Tendencias periodísticas: las que funcionan, las que no y las que vuelven del pasado
Image: REUTERS/Dado Ruvic
Ser periodista no es dedicarse a vender patatas —por poner un ejemplo—, algo que se supone que todos los días es igual. El producto con el que comercia el periodista es la vida, y la vida suele cambiar a cada instante. Por eso, se supone, el periodista debe adaptarse de forma continua a una realidad cambiante: no sólo cambia lo que sucede y hay que contar, sino también quién se informa sobre lo que pasa y cómo lo hace.
Eso, que vale para explicar por qué la industria está como está (una pista: porque ha sido tremendamente incapaz de adaptarse), vale también para entender por qué en este negocio lo que ayer funcionaba hoy ya no lo hace. E, incluso, que cosas que se descartaron hace no demasiado de pronto vuelven a funcionar.
Así las cosas, hablar de lo que hoy es tendencia en este mercado es un esfuerzo fugaz. Manos a la obra, antes de que estas cosas pasen de moda o que la industria se acabe yendo al carajo del todo, que eso también puede pasar.
No se puede hacer una lista de tendencias periodísticas sin hablar de las listas. El ‘periolista’ (dícese del periodista que hace listas) es blanco de críticas, pero en realidad lleva a cabo una de las funciones más viejas del periodismo explicativo: condensar en ideas clave una realidad compleja.
El éxito de la fórmula se ha dado gracias, especialmente, a las redes sociales. Son entornos en los que se supone que la gente consume información de forma rápida, textos sencillos y rápidos, de fácil consumo. Y ahí ‘las diez cosas que’ funcionan de miedo. Hay, incluso, medios que viven de eso y lo llevan a gala. Axios, uno de los últimos grandes proyectos online con algo de prometedor, es un ejemplo.
Esto, en realidad, es lo que deberíamos hacer todos los periodistas antes de empezar. Lo que pasa es que en este mundo actual, donde a las mentiras se les llama fake news, y la manipulación de la posverdad y los eufemismos campan a sus anchas, parece que con la comprobación periodística hemos descubierto la rueda.
El inicio de la tendencia posiblemente esté en el Obameter, un proyecto que se llevó un Pulitzer gracias a algo tan sencillo como recoger las promesas de Obama y comprobar si las cumplía. En España se llevó a cabo algo similar con Maldita Hemeroteca, de La Sexta, y con el tiempo han aparecido fact-checkers como setas: @malditobulo (de parte del equipo de Maldita Hemeroteca), @eltragabulos(lanzado por Verne), @elcazabulos (lanzado por ElDiario.es), o La buloteca (una extensión para Chrome que muestra la noticia real cuando caza un bulo).
En realidad todo lo anterior se engloba en una única cosa: la tendencia de explicar las cosas. Más allá de contar qué sucede, ahora el interés se centra en contar por qué sucede y cómo se ha llegado a ello. Contexto más que actualidad y última hora. A fin de cuentas, eso ya lo aportan las agencias, y nadie puede batir en velocidad a las redes sociales. Aunque los directos (en vídeo y comentados) siguen pegando fuerte, tanto en los medios como en las redes sociales.
Dentro de los explainers hay de todo. Desde medios que se esfuerzan en lanzar vídeos de sus periodistas analizando las claves de algo, hasta transmisiones en Facebook Live, parrilla ‘televisiva’ incluida. Y también, claro, historias contadas a través de infografías (esta sobre el programa nuclear norcoreano de Reuters, por poner un ejemplo), long-forms (formato largo) o incluso artículos ‘gamificados’.
No es que Google condicionara al periodista, es que directamente los periodistas titulaban para el buscador. Y ahora, que las que mandan son las redes sociales, se repite la historia. Es la dictadura de los intermediarios: ellos son el canal de distribución de tu contenido, así que si quieres llegar a tus lectores tienes que plegarte a sus normas.
Por eso ya no es tan raro ver vídeos verticales (si en Snapchat lo hacen y se quiere llegar a los jóvenes y al público que se informa sólo a través del móvil, hay que hacerlo) o vídeos mudos y subtitulados. La cosa es sencilla: Facebook hace autoplay de los vídeos, pero sin sonido. Así las cosas, tus dos primeros segundos deben ser impactantes, y debes contar la historia en breves titulares subtitulados.
Llevamos años hablando de que llegarán los robots para quitarnos el trabajo. Al menos, a aquellos que se dedican a labores mecánicas y sin valor añadido real. Y no nos engañemos, el periodismo de teletipo (ese en el que el redactor recolecta información de agencias y edita mínimamente) no aporta nada en absoluto. Así las cosas, era de esperar que los robots llegaran al mercado.
Es cierto que Google y otros han intentado automatizar la selección de noticia según diversos algoritmos, pero eso no ha acabado nunca de funcionar. La aproximación mejor pensada es la de Nuzzel, que destaca aquellos contenidos que tus contactos están empezando a compartir (porque si a ellos les interesa, cabe esperar que a ti también). Pero para bots auténticos, los que usa Quartz en su app de móvil (tú preguntas y ella te cuenta las noticias, y en función de tus intereses va dándote más o cambia de tema) o lo que pusieron en marcha los humanos españoles detrás de Politibot.
Vale, que la industria mediática tiene un problema ya lo hemos dicho. La cosa no es sencilla, pero se puede resumir muy por encima: la gente cada vez consume menos información periodística o, al menos, paga menos por consumirla. Eso condena a los medios a vivir de suscripciones (volviéndose de nicho y cerrándose a las ventajas de Google y las redes sociales) o a vivir de publicidad.
Esto último, la opción más factible, en realidad no lo es: necesitas engrosar las cifras, aunque sea a base de historias intrascendentes pero espectaculares, o a base de bombardear con contenido infinito producido a bajo coste. Y, en cualquier caso, todo ello siempre enlatado en publicidad masiva, intrusiva y que hace cada vez más complicado encontrar el contenido real. Por eso cada vez más gente bloquea los anuncios, agravando aún más el problema.
Créanlo, amigos. La salvación que están encontrando muchos medios para llegar al lector es convencerse justo de eso: no es el lector el que tiene que llegar a ti, dándote visitas, sino tú el que tienes que llegar al lector. No es tanto la audiencia, como la relevancia. Y hete aquí que una de esas tendencias de hace mucho, mucho tiempo, vuelve de entre los muertos: el envío de newsletters por mail.
Lo hacen hasta los más modernos, los más grandes y los más pequeños (NYT, Washington Post, Quartz, Yorokobu…). El valor añadido aquí no es ya el contenido en sí, sino la selección. El que el lector tenga a su alcance, en un formato reducido (titular y un párrafo) todo aquello que necesita leer… aunque eso suponga también enlazar a contenido de la competencia. La clave aquí es llegar al lector y tenerle contento.
Los zombies nunca viajan solos. Y junto a las newsletters vienen los podcasts, venidos del pasado para intentar rejuvenecer. Es cierto que la idea de emisiones de audio en diferido y a la carta nunca murió, pero también es verdad que nunca fueron un producto masivo. Al uso que le han encontrado las radios tradicionales en su paso al entorno online hay que sumar algunas inciativas interesantes al respecto, como lo son desde hace tiempo iVoox o SoundCloud.
Algunas iniciativas más actuales tratan de impulsar la tendencia. Las hay ‘autónomas’, programas de radio edificados sobre podcasts, donde han encontrado una nueva vida y un nicho importante de oyentes. En España, por ejemplo, La Cafetera o Carne Cruda, ahora cobijado en ElDiario.es. Hay más, por ejemplo Cuonda, recientemente financiada por Google y que anunciaba un programa conjunto con el anteriormente mencionado Politibot.
Espera, espera: esto va de cosas que son tendencia, no de cosas que estén pasando de moda. Y sí, es cierto, los comentarios van en retirada después de que varias grandes webs hayan anuncado su retirada. Importantes medios online como Popular Science, Reuters, Re/Code o Bloomberg lo han hecho, y en España el debate ya lo lanzó El Paíshace tiempo, igual que Xataka algo después.
Hace años los comentarios eran un filón porque aseguraban audiencia y eran muestra del éxito de algunos contenidos. Y muchos medios que no saben ganar audiencia sin hacer trampas empezaron a falsearlos y a alimentar a los trols para que creciera una planta carnívora. Al final, llegaron las redes sociales y les comieron la tostada: poca gente comenta ya fuera de sus propios entornos, con sus propias comunidades. Y la gestión de comentarios es mucha veces más costosa que productiva.
Hasta aquí la muerte, y aquí la duda: The Washington Post decidió hace poco lanzar una newsletter con una selección de los mejores comentarios de sus lectores. Newsletters y comentarios juntos, algo casi viejuno. Pero como lo hípster está de moda, quién sabe si puede funcionar.
Entre tanta resurrección inesperada, cabe preguntar si también volverá de entre los muertos una de sus más recientes incorporaciones fúnebres. Las redes sociales, que tantas cosas cambiaron y se llevaron, también mataron a las portadas. Estas, que eran el escaparate de los medios digitales, a las que se destinaban recursos, personal y constante actualización, dejaron de ser importantes de pronto. El motivo: la gente llegaba por otras vías.
Primero fue Google y el SEO: el tráfico por búsqueda era tres cuartas partes del total y suponía que la gente accedía al contenido tras buscar algo, es decir, sin pasar por la portada. Con las redes sociales el esquema se repite: la gente a la que sigues comparte el enlace directo del contenido, no de la portada. Conclusión: las portadas dejaron de importar.
¿Hay, entonces, alguna forma de que recuperen su importancia? Las portadas tienen una razón de ser fundamental: la jerarquización de la información. Es decir, no sólo es seleccionar qué es importante sobre lo que no lo es (que ya es algo) sino, además, establecer órdenes y tamaños (cuánto de importante es algo que es importante). Si la gente ve valor añadido en la selección, por qué no en la portada, que es el paradigma de la selección (y además, actualizada en tiempo real).
En cualquier caso, este artículo es una especie de profecía autocumplida. Lo que describe puede valer ahora, pero seguramente dejará de valer en poco tiempo. Es lo que tiene comerciar con la vida. Nunca mejor dicho, lo de comerciar.
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