Hacia un tratado mundial sobre los desechos plásticos
Image: REUTERS/Cheryl Ravelo
Si en algunos millones de años hay geólogos, les será muy fácil marcar el comienzo del período denominado Antropoceno: la edad geológica en que los seres humanos nos convertimos en la influencia dominante del entorno planetario. Dondequiera que miren, hallarán pruebas claras de su inicio, en la forma de residuos plásticos.
El plástico es un material clave para la economía mundial: se encuentra en autos, teléfonos móviles, juguetes, ropas, embalajes, dispositivos médicos y mucho más. En 2015, la producción mundial de plástico ascendió a 322 millones de toneladas. Y la cifra sigue creciendo: se cree que en 2050 puede llegar al cuádruple.
Pero el plástico ya crea problemas ambientales, económicos y sociales inmensos. A pesar de que su producción insume recursos, es tan barato que suele usarse para crear productos desechables (a menudo de un solo uso) que terminan contaminando el planeta en grandes cantidades.
El plástico que tapona los alcantarillados urbanos aumenta el riesgo de inundaciones. Los objetos plásticos más grandes pueden llenarse de agua de lluvia y convertirse así en criaderos de mosquitos transmisores de enfermedades. Cada año terminan en el océano hasta 13 millones de toneladas de desechos plásticos; en 2050 puede que haya allí más plástico que peces. El plástico que el mar deposita en las playas cuesta a la industria turística cientos de millones de dólares al año.
Todo ese plástico también es una amenaza grave para la vida silvestre. Además de gaviotas, pingüinos y tortugas muertos o moribundos que tuvieron la desgracia de enredarse en redes o aros de este material, los biólogos ya encuentran ballenas y aves muertas con los estómagos llenos de residuos plásticos.
Y puede que tampoco sea tan inocuo para los humanos. Si bien los plásticos que se usan (por ejemplo) para embalar alimentos no son en general tóxicos, la mayoría de los plásticos están llenos de sustancias químicas, como plastificantes (que pueden afectar el sistema endocrino) o aditivos antillama (que pueden ser carcinógenos o tóxicos en concentraciones más altas). Estas sustancias pueden llegar al océano y, a través de su cadena alimentaria, a nuestros platos.
Encarar el problema no será fácil: ningún país o empresa, por decidido que esté, podrá solo. Se necesitará una firme colaboración entre muchos actores, incluidos grandes productores de plástico y generadores de contaminación plástica, programas de reciclado, laboratorios de investigación y cooperativas de recolectores de residuos.
El primer paso es crear un foro de alto nivel que facilite la discusión entre esas partes interesadas, con el objetivo de desarrollar una estrategia cooperativa para la reducción de la contaminación plástica, que trascienda los mecanismos de acción voluntaria y se concentre en cambio en la redacción de un acuerdo internacional legalmente vinculante, basado en un compromiso de todos los gobiernos con eliminar dicha contaminación. Las negociaciones para ese tratado podrían comenzar este mismo año, en la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medioambiente que se celebrará en Nairobi en diciembre.
Ya hay propuestas científicas concretas para la redacción de un tratado sobre la contaminación plástica. Uno de los autores de este artículo propuso una convención similar al acuerdo climático de París, con un objetivo general vinculante combinado con planes de acción nacionales voluntarios y medidas flexibles para su implementación. Un equipo de investigadores de la Universidad de Wollongong en Australia, basándose en el Protocolo de Montreal (que protege la capa de ozono) sugirió topes y prohibiciones a toda nueva producción de plástico.
Algunos se preguntarán por qué iniciar una vez más el largo, tortuoso y tedioso camino de la negociación de un tratado internacional. ¿No habrá alguna solución técnica al problema del plástico?
La respuesta corta es que probablemente no la hay. Por ejemplo, el plástico biodegradable tiene sentido solamente si se descompone lo suficientemente rápido para evitar daños a la vida silvestre. Incluso descubrimientos promisorios (como los de bacterias o larvas capaces de disolver o digerir plástico) sólo servirían como medida complementaria.
El único modo real de resolver el problema es una reducción radical de los desechos plásticos. La tecnología podrá ayudar, ofreciendo más opciones para la sustitución y el reciclado del plástico; pero como han mostrado muchas comunidades y ciudades ecológicas en todo el mundo, no es necesaria.
Por ejemplo, Capannori, una ciudad de 46 700 habitantes cerca de Lucca en Toscana, aprobó en 2007 una estrategia de reciclado, y una década después, logró un 40% de reducción de desechos. Ahora que el 82% de los residuos municipales se separa en origen, sólo el 18% termina en rellenos sanitarios. Estas experiencias deberían servir de modelo a los planes de acción nacionales que formarían parte del tratado sobre los plásticos.
El “paquete de medidas para una economía circular” de la Comisión Europea puede servir también de ejemplo. Aunque todavía no se implementó, sus objetivos en materia de residuos pueden ahorrarle a la Unión Europea 190 millones de toneladas de emisiones de CO2 al año (el equivalente a la emisión anual de los Países Bajos).
La transición a un mundo sin desechos demandará inversiones, así que cualquier tratado internacional sobre el plástico debe incluir un mecanismo de financiación. En esto, el punto de partida correcto es el principio de “que pague el que contamina”. La industria mundial del plástico factura unos 750 000 millones de dólares al año: seguramente puede apartar unos pocos cientos de millones para ayudar a arreglar el lío que creó.
Lograr un tratado internacional sobre el plástico, integral, vinculante y con visión de futuro, no será fácil. Llevará tiempo y costará dinero, y sin duda tendrá lagunas y falencias. No bastará por sí solo para resolver el problema del plástico, pero es una condición necesaria.
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