Puestos de trabajo por encima de todo

A youth rests with a towel on his head after swimming in Glen river, in Deraa Governorate, Syria June 25, 2016. REUTERS/Alaa Al-Faqir - RTX2I6NG

Image: REUTERS/Alaa Al-Faqir

Ana Martiningui

En Oriente Medio y el norte de África (la región MENA), en distintos grados, hay crisis en todas partes, y eso ha producido un enorme incremento del número de refugiados en todo el mundo. Pero no todos los que dejan atrás su hogar lo hacen por huir de una guerra. Muchos jóvenes deciden emigrar para buscar mejores trabajos y oportunidades en otro lugar. El número de migrantes (las personas que deciden ir a vivir a otro sitio, no porque sufran una amenaza directa de persecución o muerte, sino, sobre todo, para encontrar empleo y poder mejorar su vida, o para educarse, para reunir a la familia o por otros motivos) a escala internacional no ha dejado de crecer a toda velocidad, y en 2015 alcanzó la cifra de 244 millones, según Naciones Unidas. Casi tres cuartas partes están en edad de trabajar.

En un amplio sondeo realizado en 2016 entre 10.000 jóvenes de cinco países árabes de la ribera mediterránea —Argelia, Egipto, Líbano, Marruecos y Túnez—, dentro del proyecto SAHWA financiado por la Comisión Europea, el 86% de los encuestados dicen que la falta de oportunidades profesionales, los ingresos más bajos y las malas condiciones de vida son algunos de los motivos para querer emigrar. Lo más llamativo es que más de la mitad de los jóvenes tunecinos dicen que les gustaría irse de su país. Respecto a cómo escogen a qué Estado emigrar, la mayoría de los encuestados responden que las oportunidades laborales en el país de acogida son el principal factor a la hora de tomar esa decisión.

El desempleo juvenil en los países MENA, del 30%, es uno de los más altos del mundo, más del doble del promedio global del 14% y muy superior al 25% de la UE de 28 miembros. Egipto tiene el récord, 42%, y nada menos que el 64,8% en el caso de las mujeres jóvenes.

La población de los países MENA es una de las más jóvenes del mundo. Casi una de cada cinco personas tiene entre 15 y 24 años, frente a uno de cada ocho en la UE. Aunque una población juvenil de tales dimensiones debería dar un carácter más competitivo a la zona, alrededor de 25 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años no tienen trabajo.

Se calcula que los jóvenes que permanecen en el paro una buena parte de su vida laboral tienden a sufrir una penalización salarial de hasta el 20% y durante unos 20 años, según la revista The Economist. En Egipto, el 88,5% del total de los parados sufren desempleo de larga duración (un año o más). Tras años de buscar trabajo sin éxito, muchos jóvenes pueden desalentarse y decidir abandonar la búsqueda; en MENA, dos de cada tres jóvenes en edad laboral ya no forman parte del mercado de trabajo, y, en algunos países, uno de cada cuatro no está trabajando, ni estudiando ni en prácticas (los ninis), frente a uno de cada ocho en la UE de 28.

Esta circunstancia, además de constituir una enorme pérdida de capacidad productiva, porque aumenta la dependencia de las generaciones mayores, puede también provocar frustración, lo cual, a su vez, es una posible fuente de malestar social, violencia, fundamentalismo o un motivo para emigrar, como deja claro el SAHWA Youth Survey 2016.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que, para estar a la altura del ritmo de crecimiento de la población en edad laboral en todo el mundo, es necesario crear 40 millones de puestos nuevos de trabajo al año de aquí a 2030. Solo en MENA, se necesitan 5 millones de nuevos puestos al año, lo cual significa unas tasas sostenidas de crecimiento anual de al menos el 6,5%, más del doble del promedio de 2015 en la región (2,9%).

Pese a ello, las empresas que operan en la región tienen dificultades para cubrir puestos ya creados. Si, en la mayoría de las economías avanzadas, la tasa de paro de las personas con una educación inferior a la secundaria es el doble de la de aquellos con títulos universitarios, en la región MENA, el desempleo tiende a incrementarse a medida que aumenta el nivel de educación. En Egipto, el paro de las personas con un diploma es ocho veces superior al de quienes solo tienen una educación primaria. La situación es mucho peor para las mujeres jóvenes, porque el paro entre aquellas con título es 30 veces mayor que entre las que tienen educación primaria. En Palestina, el desempleo entre las mujeres con título supera el 90%, frente al 2% entre las que tienen una educación primaria, según los Indicadores de Desarrollo Mundial.

La calidad de la educación sigue siendo un problema no resuelto, a pesar de que ha habido grandes mejoras y un mayor gasto público en las últimas décadas. A medida que MENA ha intervenido más en la economía global, ha habido un gran cambio en las aptitudes que tienen más demanda, pero, sin embargo, los sistemas educativos de la región siguen centrándose en preparar a los alumnos para ser funcionarios, mientras que las empresas privadas tienen dificultades para encontrar trabajadores cualificados que cubran sus puestos. Existen sectores en los países MENA que están creciendo, pero se necesitan candidatos cualificados para impulsar ese crecimiento. Hay una discrepancia constante entre lo que necesitan las empresas y lo que ofrecen los jóvenes en busca de trabajo. Y ese es un problema mundial: un informe hecho en 2015 por la empresa de empleo Manpower indica que el 38% de las compañías tienen dificultades para ocupar las vacantes.

Al mismo tiempo, las aspiraciones de los jóvenes están desarrollándose y cambiando. Los estudiantes están descubriendo que su formación no coincide con las necesidades del mercado. Las entrevistas llevadas a cabo en Marruecos dentro del Proyecto SAHWA revelan que los programas de las universidades son sobre todo teóricos, sin aplicaciones ni pruebas prácticas, y que no incluyen nada de habilidades sociales ni desarrollo personal, unas facetas hoy muy valoradas en el mundo de la empresa. Es frecuente que se sientan desmotivados y no solo paren de buscar trabajo sino dejen de querer tener una educación. En Egipto, muchos jóvenes acaban arrepintiéndose de haberse gastado el dinero en una educación que no les proporciona un trabajo en lugar de haberlo ahorrado para cubrir las necesidades de su familia. En Túnez, la mayoría de los que tienen la suerte de encontrar empleo acaban haciéndolo en sectores que no tienen nada que ver con lo que han estudiado. En Líbano, los resultados de los grupos de discusión revelan falta de acceso, materiales insuficientes, profesores poco preparados y discriminación en función de la afiliación política y el origen socioeconómico o religioso. Por su parte, las entrevistas en Argelia muestran que los que logran tener un trabajo, muchas veces, se encuentran con unas condiciones inferiores a las del mercado, especialmente en el caso de las mujeres jóvenes, y la consecuencia es que muchas de ellas prefieren no incorporarse al mercado laboral.

Se calcula que, en las próximas décadas, 50 millones de mujeres alcanzarán la edad de trabajar en la región. Sin embargo, cuatro de cada cinco mujeres en esa franja no forman parte de la fuerza laboral y constituyen el 80% de la población inactiva de los países MENA. Esta situación tiene un efecto muy negativo sobre las posibilidades de desarrollo social y económico de la región y representa un gran desperdicio del capital humano y de los beneficios de la educación.

Una población joven y bien preparada tiene la capacidad de estimular un crecimiento y un desarrollo sostenibles. Los países MENA, con la población más joven del planeta, disponen de unos recursos humanos no utilizados que, si se aprovecharan como es debido, podrían convertir la región en uno de los mayores puntales económicos del mundo. Sin embargo, para que esta explosión juvenil pueda hacer una contribución positiva al desarrollo social, es necesario que los gobiernos sean capaces de satisfacer las necesidades actuales de los jóvenes. El fracaso actual en ese sentido está provocando la marginación de una gran parte de la sociedad, con graves consecuencias locales, regionales e internacionales. En lugar de ser un activo, los jóvenes de los países MENA se han convertido en una carga.

Si bien es muy probable que, para la comunidad internacional, sean prioritarios la necesidad urgente y el instinto de contener y gestionar la llegada de cientos de miles de refugiados, las crisis económicas e institucionales que afectan a muchos Estados de todo el mundo, el paro (juvenil) descontrolado en sus países y otros problemas, los dirigentes internacionales no deben olvidar que el bienestar de sus respectivas poblaciones depende, en gran medida, del bienestar de otros. Y eso es especialmente cierto en el caso de Europa, entre otras cosas porque la proximidad de los países MENA hace que el continente sea vulnerable ante la inestabilidad de la región. Ni los gobiernos de dichos países ni la comunidad internacional pueden permitirse decepcionar a esos jóvenes. Ya es hora de hacer los cambios necesarios para dar a la juventud de Oriente Medio y el norte de África lo que de verdad necesita: puestos de trabajo, por encima de todo.

Este artículo se publicó originalmente en inglés con el título de Jobs above all else, Open Democracy, 2 de marzo de 2017, disponible aquí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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