Un Reino (ya) no tan Unido
Image: REUTERS/Luke MacGregor
La historia detrás tiene mucho de nacionalismo y de olvido. Lo que está claro es que el voto es un reflejo del descontento sobre cómo están siendo gobernados en el país. El UKIP, único beneficiado por esta consulta, ha encontrado el caldo de cultivo perfecto en esa parte de la sociedad que se siente muy lejos de los gobernantes. No es casualidad que el partido cuente con la mayor parte de su apoyo en zonas que votaron a favor de la salida de la Unión Europea: se presenta a sí mismo como un partido en contra del establishment y con un alto contenido populista. Según el British Social Attitudes de 2015, un estudio anual realizado por NatCen, el votante del UKIP está enfadado porque siente que el sistema le ha dejado atrás y preocupado por el futuro del país. Es una clase media, a la que le inquieta la desigualdad y la inmigración. Están plenamente convencidos de que su situación no mejorará a largo plazo y un 79% creen que la clase gobernante no atiende a sus necesidades. Según el British Social Attitudes de 2016, un 82% de la población se define como clase trabajadora y piensa que existe una gran diferencia de clases, con una élite que se beneficia del sistema. Esta sensación de olvido se confirma en este estudio, recientemente, publicado y que ha analizado la confianza de la sociedad británica en el Gobierno durante el período 2000-2013. El resultado: el porcentaje medio de confianza se sitúa en un bajísimo 35,7%. La falta de liderazgo o las crisis económicas son factores importantes, pero es crucial la confianza, que es mayor cuando la percepción de la sociedad es positiva. Si los ciudadanos sienten que están siendo tratados de manera justa, confiarán en el Gobierno.
Así, el voto fue una llamada de atención al olvido de la clase media, que siente que hay un desajuste entre la vida que deberían haber vivido y la que viven en realidad, sin que eso sea su culpa. Tom Kibasi, director del Institute for Public Policy Research (IPPR), afirma que “desde Westminster simplemente no han sabido entender la realidad de la clase trabajadora de muchos en el país”, así que aquellos que hacían campaña a favor del Brexit aprovecharon ese vacío y gestionaron ese enfado, convirtiendo la consulta en una protesta.
Por otro lado, si bien la palabra “nacionalismo” tiene todavía muchas connotaciones negativas en este país y se debe usar con mesura, hay una identidad nacional que ha florecido y se ha ido haciendo fuerte durante y después de la consulta: la inglesa (Englishness). Detrás del Brexit se encuentra, sobre todo, el nacionalismo inglés, que se ha ido configurando durante este último tiempo a la manera clásica del nosotros-ellos, pero sin tener, en realidad, claro quién es quién. Ellos son los de fuera, esas sombras de Bruselas. Ellos son también los inmigrantes que quitan el trabajo y que acaparan las cuotas de ayudas sociales y colman el sistema sanitario. El nacionalismo inglés no siente la identidad europea como algo que les complemente, todo lo contrario: es antagónico. “Ser europeo” implica un desajuste que no es fácil de incorporar, se siente como una imposición. ¿El motivo? En las dos caras de la moneda se encuentra “ser inglés” y “ser británico”. Sin embargo, desde que las voces británicas han dado a luz un Parlamento escocés y otro galés, la identidad nacional inglesa ha necesitado hacerse escuchar, y ha encontrado su voz en la consulta popular.
Tenemos definido el ellos. ¿Y el nosotros? Eso no está tan claro. El referéndum era una llamada al autogobierno y el control del país. Ahora bien, autogobierno ¿sobre quién?
Nosotros no es Irlanda del Norte. Es más, el Brexit ha hecho mucho más a favor de una Irlanda reunificada que muchas personas; como poco, ha puesto sobre la mesa de nuevo una cuestión que, para muchos, estaba olvidada. Micheál Martin, líder del partido Fianna Fáil afirma que, en efecto, las posibles consecuencias del Brexit para Irlanda del Norte merecen, al menos, una discusión sobre el futuro de la región. En la misma línea, Martin McGuinness, del partido Sinn Féin, insiste en que debería existir la posibilidad de decidir. Además, afirma que Westminster debería respetar la voluntad democrática del pueblo de Irlanda del Norte, que votó en contra del Brexit. Las cifras todavía son muy bajas, sin embargo: en la última encuesta realizada por Ipsos MORI muestra que solo un 22% apoya una posible reunificación con la República de Irlanda, aunque esta cifra ha subido cinco puntos desde 2013. No obstante, lo interesante de la encuesta es que un 52% opina que debería celebrarse un referéndum sobre el asunto. Conscientes de que la salida de la Unión Europea será un proceso largo y con la vista puesta en lo que ocurrirá en Escocia, desde partidos como Sinn Féin ya han comenzado una campaña que esperan que culmine en 2019. Desde Dublín avisan de que no tienen intención de colocar controles fronterizos en el norte, algo con lo que está de acuerdo Theresa May, aunque no puede garantizar el futuro de la Common Travel Area. Sin embargo, Enda Kenny, primer ministro de Irlanda, también avisa: la forma en que se dé el proceso del Brexit podría generar un referéndum sobre el futuro de la isla en su conjunto.
Nosotros no es Gales, aunque bien podría serlo, o al menos eso opinan aquellos que están a favor de que Inglaterra y Gales se independicen de Reino Unido. Aunque votaron a favor de la separación de la UE, semanas más tarde se habían arrepentido, protagonizando lo que muchos llamaron Bregret. Esta encuesta indica que, de haberse celebrado otro referéndum, el remain habría ganado con un 53% de los votos. Gales es una de las regiones de la Unión que más ayudas a la agricultura recibe (se estima que unos 240 millones de libras esterlinas al año), y no tiene garantías de que las subvenciones vayan a seguir fluyendo desde el Gobierno central. ¿Por qué su voto, entonces? Bueno, la idea central de la consulta era “retomar el poder”. Para Gales eso significaba recibir más atención desde Westminster y dejar de ser la parte olvidada del país, donde vivir y tener un trabajo en condiciones es cada día más complicado. El nacionalismo galés define poco a la región y solo en las partes más alejadas de Inglaterra. Además, a diferencia de Escocia, Gales carece de esfera pública y de medios propios, así que la campaña se centró en asuntos generales como la inmigración, más que en consecuencias concretas para la región. Aún con todo, según datos publicados en enero de 2017, solo un 36% de los galeses apoyaría la celebración de un segundo referéndum, porque la población tiene claro lo que quiere: únicamente, un 19% daría el visto bueno a una posible independencia. Desde Gales ven esta nueva etapa como una oportunidad para redefinir sus relaciones con Londres y dejar claras sus demandas.
Nosotros no es, por supuesto, Escocia. Desde luego, el norte de la isla siente que se le ha tomado el pelo. La idea central del “We are better together” de David Cameron en 2014 fue, precisamente, la salida automática de Escocia de la Unión Europea si ganaba la independencia. Ahora se enfrentan a un Gobierno que no tiene intenciones de permitirles celebrar una segunda consulta. En Escocia se da un escenario completamente distinto al del resto de las regiones: los escoceses no sienten la identidad europea como una amenaza, sino como algo que les complementa. Es más lo que les diferencia del resto de Reino Unido que lo que les une: en el censo de 2011, solo el 18% indicó que era escocés y británico al mismo tiempo. Más importante que esto, “retomar el control” supone algo completamente distinto, significa el gobierno de Escocia para Escocia. Por eso, esta consulta fue para ellos algo que olía a identidad inglesa, que ni les iba ni les venía. La última encuesta realizada por BMG para The Herald indica un aumento de 3 puntos en el apoyo a un segundo referéndum en la región, aunque aquellos que no lo quieren siguen siendo más: 43% sí votaría frente al 45% que no. No obstante, se espera que la tendencia aumente hacia el “sí” después de que Theresa May anunciara públicamente la dirección del Gobierno hacia un Brexit duro, separándose incluso del mercado único. En programas dedicados en exclusiva a la cuestión, como este de la BBC, queda claro que el deseo de muchos escoceses es que se respete su voluntad democrática de quedarse dentro de la Unión Europea. Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia, anunció a principios de año que el plebiscito se podría discutir solo si el Gobierno decidía una separación parcial de la UE. A la vista de los acontecimientos, es probable que la líder del Partido Nacional Escocés (SNP) busque la celebración de una segunda consulta antes de 2019.
¿Quiénes son nosotros, entonces? No es ese 48,1% de la población que siente que les han robado parte de sus derechos. Al final, cuando la pregunta que se plantea es tan general y las explicaciones tan escasas, se abre la vía a una interpretación muy amplia de los sucesos. La situación empeora con resultados tan ajustados, porque ninguna parte de la población está satisfecha. Entonces, ocurre lo que explica muy bien John Bird, fundador y director de la revista The Big Issue: no hay ganadores. La intransigencia de las dos posturas, que ven un futuro apocalíptico, causa que los dos bandos sientan que el otro ha roto el país. Y eso, tristemente, es lo que se esconde debajo de “Brexit means Brexit”. Porque significa que nadie pensó en el nosotros antes de defenderlo.
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