El Brexit como oportunidad para la Europa de la Defensa
Image: REUTERS/Luke MacGregor
Resulta innegable: el impulso europeísta no atraviesa por su momento de mayor vigor. Menos todavía si hablamos de cuestiones tan sensibles para los estados como la seguridad y la defensa en un tiempo político en el que la afirmación de la “soberanía” y el repliegue nacional se encuentran en muchas agendas políticas.
Tradicionalmente los intentos de dotar a la Unión Europea de capacidad militar autónoma frente a crisis internacionales han encontrado resistencias desde al menos dos puntos de vista.
Por un lado, desde argumentos ideológico-identitarios y, en segundo lugar, por la inevitable referencia a la impronta de la OTAN sobre la seguridad europea desde los años 50 y el riesgo de solapamiento y disfuncionalidad: 22 de los 28 miembros de la OTAN lo son también de la UE.
Paradójicamente el Brexit, uno de los reveses sufridos por el proyecto europeo, podría jugar un papel determinante a la hora de avanzar en el diseño de la Europa de la defensa.
El camino hacia la Europa de la Defensa.
Tras la Segunda Guerra Mundial y con el nacimiento del mundo bipolar, una destruida y amenazada Europa occidental hubo de confiar su seguridad a quien podía garantizarla: a los Estados Unidos y a la alianza que Washington pasó a liderar en 1949 con la firma del Tratado del Atlántico Norte, simiente de la OTAN.
Años después, cuando la Comunidad Económica Europea comienza a ser reconocida como un actor comercial relevante, “los seis” tratan de trasladar su peso económico a la política exterior con el fin de generar una voz europea propia y liberarse del restringido papel jugado por Europa como muro de contención frente a la URSS en los compases más crudos de la Guerra Fría.
Es en 1970 y -bajo dichas premisas- cuando se lanza la Cooperación Política Europea: un mecanismo informal de información y coordinación intergubernamental para la adopción de posiciones políticas aunque con exclusión expresa de “las cuestiones militares y de defensa”. Dichas cuestiones continuarían tratándose desde lo nacional y en el seno de la OTAN y la “Unión Europea Occidental” (organización puesta en marcha en 1954 tras el fracaso de la mucho más ambiciosa Comunidad Europea de Defensa, esta sí, de corte supranacionalista).
Hoy, quedando atrás sus primeros pasos en la “alta política” y tras décadas de institucionalización, integración y reformas en los Tratados la Unión cuenta con una Política de Seguridad Común y Defensa, un Servicio de Acción Exterior, una Estrategia Europea de Seguridad, una Agencia Europea de la Defensa y con los EU Battleground concebidos como sostén de las conocidas como 'Misiones Petersberg'.
Las relaciones a ambos lados del Atlántico
Estos pasos y consolidaciones en la Europa de la Defensa necesariamente han tenido que mantener un ojo sobre el papel reservado a la OTAN, organización que cuenta con 22 estados miembros de la UE pero cuyo presupuesto se sostiene en sus dos terceras partes con las aportaciones estadounidenses como frecuentemente recuerda el Secretario General Jens Stoltenberg.
Así, encontrar mecanismos para una beneficiosa asociación estratégica entre ambas organizaciones se ha convertido en un asunto habitual en las cumbres sobre el futuro y la naturaleza de la Alianza y algo cada vez más importante a tenor de los nuevos desafíos securitarios (terrorismo internacional, la creciente asertividad rusa, etc.).
En este sentido, en 2002 se adoptaron los acuerdos de “Berlín plus”, que permiten a la UE aprovechar recursos de la OTAN para el desarrollo de sus propias misiones bajo dos supuestos: que la Alianza haya renunciado previamente a intervenir como organización y que ninguno de sus 28 miembros extienda un veto sobre la misión (lo que en la práctica merma considerablemente las potencialidades del mecanismo).
Tal es la relevancia del vínculo atlántico que las distintas sensibilidades en cuanto al grado de su intensidad han servido históricamente para trazar una línea divisoria entre “atlantistas” (grupo liderado por Reino Unido y ampliado hacia el este en 2004 y 2007) y aquellos estados más proclives al desarrollo de la dimensión defensiva del proceso de integración europea.
El punto álgido de esta división se alcanzó con la guerra de Iraq, cuando Francia, Alemania y Bélgica se opusieron a la intervención liderada por George Bush y evitaron involucrar a la OTAN.
Durante la más reciente intervención a raíz de la crisis libia se evidenciaron también las paradojas y dificultades a que se enfrenta la Europa de la Defensa. En esa ocasión, en paralelo a los esfuerzos en el Consejo para alcanzar una posición común respecto a Libia y a la puesta en marcha sobre el papel de una misión militar nunca activada, diez estados miembros decidieron actuar junto a EEUU y más tarde bajo el paraguas de la OTAN.
El año pasado el presidente de la Comisión reiteró la necesidad de diseñar una política exterior y de defensa -realmente- común y habló incluso de poner en pie un ejército europeo para transmitir que Europa se toma en serio la defensa de sus valores e intereses. Las reacciones no se hicieron esperar.
Por un lado, el Gobierno del Reino Unido rechazó inmediatamente la propuesta utilizando dos argumentos claros: que la defensa es un dominio reservado a los estados y que un ejército europeo solo serviría para duplicar y socavar la OTAN, en perjuicio de todos.
Por otro, la ministra alemana de defensa afirmó, en la línea de Juncker, que el futuro pasa en el largo plazo por el fortalecimiento de la seguridad común y la constitución de un pilar europeo en el seno de la OTAN.
No es de extrañar que las dos posturas contrapuestas hicieran referencia a la Alianza Atlántica, bien para resaltar que el marco prioritario de cooperación en materia de seguridad y defensa debe seguir siendo ese o para indicar que las capacidades europeas deberían estar más coordinadas e integradas en el seno de la UE y que la relación con el aliado estadounidense debería articularse de otra manera.
¿Un núcleo duro en la UE y un pilar europeo en la OTAN?
Con la marcha de Reino Unido se va la principal potencia militar europea pero también uno de los estados menos dispuestos a poner a trabajar dichos recursos en pos de una estructura europea de defensa, y, en general, a sumarse a cualquier iniciativa que potencialmente pudiera cuestionar un protagonismo casi exclusivo de la OTAN sobre la estructura securitaria europea.
Se va también un estado que, con su “relación especial” con los EEUU e independientemente del color político de los gobiernos, solía actuar como cabeza de puente en defensa de las posiciones norteamericanas y como líder informal de las posiciones más “atlantistas” de otros estados en el Consejo Europeo.
Sirva como ejemplo la intensa labor desempeñada por el Reino Unido para que fuera descartada la apertura de un Cuartel General de la UE en Tervuren (Bélgica) tal y como pedían Alemania, Francia y Bélgica al calor del debate reabierto por la guerra de Iraq. Una iniciativa que hubiera dotado a la UE de capacidades militares permanentes y hubiera supuesto una relativización del papel jugado por EEUU sobre la seguridad europea a través de la OTAN.
Hace tan solo unos días la canciller alemana anunciaba que su país está preparado para duplicar el gasto en defensa: un movimiento que puede interpretarse como un intento de liderar en este campo tras la salida del Reino Unido.
Pasando de un gasto del 1,2% del PIB al 2% (la cifra que la OTAN exige a los miembros en pos de una mayor corresponsabilidad presupuestaria) y atendiendo a las declaraciones ya citadas de la ministra del ramo, Alemania podría estar cimentando el camino que ya apuntó en 2005 Gerhard Schröder, quien tras el cisma de Iraq propuso una reforma de la OTAN que reconociera el peso creciente de la UE, posibilitara el desarrollo de la Política Europea de Seguridad y Defensa y reforzase la autonomía y las capacidades de la UE mediante la consolidación de un pilar europeo en el seno de la Alianza.
La hipótesis de un “núcleo duro” articulado en torno al eje París-Berlín y apoyado en países como España o Italia es una de las más repetidas para sacar al proyecto europeo del bache en que se encuentra. Supeditada a las cruciales elecciones en Alemania y Francia del próximo año, a la voluntad política por parte de los estados miembros a la hora de hacer realidad lo que ya pone en los Tratados y a un incremento compartido en las partidas presupuestarias, dicha estrategia es igualmente válida para reforzar la integración en materia de seguridad, inteligencia y defensa.
Por último, no se trataría de duplicar o dejar inservible una estructura como la OTAN, que reviste una importancia estratégica para prácticamente todos los países europeos, sino de redibujar las relaciones euroatlánticas desde una mayor autonomía, sobre la base de unas premisas distintas y para un mundo muy diferente al de 1949.
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