¿De verdad son más jóvenes los políticos actuales? (¿y acaso sirve eso de algo?)
Image: REUTERS/Laurent Capmas
En las últimas elecciones europeas se habló de muchas cosas importantes -la victoria del PP, el surgimiento de Podemos y Ciudadanos, la caída del bipartidismo-, pero se descuidó un detalle importante: Carlos Jiménez Villarejo. Él, que fue la cabeza visible de la fiscalía anticorrupción entre 1995 y 2003, era una cara conocida en la lista de una formación desconocida como era Podemos. Pero, además de ser quien era, importaba su edad: a sus 80 años iba en la lista de un partido supuestamente renovador.
La historia acabó pronto: no esperaba ser elegido eurodiputado, pero por aquel entonces la formación morada iba disparada y su éxito le arrastró. Como su aparición era simbólica prefirió renunciar y dejar paso al siguiente. Meses después, cuando fracasó la investidura de Pedro Sánchez por el bloqueo de Iglesias, acabó saliendo del partido.
¿Por qué es entonces importante un octogenario que ni siquiera tomó posesión de su cargo? Precisamente porque era un anciano rodeado de jóvenes. En un partido que clamaba por renovar la política y llenarla de caras desconocidas él era conocido y, además, viejo. La habilidad del gesto pasó desapercibida más allá de algunos titulares por el efecto arrastre, pero posiblemente sirvió a la formación para ganar predicamento entre muchos votantes a los que aún no había llegado: el mensaje era que su propuesta no se ceñía sólo a los jóvenes, que lo del 15M no era cosa de chavales, sino que iba a por todos.
Lo de la edad es, según Carlos Ruiz-Mateos, director en Llorente & Cuenca y analista político, “un asunto recurrente en la literatura política”. La idea es sencilla: si se busca la renovación de la política, parte del mensaje pasa por reducir la edad de los representantes. “En un contexto de ruptura del sistema de partidos tradicional -explica- la juventud es renovación, y no hace falta demostrarlo con políticas ni actitudes: simplemente se ve”. Entonces, ¿por qué llevar a gente de edad avanzada en las listas? Precisamente para ‘pescar’ votos entre quienes aún no han roto con el sistema.
En ese sentido, las últimas elecciones municipales en Madrid fueron raras, y no sólo porque la competencia fuera entre dos mujeres: ambas candidatas eran, además, muy mayores, especialmente en un momento en que justamente se pedía caras jóvenes. A un lado estaba Esperanza Aguirre, nacida en 1952, en su enésimo regreso de su enésima retirada, y al otro Manuela Carmena, nacida en 1944, una jueza de dilatada trayectoria profesional pero escasa relevancia pública. El fenómeno fan de aquellos meses -entre otras cosas- acabó decantando la balanza, y además de hacer a Carmena alcaldesa se elevó a la categoría de icono a una candidata de más de 70 años.
Lo mismo ha pasado con otros candidatos veteranos, venerados súbitamente por un electorado ávido de renovación. Ha pasado, por ejemplo, con el expresidente uruguayo José Mujica, y hasta pasó con el socialista Josep Borrell tras su aparición en un programa de Jordi Évole a través del cual muchos jóvenes le conocieron y su nombre volvió a resonar con fuerza en los mentideros políticos.
Esas son, sin embargo, las excepciones. “Los partidos tradicionales se han visto forzados a regenerar a los portavoces del aparato y a sus líderes para acompañar esa tendencia, convertida casi en exigencia por el electorado”, reflexiona Ruíz-Mateos. Según su punto de vista, “seguirán existiendo casos como los de Carmena, pero lo cierto es que los nuevos partidos exigen candidatos que puedan representar visualmente los aires de cambio que prometen”.
Ahora bien, la fuerza con la que se demanda el cambio varía por países. Es cierto que España tuvo en el 15-M un referente mundial en lo que se refiere a corriente de opinión contraria al sistema, pero a la hora de la verdad el voto ‘anti’ no ha sido tan fuerte como en otras latitudes: en Reino Unido ese sentimiento ha cristalizado en el Brexit, mientras que Francia llevó la elección de su líder a un combate entre un hombre sin partido ni ideología y una radical xenófoba mientras las dos formaciones tradicionales caían en la primera ronda. En Reino Unido los dos grandes candidatos eran sexagenarios, mientras que en Francia el vencedor apenas llega a los 40.
Entonces, dado el contexto de protesta actual, ¿cuál es el panorama en lo que se refiere a la edad de los líderes? Si se toma la edad de los dirigentes políticos que han tenido los países del G-20 (las veinte economías más desarrolladas del planeta) desde 1980 resulta que España es, tras EEUU, el que ha promediado una edad más baja en esos últimos casi 40 años.
Las estadísticas, sin embargo, son a veces caprichosas: podría pensarse que eso es así en gran medida por esa corriente crítica que empezó en Sol, pero nada más lejos de la realidad.
“En España hay una especie de gerontofobia en la elección de líderes políticos que viene de la transición -Suárez, González-, que sigue con Aznar y Zapatero, y que llega hasta hoy con Sánchez, Rivera e Iglesias, junto a la mayor parte de la representatividad asociada a Podemos”, explica el politólogo Pepe Fernández-Albertos.
“Es curioso, porque contrasta con lo que se podría denominar la gerontofilia de nuestras políticas públicas, que puede derivar en que, conforme la composición demográfica del electorado vaya cambiando -es un proceso muy lento, claro está-, esta gerontofilia se vaya difuminando”.
Por lo pronto, y a pesar de todo ese vibrante discurso actual sobre la renovación, el presidente español es el más viejo de cuantos hemos tenido en democracia.
Y eso provoca que, curiosamente, el segundo país desarrollado con menor media de edad entre sus líderes políticos es el que tiene a uno de los dirigentes más veteranos del panorama actual.
En el contexto internacional, sin embargo, sí se aprecia una tendencia contraria a la de España: la edad media de los líderes del G-20 está por debajo de los 60 años de forma casi ininterrumpida desde el año 2008. Que dicho así no parece mucho, pero supone un cambio importante respecto a lo que sucedía durante las dos décadas anteriores, cuando la media superaba holgadamente los 60 años de edad.
Aunque, de nuevo, la estadística tiene trampa: sólo tres líderes actuales bajan de los 55 años (el mexicano Enrique Peña Nieto tiene 51, el canadiense Justin Trudeau tiene 46 y el francés Emmanuel Macron tiene 39), mientras que hay hasta cuatro por encima de los 70 años (el brasileño Michel Temer tiene 77, el sudafricano Jacob Zuma tiene 75 y el estadounidense Donald Trump tiene 71). Y eso sin contar al rey saudí, que a sus 82 años es un monarca absoluto que no dejará el trono hasta que la enfermedad o la muerte le obliguen.
“La juventud está asociada con el atractivo de los candidatos. Algunos estudios han demostrado que los mismos candidatos sometidos a ligeros retoques por ordenador para disimular signos de vejez como canas y arrugas son preferidos por los votantes frente a los que demuestran el paso de los años sin disimulo. Y aquí no funciona el contexto socio-político conyuntural: funciona siempre”, apunta Fernández-Albertos
“Los años del candidato político no correlacionan con un mayor éxito en las urnas”, cuestiona Ruiz-Mateos. “Muchos políticos jóvenes han sido derrotados por las canas, precisamente porque transmiten falta de experiencia, que en política tradicionalmente ha sido un valor añadido”, completa. De hecho, Fernández-Albertos va más allá cuestionando que la juventud del candidato aporte algo real más allá de las percepciones: “No tengo muy claro que sea una variable importante para entender el comportamiento político. Una posible hipótesis es que la imagen ‘joven’ puede servir como recurso fácil de los partidos de responder a la creciente brecha generacional que tenemos en términos de condiciones de vida, de expectativas, de preferencias políticas en última instancia”, completa.
Un candidato joven aporta ventajas en cuanto a la imagen del partido y a su percepción por parte del votante, pero que a la vez puede conllevar los problemas derivados de la inexperiencia
Podría decirse, por tanto, que un candidato joven aporta ventajas en cuanto a la imagen del partido y a su percepción por parte del votante, pero que a la vez puede conllevar los problemas derivados de la inexperiencia. “Esto es muy impopular, pero hay un perfil de político que adquiere unos conocimientos, unos ‘skills’ de político que sólo se adquieren en esta profesión, que con esta permanente obsesión por la renovación se podrían estar poniendo en riesgo”, comenta Fernández-Albertos. “Soy extremadamente escéptico respecto al argumento de que los políticos de hoy ‘no son como los de antes’, pero sí creo que desarrollar una carrera política larga es complicado hoy. Y esto puede tener un lado bueno, que vemos muy fácilmente, pero también algún coste”, resume.
Al final, esa búsqueda de la renovación de candidatos trae consecuencias buenas en la imagen, pero que pueden tornarse nefastas respecto a la gestión. “Esta gerontofobia en la selección de políticas -esta permanente búsqueda de ‘esperanzas blancas’ por parte de los partidos entre sus filas- tiene una consecuencia un poco perniciosa, que es la limitación de las carreras del ‘buen’ político profesional”, añade. Y no es un debate menor: no pocos políticos aducen la menor remuneración que tienen respecto a altos cargos empresariales y el escaso reconocimiento que obtienen como motivos para abandonar y -puerta giratoria mediante- ingresar en la empresa privada. Al final muchos que no han hecho otra cosa que dedicar su vida a medrar en los partidos acaba ocupando lugares de responsabilidad… al menos mientras la edad se lo permite.
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