¿Crees que conoces Europa? Estos mapas podrían sorprenderte
Image: REUTERS/Laszlo Balogh
Observar un mapa de Europa es adentrarse en un lienzo estático donde los países resultan familiares, estables y predecibles. Sus líneas, en ocasiones seculares, en ocasiones de reciente creación, han tomado todos los rincones de nuestra memoria y se han instalado en la cotidianidad. Polonia, Croacia, Bélgica o Portugal son entidades conocidas que, a juzgar por nuestro mapa, tienen poco más que contar sobre su historia.
Detrás de los mapas políticos mudos, se esconden otros que completan el puzzle histórico que conforma la realidad del presente europeo. Son las fronteras invisibles, divisiones que no apreciamos en los mapas comunes pero que perviven en las estadísticas y en las realidades sociales de cada país. Fantasmas de antiguos estados que desaparecieron hace más de un siglo o hace algunas décadas, divisiones culturales internas que la modernidad no ha apagado.
Un repaso alrededor del continente dividido, de sus fronteras no escritas sobre el papel, ayuda a entender qué sucede en los países que forman un continente tan variado como Europa y qué fue de su pasado.
El ejemplo más paradigmático de todo ello sería Italia. Tras la Segunda Guerra Mundial, las autoridades italianas, apoyadas por las fuerzas aliadas, decidieron preguntar a sus ciudadanos qué rumbo querían que tomara el país. Italia había sido una monarquía desde su reciente unificación, a mediados del siglo XIX, pero los sentimientos del país hacia la institución variaban. El norte, más burgués e industrial, era más republicano; el sur, campesino y obrero, sentía mayor preferencia hacia la monarquía.
A la izquierda, el PIB de las regiones italianas: cuanto más oscuro, más alto. A la derecha, los resultados PISA: cuando más oscuro, más bajos. La correlación es alta, al igual que con las dinámicas políticas e históricas de un país dividido en dos mitades.
El referéndum deparó un resultado favorable a la actual república, pero también evidenció la enorme brecha entre el norte y el sur, a nivel económico y por tanto cultural. Todas las provincias sureñas optaron por la monarquía mientras que las norteñas lo hicieron por la república. Años después, Putnam utilizaría estos resultados para explicar los diferentes grados de participación política en la democracia italiana, y como el desarrollo y las estructuras históricas regionales fomentaban o no una sociedad más o menos liberal.
En el pasado referéndum italiano por la reforma constitucional, estas diferencias aún eran visibles en los mapas de participación global.
Alemania es otro ejemplo clásico de división interna que no siempre se aprecia en los mapas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados dividieron el país en dos: por un lado, la República Federal Alemana, capitalista y de corte occidental; por otro, la República Democrática Alemana, comunista y de corte soviético. Cada una desarrolló estructuras políticas y económicas diferentes que no desaparecieron tras la caída del muro y la complicada reunificación. A día de hoy, el fantasma de la RDA es bien visible en el mapa electoral federal alemán. En el este, Die Linke, los post-comunistas, son muy fuertes.
Pero también se aprecia en el cuadro macroeconómico de los lander del este. Los alemanes de la antigua RDA tienden a sufrir mayores tasas de paro y miseria económica.
Por último, el surgimiento de Alternativa para Alemania aún traza la antigua frontera entre las dos Alemanias. El partido de extrema derecha consigue la mayor parte de sus votos en estados que antiguamente pertenecieron a la RDA, donde su discurso sobre la decadencia de la globalización y los peligros de la población inmigrante resuenan mejor entre una economía tradicionalmente industrial y entre obreros de cuello azul.
A la izquierda, los resultados de AfD, en porcentaje, en las elecciones de 2013. A la derecha, los lander donde tienen representación. Es un partido fuerte principalmente en la antigua RDA, aunque no de forma exclusiva.
Algo más al este, en Polonia, otro mapa electoral refleja la profunda transformación política de un país que siempre ha tratado de caminar entre la Europa central y occidental y la Europa oriental, tradicionalmente bajo la esfera de influencia rusa.
Las últimas elecciones presidenciales polacas mostraron con claridad la intensa brecha entre el oeste y el este polacos. Las regiones pegadas a Bielorrusia, de carácter más rural, prefirieron al candidato propugnado por Ley y Justicia, el partido de maneras semi-autoritarias en el poder. Aquellas zonas más pegadas a la frontera con Alemania, algo más urbanas, optaron por el candidato opositor, cuyas ideas europeístas y liberales resuenan mejor en el corazón de Europa.
Si retrocedemos algo más en el tiempo, hay cierta similitud entre aquellos territorios que pertenecieron a la Alemania pre-Segunda Guerra Mundial, el área hoy polaca que había pertenecido a nivel histórico a Prusia, y las simpatías europeístas y liberales. Tras la Segunda Guerra Mundial, Polonia fue el único país que modificó sustancialmente sus frontera. En el este, perdió terreno en favor de Bielorrusia y Lituania, espacio compensado en el oeste tras la reducción sustancial del territorio ocupado por Alemania.
Hoy, la Polonia B, esa Polonia rural y conservadora que a menudo se siente despreciada, con razón o no, por las élites urbanas y cosmopolitas, se lanza en brazos de un gobierno que coquetea, para alarma de la UE, con el iliberalismo.
Los sucesos del Euromaidán y el estallido del conflicto en el este de Ucrania, amén de la invasión rusa de la península de Crimea, provocó que el continente europeo se volcara informativamente en el olvidado país eslavo. Por aquel entonces, aparecieron diversos mapas que ilustraban el puzzle étnico y político que tanto hoy como a nivel histórico siempre había dibujado Ucrania. Aquel país, surgido al albur de la desintegración de la URSS, era en realidad el estertor de diversos imperios. El ruso, el polaco y el austrohúngaro.
La división electoral ucraniana entre Yanukovych, escorado hacia la alianza con Rusia, y Yushchenko, de carácter más europeísta.
La compleja división étnica de Ucrania. Las zonas rojas son predominantemente ucraniano-parlantes, las amarillas ruso-parlantes.
Las divisiones electorales de los últimos años, esta acorde a las presidenciales de 2010, trazan paralelismos claros con la histórica división territorial de Ucrania. Allí donde siempre ha pertenecido a Rusia, el apoyo a Yanukóvich siempre fue mayor. Y en aquellas regiones que formaron parte del estado polaco de entreguerras o de la antigua Mancomunidad de Polonia y Lituania, uno de los estados europeos más grandes durante siglos, optaron por el partido de carácter más europeísta. Dos Ucranias: la que mira a centroeuropa y la que mira a Rusia, ambas fuertemente influenciadas por fronteras invisibles que llevan ahí siglos.
Y las piezas encajaban. En aquellas regiones de habla mayoritariamente rusa que habían sido controladas durante siglos por los Romanov, el apoyo al presidente finalmente saliente, Yanukóvich, y a la invasión militar rusa era mayor. Y en aquellas más pegadas al corazón de Europa y que se habían repartido entre los ocasionales estados polacos y la hegemonía Habsburgo al oeste eran más partidarias de la revuelta y el nuevo gobierno.
Lo cierto es que el carácter compuesto y diverso de Ucrania es el resultado de los vaivenes históricos de otras naciones sobre su territorio, y así se manifiesta tanto en las preferencias políticas como culturales de sus habitantes.
Al igual que Italia, España cuenta con grandes divisiones internas, orientadas a menudo en el eje norte-sur.
Pero al contrario que el país transalpino, no se manifiesta tanto en las preferencias políticas individuales de cada región como en la dinámica económica de cada una de ellas. Así, la crisis económica y el crecimiento incomparable del paro ha permitido observar la España que funciona a dos velocidades: una, al norte, casi siempre por debajo de la media del país, y la otra, al sur, con comunidades que han llegado a superar el 30% de paro (Andalucía) y con provincias que se han disparado al 40% (Cádiz).
Un degradado. (Antonio Delgado)La mitad norte y la mitad sur, en 2014. (Libertad Digital)
La España desigual también se manifiesta en muchos otros parámetros económicos donde el sur, casi siempre, sale peor parado que el norte (en renta, por ejemplo: no hay ni una sola comunidad autónoma sureña entre las diez primeras).
A nivel político, la brecha es más apreciable si nos fijamos en las dinámicas de izquierda. En el sur, partidos de nuevo cuño como Podemos han tenido más complicado ensanchar su base electoral. Los motivos quizá se encuentren en el tradicional dominio del PSOE andaluz, extremeño y manchego de las zonas agrarias, aún muy importantes en comunidades cuya industrialización fue débil. Mirar al sur, desde la izquierda, sigue siendo mirar al PSOE.
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