Empleos y el Futuro del Trabajo

El arte de comunicar con claridad que no te enseñaron en la escuela

Yael Maguire, director of engineering at Facebook's Connectivity Lab, speaks on stage during the second day of the annual Facebook F8 developers conference in San Jose, California, U.S., April 19, 2017. REUTERS/Stephen Lam - RTS130Q5

Image: REUTERS/Stephen Lam

Mariángeles García

Ni en el colegio ni en nuestros estudios superiores nos enseñan algo que será fundamental para nuestra vida profesional: a hablar y a escribir correctamente. Y no hablamos solo de ortografía y gramática. Hablamos de comunicar ideas, de hacerlo con claridad y de una manera que, además de entendible, sea amena.

En la escritura, mal que mal, ya nos apañamos. Pero los sudores de la muerte nos entran cuando nos piden que expongamos ciertos informes en público. Ahí ya…

Antonio Martín y Víctor J. Sanz saben mucho de las taras que tienen ciertos profesionales a la hora de escribir y hablar en público. Ambos llevan años trabajando para enseñar a comunicar bien a profesionales de todo tipo y en todo tipo de empresas. Sanz lo hace desde Cálamo y Cran; Martín, que fue fundador de esa empresa, lo hace desde hace algún tiempo desde Palabras Mayores. Y ahora acaban de publicar su libro Dilo bien y dilo claro. Manual de comunicación profesional(Larousse, 2017) desde el que invitan al lector a pertenecer al «club de los que escriben bien y sin problemas».

Esto, que a más de uno le parece algo realmente difícil de alcanzar, es en realidad sencillo. Basta con practicar todos los días, con tomarse su tiempo en el aprendizaje.

«Para aprender y disfrutar, dedícate tu tiempo. Sin prisa, sin pausa», afirman desde el prólogo del libro. Porque ese es uno de los principales problemas que tenemos a la hora de tratar de comunicar bien: la prisa, la presión del tiempo que nunca es suficiente.

«El principal problema de la comunicación en la actualidad es la falta de tiempo», asegura Víctor J. Sanz. «La urgencia, la inmediatez de las comunicaciones y, en consecuencia, su rápida caducidad, impiden que el comunicador dedique todo el tiempo necesario a conseguir comunicaciones claras y de calidad».

«Esta urgencia viene de la masificación de las comunicaciones. Se sabe que un ciudadano medio de un país desarrollado puede recibir diariamente más de 3.000 comunicaciones de algún tipo. Si para crear un texto eficaz por su claridad, se necesita más tiempo (tiempo del que, además, no solemos disponer), termina por darse más importancia al hecho de hacerse entender (de la manera que sea) que al hecho de explicar de manera clara y eficaz lo que queremos decir. La inmediatez y la masificación de las comunicaciones nos lleva, en demasiadas ocasiones, a escribir de cualquier manera».

Pero la solución pasa por el trabajo y la práctica de todo lo que los dos comunicadores explican desde su manual. Eso y algún que otro requisito más. «Para comunicar con claridad es imprescindible contar con tres capacidades», afirma Sanz. «La primera es un alto grado de conocimiento de la lengua. La segunda es un alto grado de conocimiento de aquello sobre lo que se va a comunicar. Y la tercera es cierta capacidad de organización de las ideas».

«Además de estas capacidades, la habilidad del comunicador para empatizar con el destinatario de la comunicación puede redondear el resultado. Pero ninguna de estas capacidades y habilidades podrá ser desarrollada en su plenitud si no se cuenta con el tiempo suficiente. La claridad es el final de un camino muy largo».

En opinión de Antonio Martín, no existe una fórmula mágica para convencer al público de la importancia de comunicar bien, ya sea por escrito o en público. «Creo que tenemos tal riqueza en el vocabulario que eso también nos impide ver lo sencillo que es. Los árboles no nos dejan ver el bosque. Hay tal cantidad de cosas que queremos decir, tal riqueza de vocabulario, aunque nos parezca que tenemos poco…», asegura. El problema, dice, está en saber seleccionar esas ideas y palabras. Y la clave de una buena comunicación está en saber elegirlas.

Escribir puede resultar más sencillo para algunas personas. Sobre todo, si han organizado antes, como sugieren Sanz y Martín, aquello que quieren contar. Más complicado se hace expresarlo delante de un público.

Antonio Martín asegura que cualquiera puede lograrlo. «Tienes que tener muy claro qué quieres decir. Y que cuando estás hablando delante de un público, se acabó solamente el lenguaje escrito. Ya vas a poder recurrir al lenguaje no verbal, que puede acompañar y aportar matices. Pero cualquiera puede si tiene las ideas organizadas. Si sabe dirigirse al público y lo entiende y se pone en su lugar también para no aburrirle».

Aunque es cierto que a la hora de hablar delante de un auditorio entran en juego también otras cuestiones como el miedo escénico. Martín ofrece un truco: centrarse en una persona, hablarle como a un amigo a quien le estás contando lo que has ido a decir. Olvidarse de que te están viendo muchísimas personas y que están todas escuchando a la vez.

El libro va dedicado a un público profesional, al campo de la empresa. Tanto Sanz como Martín son conscientes de que la comunicación es una de las grandes carencias de la mayoría de los trabajadores. «Es una habilidad, una herramienta que se debería haber adquirido en nuestra etapa de formación», opina Martín. «De la misma manera que sabemos analizar una frase, y está bien hacerlo, creo que sería muchísimo más importante alcanzar una competencia en expresión escrita mucho más alta de la que hay. Esa carencia es la que estamos supliendo con los cursos y este manual viene a responder también a eso, a suplir la carencia en la expresión escrita».

Lo cierto es que todo sería bastante más fácil si, además de lengua, matemáticas o biología, ya desde el colegio se nos enseñara a escribir bien.

«Yo creo que se ha intentado hacer una formación más cartesiana, más de “vamos a intentar evaluar mediante parámetros cuáles son tus competencias y habilidades escritas, y la manera de conseguir esos parámetros y modos de evaluar más fáciles son con pregunta-respuesta, mucho más sencillo», opina Sanz.

«Evaluar redacciones es más cansado, parece que es más subjetivo… Y creo que de esa obsesión por controlarlo o por usar fórmulas más sencillas de hacer esa evaluación se ha tendido a suprimir la redacción».

Pero no todo es culpa del sistema educativo. Martín cree que los medios de comunicación tienen muchísima más responsabilidad en la pobreza de expresión que parece tener cierto número de españoles. Nos hemos olvidado, por ejemplo, del debate. A juzgar por lo que se ve en televisión, lo que nos presentan como tal no son más que programas en los que «se tiende al escándalo, a gritar, a parecer que aquel que más grita es el que tiene más razón». Lejos quedan, en opinión de Antonio Martín, aquellos ejemplos de discusión y confrontación de puntos de vista como fue La Clave, el programa de debate que dirigía José Luis Balbín y que para más de una generación ha sido todo un referente.

«Creo que esa es la dificultad principal; no solamente el colegio o la universidad, sino también esos medios donde no procuran debatir. O los medios que tienden a ser tendenciosos: aquí vamos a partir de una idea y no la vamos a contrastar», afirma. Y, por supuesto, los políticos, de quienes se espera, como mínimo, que sepan discutir con coherencia, transmitir claramente su mensaje y su programa. «No discuten ideas», asegura Martín. A cambio, solo contemplamos un debate agrio, violento, que no supone un buen modelo.

Sin embargo, a pesar de lo que pudiera parecer, los españoles no tenemos un mal nivel de expresión oral y escrita. «Hay de todo», asegura Víctor J. Sanz. «Hay muchos que parece que no van a avanzar nunca porque con lo que son capaces de hacer ya les llega; y otros que parece que nunca dejarán de avanzar porque pueden y porque es una meta muy sana. Pero, en general, creo que los que comunicamos en español avanzamos, aunque el avance es lento. Tal vez, esa lentitud se deba a que hay mucho postureo y, por alarmante que parezca, una estrecha vigilancia que busca el error ajeno para darle visibilidad, antes que para aprender de él».

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