Arte y Cultura

El nombre (raro) de las cosas que no tienen nombre

People wait in line to enter the City University of New York (CUNY) Big Apple job fair in New York, April 23, 2010. The number of U.S. workers filing new applications for unemployment insurance fell as expected last week, resuming a downward trend that had been interrupted by the Easter holiday, government data showed on Thursday. REUTERS/Shannon Stapleton (UNITED STATES - Tags: EMPLOYMENT BUSINESS SOCIETY EDUCATION) - RTR2D64C

Image: REUTERS/Shannon Stapleton

Mariángeles García

Hay realidades, conceptos, objetos que nos resultan familiares y que estamos hartos de ver, pero que no sabemos nombrar. Para ello recurrimos a perífrasis o a expresiones que lo único que hacen es definirlos (que no es poco), pero nada más. Y sin embargo tienen nombre. Unas veces aparece escondido entre las más de 93.000 palabras que habitan en el Diccionario de la RAE (DRAE). Otras, vive en diccionarios técnicos que hablan de medicina o de botánica. O las tomamos prestadas de otros idiomas.

Por ejemplo, ese olor que desprende la tierra seca cuando llueve sobre ella. Lo conocemos, lo hemos sentido alguna vez. Nos gusta. Pero nos limitamos a decir que huele a tierra mojada. Ese olor es lo que unos geólogos australianos, Isabel Joy Bear y R. G. Thomas, bautizaron como petricor (petrichor en inglés). El nombre proviene de la unión de dos términos griegos: petros (piedra) e ikhor (el líquido que corre por las venas de los dioses en lugar de sangre, según la mitología).

Cuando te frotas los párpados y ves unos puntitos de luz, unos brillos que convierten a tu ojo durante unos segundos en un caleidoscopio mágico, lo que ves en realidad son fosfenos.

Ahora mira el lápiz de encima de tu mesa. Ese que tiene una goma de borrar en la punta. ¿Te has fijado en la pieza metálica que la une a la madera? Pues esa pieza se llama virola. También la ves sujetando las cerdas del pincel o la brocha a su palo, o adornando la empuñadura de algún paraguas.

No debemos confundirlo con el agrafe, ese alambre, por ejemplo, que sujeta el corcho a la botella de cava y que retiras con algún que otro esfuerzo (en función del celo o mala leche con los que el fabricante haya embotellado la bebida) cuando brindas. O esas enormes grapas que vemos uniendo las paredes de algún edificio algo ruinoso.

Mírate las uñas. ¿Ves ese semicírculo blanco que nace de la raíz y que tu abuela llamaba “mentiras” cuando eras pequeño? Se llama lúnula. Y ya que estamos con la anatomía, el canalillo que va desde la nariz a la boca y por el que se deslizan, para tu vergüenza, los mocos cuando te acatarras se llama filtro o filtrum (si te pones exquisito).

Algo más escatológico es ese esfuerzo o pujo que realizas cuando vas a defecar o a orinar. Su nombre es tenesmo y dejarás loco a más de uno cuando describas (si es que tienes esa filia) tu momento de ir al baño.

Pasemos a algo más estético. Cuando te peinas dividiendo el pelo en dos mitades, te peinas a raya, sí. Pero esa raya se llama crencha. Si quisieras medir el tamaño de la crencha de un calvo que se peina a cortinilla, probablemente uses tu dedo pulgar y tu dedo índice para hacer la medición. A esa distancia entre ambos dedos la llamamos jeme.

Ya aseado y peinado, te dispones a calzarte. Seguro que tus zapatos o deportivas tienen cordones. Al remate plastificado o de metal con el que terminan se le llama herrete.

Ahora que ya estás listo, sales a la calle porque has quedado para tomar unas cañas con unos amigos. En el bar pedís unas cervezas y unas tapas de jamón, por ejemplo. ¿Por dónde agarrará el camarero el cuchillo para cortarlo? ¿Por el mango? Bueno, sí. Pero lo que sujeta en realidad es el recazo.

Las cervezas ya están en la barra aguardándoos. Esa deliciosa cerveza con su espumita blanca dispuesta a mancharte el labio superior. Esa espumita que tiene un nombre de origen alemán que es giste.

¿Qué tal unos dados para animar la tarde? Si sacas un cinco, ya puedes decir a tus amigos que a esa formación de puntitos tan peculiar que te acaba de regalar el azar se la llama quincunce. Y ya puestos a tirarte el rollo en plan léxico, explícales también que al signo inglés & que todos llaman «el signo ese del inglés para decir “and”» se llama ampersand. La palabreja viene, a su vez, de otra expresión: and per se and, o lo que es lo mismo, «y por sí mismo, y», que era lo que decían los británicos cuando recitaban el abecedario y llegaban a la última letra.

Si alguno de tus colegas se pone tonto y trata de frenarte diciendo que le aburres infinito, contraataca sin piedad. Explícale que a ese símbolo con el que lo representamos y que parece un ocho tumbado se le llama lemniscata. Puede que agotes su paciencia, es cierto. Que te dejen más solo que a esos matojos del desierto que giran y giran por la arena empujados por el aire tórrido. No importa, algo de tu sabiduría habrá calado sin duda en sus mentes ignorantes. Merece la pena el riesgo.

Por cierto, a esos matojos rodantes se les llama estepicursores.

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