Los asistentes personales tienen poco de personal, pero eso puede cambiar pronto
Image: REUTERS/Suzanne Plunkett
Los asistentes de voz complejos, es decir, los que presentaban mucha produndidad más allá de la marcación por voz, se popularizaron con el lanzamiento de Siri junto al iPhone 4S en 2011. Desde entonces se espera, pienso que acertadamente, que la voz, o en términos más abstractos, la conversación, sean la próxima revolución tecnológica. Sin embargo, a día de hoy, pese a que la situación pueda cambiar pronto, la voz sigue sin imperar en nuestra vida tecnológica, por causas variadas.
En primer lugar está el aspecto general. Prácticamente ninguna tecnología ha triunfado de primeras, aunque se recuerde hegemónica. Los smartphones serán siempre la prueba más evidente de ello. Aunque la revolución comenzada por el iPhone sólo tardase un par de años en calar en todas las sociedades industrializadas, y relativamente poco en otras menos ricas, ha sido una carrera de fondo. La consideración puede variar, pero es aceptado globalmente que el Nokia 9000 Communicator fue el primer smartphone del mercado, allá por el año 1996. Una carrera, por tanto, de 11 años antes de alcanzar la madurez para hacerse masivos en manos del público general.
Con los asistentes por voz ocurre lo mismo, pero a la vez han tenido menos seguimiento, pues desde el principio no se creían tan necesarios como el propio hardware, más allá de la descuidada accesibilidad. La historia comenzó en los años 50, pero la inversión ha sido menor ante la previsión de poco retorno. Además, los asistentes han dependido de un factor que condiciona el siguiente punto: además de la calidad de reconocimiento en sí, no tendrían sentido sin dosis de inteligencia artificial.
Así, en segundo lugar, tras un proceso inacabado hacia la madurez, encontramos que las propuestas “apenas” han avanzado desde la llegada de Siri. No ha sido hasta hace uno o dos años cuando se ha reconocido que la simple información aportada no bastaba. El público no usa los asistentes porque son incómodos en todos los sentidos: no son naturales y eso provoca que en público resulte muy raro dar órdenes, amén de no resolver grandes problemas. La realidad que viene es aquella en la que tendremos una conversación real con los asistentes virtuales, como si pidiéramos un favor por teléfono a un amigo sin que necesariamente sea una orden. Aquella en la que podremos dejar de ser robots dictando para ser nosotros mismos.
Y como decía, la inteligencia artificial tiene las claves de ello. Los núcleos de los asistentes y otros servicios han cambiado incluyéndola, y en muy poco tiempo se han hecho mucho más listos La promesa de Bixby, el nuevo asistente del Samsung Galaxy S8, construido por los creadores de Siri, es que aplicará no sólo esa naturalidad de la que hablábamos, sino la posibilidad de identificar acciones ordenadas por el usuario aunque las oraciones no se completen.
En cualquier caso, la telefonía móvil ya no se entiende sin estos por ahora prescindibles añadidos, y las fuertes inversiones en desarrollo tanto en hardware como en software por parte de los grandes actores en lo referente a la inteligencia artificial, sumadas al crecimiento de información al alcance de los sistemas de aprendizaje profundo, harán que sea cuestión de poco tiempo que esa integración natural llegue a nuestras vidas. Pero si otra cosa hemos aprendido de otras tendencias llamdas “de futuro” en su momento, es que lo mejor es no forzar la máquina, pues el público se espanta fácilmente y rebajar más tarde el rechazo es una tarea titánica.
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