El patriotismo visceral, un sentimiento prácticamente irrompible
Image: REUTERS/Brian Snyder
El patriotismo exacerbado resulta prácticamente irrompible. Las amenazas externas lo alimentan y le dan fuerza y los desafíos internos no logran erosionarlo con una potencia suficiente como para que sus defensores disminuyan su pasión y abandonen su predisposición a acometer acciones extremas en defensa de su país.
Así lo indica un estudio llamado ¿Las amenazas históricas a un grupo disminuyen la fusión de identidad entre sus miembros? Detrás del fanatismo de hinchas violentos, bandas callejeras, terroristas o sencillamente ciudadanos de a pie, se esconden unos mecanismos sociales y psicológicos complejos que tienen que ver tanto con los valores colectivos que se defienden como con las relaciones entre quienes lo integran.
¿Por qué se justifica lo injustificable dentro de un grupo? ¿Por qué los miembros de partidos políticos se mantienen incorregiblemente atados a sus siglas bajo toda circunstancia? ¿Por qué se defiende una bandera deportiva pese a que el club decepcione o sea corrupto? La respuesta, quizás, está más cerca del apego intergrupal que de los ideales.
La causa reside en el fenómeno llamado fusión de identidad. «Es una unión visceral y poco frecuente entre el individuo y su grupo», explica Alexandra Vázquez, psicóloga social de la UNED y una de las autoras del estudio. Según detalla, existen dos ingredientes principales. La fuerza recíproca, es decir, la sensación de que «tú haces más fuerte al grupo y el grupo te hace más fuerte a ti»; y la creencia en la unidad, «en que el grupo y tú sois una misma cosa». Con base en esos parámetros pueden predecir comportamientos extremos. Las personas «fusionadas» están predispuestas a acometer actuaciones extraordinarias, pero no ocurre lo mismo con quienes sienten una identificación menor.
Existen datos generales relativos al patriotismo ibérico. «En 2009 había porcentajes cercanos al 30% de fusión, pero después de la crisis bajaron al 15%», indica Vázquez. «En Estados Unidos encontramos el 20% o el 30%. Además, hay un estudio de 2014 en el que se recogieron datos de distintos continentes. Los niveles varían mucho. En países más individualistas el porcentaje es menor que en los que tienen una orientación más colectivista como China o Japón», analiza.
El equipo de investigadores que explora este proceso ha descubierto que la predisposición a «dar la vida» por el grupo no disminuye a pesar de que ocurran acontecimientos que contradigan o dejen en evidencia los valores del mismo. Para conocer está evolución del sentimiento de pertenencia, han estudiado las adhesiones a la idea de España antes y después de sucesos importantes como el caso Nóos (que manchaba el símbolo de la familia real, fundamental para el patriotismo ibérico clásico), la convocatoria del referéndum catalán y las elecciones municipales de 2015, planteadas en términos plebiscitarios por los independentistas catalanes.
A través de dos medidas pictóricas y una escala verbal comprobaron que, a pesar de que la valoración de la idea abstracta de España sí se vio perjudicada, la vinculación con las personas que consideran parte del grupo mantuvo su fortaleza. De igual manera, resistió la tendencia a aprobar o justificar los comportamientos de los miembros.
¿Cómo puede ocurrir una cosa y la otra? Para averiguarlo hay que comprender cuál es el pegamento de un grupo social. Existen, por un lado, los lazos colectivos, conectados con la categoría abstracta en su conjunto (España); por otra parte, encontramos los lazos relacionales que te unen con otros compatriotas y te generan un sentimiento de familiaridad.
En lo tocante a esta división, hay pequeña disputa dentro de la investigación. La posición «hegemónica» de los profesionales se centra en el análisis de los lazos colectivos y se aparta de los personales; en cambio, el equipo de Alexandra Vázquez reivindica la relevancia de los últimos y apuesta por un estudio que combine ambas variables.
Si atendemos a estas dos caras de la moneda, entendemos con más facilidad cómo es posible que uno se avergüence de cómo funciona su país y, al mismo tiempo, siga dispuesto a morir por él. «La corrupción no afecta a la fusión de identidad porque la gente considera que es culpa de las élites y no de los españoles de a pie; se compartimentaliza la culpa y se centra sólo en las élites».
Este razonamiento podría ofrecer una explicación al crecimiento del populismo de mensaje patriótico. Miremos a Francia. En un país en que los gobernantes y las personalidades de poder han mangoneado y descuidado al pueblo, los sentimientos de los ciudadanos hacia la idea del país quedaron fracturados; sin embargo, la unión visceral entre ciertos conciudadanos conservó su fuerza. Marine Le Pen aprovechó el caldo, sustrajo la categoría simbólica de Francia a quienes habían gobernado hasta entonces y ofreció a los ciudadanos la posibilidad de reconciliarse con ella.
No obstante, este tipo de funcionamiento interno no se limita a colectivos grandes como una nación, se da igualmente en grupos más pequeños como partidos políticos. «El tamaño de un grupo determina el peso que tiene cada tipo de lazo. En el caso de un país, es probable que los lazos más importantes sean los colectivos, sin embargo, en grupos de menor dimensión el peso de los lazos relacionales es mucho mayor», puntualiza.
Tiene sentido. Los partidos políticos nacen con unas ideas generales, con unos valores, pero el hecho de que estos se alteren con el tiempo o de que los casos de corrupción ataquen la línea de flotación de estos principios, no quiebra el apoyo de muchos de sus miembros y simpatizantes. Los políticos lo justifican todo. Estudios como este ayudan a perfilar explicaciones para comprender, por ejemplo, el hecho de que el argumentario ideológico de cada formación nos parezca, muchas veces, un adorno para embellecer unas motivaciones que, en el fondo, resultan mucho menos solemnes y trascendentales de lo que pretenden mostrar.
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