Asumamos seriamente la desigualdad
Es importante recordar que hemos recorrido un largo camino en la lucha para poner fin a la pobreza extrema Image: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins ALL STORIES.
José Cuesta
Development economist with a Ph.D. in economics from Oxford University and professor, Georgetown University's McCourt School of Public PolicyMientras trabajábamos en un nuevo informe emblemático del Grupo Banco Mundial que contiene las estimaciones y tendencias más recientes y precisas en materia de pobreza mundial y prosperidad compartida, quedó claro cuál era el título que queríamos: La pobreza y la prosperidad compartida 2016: Asumir la desigualdad.
Esto porque en nuestras mentes resultó evidente que la desigualdad es cada vez más crucial para alcanzar los objetivos del Grupo Banco Mundial de poner fin a la pobreza y promover la prosperidad compartida. De hecho, nos dimos cuenta de que para poner fin a la pobreza extrema hacia 2030 es fundamental abordar el problema de la desigualdad.
En el mundo se han registrado enormes avances en la reducción de la pobreza extrema —aproximadamente 1100 millones de personas han salido de la pobreza extrema desde 1990— (i) pero en la actualidad aún hay casi 800 millones de personas (o 1 de cada 10) que viven con menos de USD 1,90 al día. Esta cifra es inaceptablemente alta, especialmente si se tiene en cuenta el bajo nivel de vida que supone la línea de pobreza internacional.
Históricamente, sabemos la importancia que tiene el crecimiento en la reducción de la pobreza. Sin embargo, las tasas de crecimiento actuales no serán suficientes para alcanzar la meta de 2030, y sabemos que las proyecciones del crecimiento mundial son desalentadoras. Por lo tanto, tenemos que establecer qué tipo de crecimiento es beneficioso para los pobres. Para asegurar esto, en primer lugar, hay que saber cómo se han beneficiado los pobres con el crecimiento.
Aquí es donde entra en juego la prosperidad compartida.
Impulsar la prosperidad compartida, el segundo objetivo del Grupo Banco Mundial, significa que el crecimiento debe traducirse en ganancias para el 40 % más pobre de la población de cada país. Es importante hacer el seguimiento de este progreso para garantizar que los más pobres en todos los países estén mejorando sus condiciones de vida y medios de subsistencia.
Pero ya que también queremos saber más acerca de cómo les va a los más pobres frente al resto de la población de su propio país, hemos adoptado un nuevo indicador, que llamamos la “prima de prosperidad compartida”. Este indicador compara el crecimiento del 40 % más pobre con el promedio, poniendo un énfasis aún más importante en la desigualdad en nuestros esfuerzos por llegar a los menos favorecidos en todas partes.
Vemos que entre 2008 y 2013 el 40 % más pobre creció más rápido que el 60 % más rico en 49 de los 83 países de los que tenemos datos de calidad. En otras palabras, en 6 de cada 10 países (con datos disponibles) el 40 % más pobre se benefició más del crecimiento que el resto de la población. Estos países albergan al menos a dos tercios de la población mundial. Decimos “al menos” porque no disponemos de información suficiente acerca del 25 % de la población mundial para asegurar esto. Por lo tanto, necesitamos tener más datos, de mejor calidad y de mayor frecuencia.
Si bien esta es una buena noticia, existe una percepción generalizada que la desigualdad está aumentando en todas partes.
A través de nuestro informe, se muestra que esta es, de hecho, una apreciación que no se corresponde con la realidad en muchas partes del mundo en el último periodo. Si nos fijamos en la desigualdad en sí misma, vemos patrones similares a los de la prosperidad compartida a nivel de país para el mismo lapso. En una muestra de 80 países, la desigualdad se redujo en más países que en los que aumentó. Por cada país en el que la desigualdad se amplió considerablemente, había dos países en los que la desigualdad se redujo significativamente. Este modelo representa un cambio bastante drástico después de que la desigualdad aumentó en muchos países durante las décadas de 1990 y principios de 2000.
Incluso a nivel mundial, la desigualdad entre los ciudadanos de todo el mundo disminuyó en los últimos 25 años, pero sigue siendo bastante alta. Esto se debió principalmente a que los ingresos promedio en algunas grandes economías emergentes alcanzaron a los de los países industrializados, lo que redujo la desigualdad entre los países.
Entonces, ¿es suficiente este progreso en la reducción de la desigualdad para ayudar a poner fin a la pobreza a fines de 2030?
Nuestras simulaciones muestran que, aunque persista el fuerte crecimiento de la última década, no se alcanzará la meta de pobreza extrema mundial del 3 % propuesta por el Grupo Banco Mundial para 2030. Tampoco ayudan los pronósticos relacionados con la desaceleración del crecimiento mundial, ni el hecho que los pobres se concentren cada vez más en África al sur del Sahara, donde el progreso en la reducción de la pobreza ha sido más lento que en otras regiones. Y que los que han permanecido en situación de pobreza extrema serán los más difíciles de alcanzar de aquí a 2030.
Por consiguiente, para lograr el objetivo, el crecimiento tendrá que beneficiar más a los pobres que al promedio, lo que significa que necesitamos una reducción de la desigualdad, y tiene que ser mayor que lo que sucede hoy en día. Es particularmente importante disminuir la desigualdad en los países en los que vive un número considerable de personas pobres, y donde la desigualdad ya es elevada.
Todo esto plantea preguntas como las siguientes: ¿cómo se traduce esto en acciones? ¿Hay países que han reducido la desigualdad y la pobreza sin poner en peligro el crecimiento? Y si es así, ¿qué lecciones podemos aprender? Y, ¿podríamos resolver la pobreza extrema mañana si solo pusiéramos la cantidad adecuada de dinero para enfrentar el problema? En futuros blogs, trataremos de responder algunas de estas interrogantes.
Es importante recordar que hemos recorrido un largo camino en la lucha para poner fin a la pobreza extrema: recordemos los progresos realizados desde 1990, y las mejoras generalizadas en áreas como la supervivencia de los niños, la matrícula escolar, la esperanza de vida y la mortalidad materna. Hoy en día, poner fin a la pobreza está a nuestro alcance, pero alcanzar o no nuestra meta depende de medidas específicas, decisiones de políticas inteligentes, y el compromiso de las personas y los Gobiernos en todo el mundo.
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