de líderes.
Cuidado, pues, con que el debate sobre cómo deben ser los líderes que necesitamos no sirva para ocultar la interpelación sobre cómo deberíamos ser nosotros.
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1 de noviembre de 2024