¿Por qué Canadá es la potencia emergente de moda?

Canada's Prime Minister Justin Trudeau takes part in a World AIDS Day flag raising ceremony on Parliament Hill in Ottawa, Ontario, Canada, December 1, 2016. REUTERS/Chris Wattie - RTSU8KH

Image: REUTERS/Chris Wattie

Borja Ventura

Cuando la reverenda Joanne McFadden descolgó el teléfono, la directora del instituto regional de Shelburne le dijo que tenían un problema con los tres chicos sirios que acababan de iniciar sus clases. Eran parte de la familia a la que McFadden había ayudado a llevar a Canadá huyendo de la guerra, tras iniciar una campaña de captación de fondos entre los vecinos de esa pequeña localidad pesquera de Nueva Escocia, al sureste del país, casi enfrente de Boston.

Sin embargo, no era el típico problema que cabría esperar si se piensa con la mente de un choque cultural. Sencillamente era que los tres adolescentes, de 15, 16 y 18 años, eran inusualmente guapos y, en palabras de la directora, “todas las chicas del centro están acosándoles”.

La historia, recogida por The Guardian tres meses atrás, es una de tantas que han aflorado en los medios de un tiempo a esta parte. Se cumplía por aquel entonces el primer año desde que el flamante y carismático primer ministro Justin Trudeau anunciara una política de inmigración mucho más receptiva por parte de su país como respuesta a la crisis internacional de desplazados desde Oriente Medio. Era un buen momento para ver, detrás del acto político y la promesa humanitaria, en qué quedaba todo.

Los datos hablan por sí solos: hasta la fecha casi 40.000 refugiados sirios han terminado su viaje en Canadá, y la mayoría de las historias que publican los medios hablan de integración y solidaridad en uno de los países con menor densidad de población del mundo. El gobierno canadiense de hecho público el ‘censo’ numérico de refugiados acogidos, algunos aspectos generales y las condiciones en las que llegan, todo en una página encabezada por un elocuente ‘#WelcomeRefugees’.

Referente en la gestión de la crisis de los refugiados

La promesa de Trudeau, por tanto, no se quedó sólo en promesa. La cifra contrasta, por ejemplo, con la de otros países. España había acogido por esas fechas a 481 refugiados de los más de 17.000 comprometidos. Llama la atención no sólo el incumplimiento, ni la cifra mucho menor que la canadiense, sino que ambas cosas se den cuando el nuestro es el país con la más favorable corriente de opinión pública sobre acoger refugiados, por encima incluso de Canadá.

Más allá de las diferencias políticas de ambos gobiernos y de la densidad de población de ambos territorios, hay otros motivos que explican el movimiento. La pirámide poblacional canadiense necesitaba un reajuste -no mayor que la española, todo hay que decirlo-, lo que ha hecho de Canadá un país netamente inmigrante donde uno de cada cinco ciudadanos lo es.

Por eso el Ejecutivo de Trudeau asegura que seguirá con la política de acogida iniciada un año atrás, y por eso el hecho de nombrar ministro de Inmigración a un somalí que llegó al país en 1993 no es un gesto político sin más de cara a la galería. Es que sencillamente el país es así.

Justin Trudeau (derecha) felicita a Ahmed Hussen, tras su nombramiento en Ottawa. CHRIS WATTIE/ REUTERS
Protagonismo regional en oposición a Trump

Hay, más allá de las coyunturas políticas y las necesidades sociológicas, algo más detrás de todo esto. Trudeau se ha convertido en una de las figuras más carismáticas del panorama político internacional en muy poco tiempo. Eso, que salta a la vista especialmente una vez Barack Obama ya no es presidente de EEUU, no es tan fácil como parece: Canadá es uno de los países más olvidados de occidente, apocado como vecino de un gigante y sin peso específico aparente. Sin embargo, siempre está ahí: el G8, operaciones aliadas, mesas económicas de decisión o importantes tratados de comercio.

La llegada de Trump al poder debería ser el espolonazo que acabe de colocar a Canadá en el radar geopolítico de un primer mundo necesitado de referentes. Aunque sólo fuera por contraste con su vecino del sur –Trudeau es un telegénico, carismático, joven y brillante político-.

Pero la cosa no se queda ahí: Canadá parece querer dejar de ser ese vecino discreto, correcto y educado, objeto de las amargas bromas y los ninguneos de EEUU. Al final, vista la victoria de Trump, parece que las críticas de series tan corrosivas como ‘South Park’ iban más contra sí mismos que contra Canadá.

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Quizá por primera vez en su historia, el país está tomando la iniciativa en ciertos movimientos de cara a la comunidad internacional, donde el ‘toque de atención’ a otros países con el tema de los refugiados -de nuevo, las comparaciones son odiosas- es sólo un ejemplo. Otro podría ser su papel emergente en el comercio de su región.

El primer paso lo dio Trudeau en plena campaña electoral estadounidense, cuando Trump prometía la construcción de un muro con México. Es cierto que el primer ministro canadiense llevaba años diciendo que la política de visados de su país respecto a México debía ser cambiada (esto es de hace dos años), pero encontró entonces el mejor momento de llevar a cabo el movimiento: justo a tiempo para oponerse al mensaje del ahora inquilino de la Casa Blanca, el gobierno canadiense eliminaba los requisitos de visado para los ciudadanos mexicanos.

Es cierto que nadie esperaba que Trump ganara, salvo él mismo, pero ese primer paso colocaba a Canadá en una posición ventajosa en lo que a las relaciones con México se refiere.

Por el momento Trump ya ha dicho que quiere reformular el NAFTA, y directamente ha sacado a EEUU del TTP, lo que para muchos analistas deja el tratado herido de muerte. Ahora bien, Canadá es ahora quien lidera el nuevo TTP, así que eso le confiere mayor peso geoestratégico en la región. Y, de hecho, muchos puestos de trabajo en EEUU dependen de ellos.

Así las cosas, con un líder sólido y carismático, presencia en las grandes decisiones internacionales y creciente peso comercial en su región, Canadá lo tiene todo para empezar a captar la atención de la comunidad internacional.

A fin de cuentas, ese gigante que tiene por vecino y que siempre le ha hecho sombra ya no es previsible ni confiable bajo el gobierno de Trump. Occidente necesita referentes, y la diplomacia aliados.

Igual ahora en EEUU dejan de burlarse tanto de sus vecinos del norte por cuestiones tan baladíes como el deporte. O quizá Trump haga suyo el argumento. Es capaz.

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