Crecimiento Económico

Nouriel Roubini: Se necesita una nueva visión para Europa

Image: REUTERS/Ralph Orlowski

Nouriel Roubini
Professor Emeritus of Economics and International Business, Stern School of Business, New York University

La reacción de los mercados a la conmoción del Brexit fue ligera en comparación con otros dos episodios recientes de volatilidad financiera global: el de mediados de 2015 (por los temores a un aterrizaje forzoso de China) y el de los primeros dos meses de este año (por la repetición de esos temores sobre China, y otras incertidumbres globales). El alcance de la conmoción fue regional en vez de global (los mercados más afectados fueron los del Reino Unido y Europa); y la volatilidad duró solamente una semana, mientras que los otros dos episodios serios de huida hacia activos seguros duraron unos dos meses y produjeron una fuerte corrección de las cotizaciones bursátiles en Estados Unidos y el mundo.

¿Por qué la sacudida fue tan breve y ligera?

Para empezar, el RU equivale a solo el 3% del PIB global; en cambio, China (la segunda economía del mundo) equivale al 15% de la producción mundial y a más de la mitad del crecimiento global.

Además, las muestras de unidad de la Unión Europea después del Brexit, sumadas al resultado de las elecciones en España, calmaron los temores a una desintegración inmediata de la UE o la eurozona. Y el rápido cambio de gobierno en el RU aumentó las esperanzas de que las negociaciones para la salida de la UE, por más difíciles que sean, produzcan un acuerdo que mantenga la mayor parte de los vínculos comerciales dando al RU acceso sustancial al mercado único y la posibilidad de fijar restricciones moderadas a la inmigración.

Image: Eurostat

Lo más importante es que los mercados no tardaron en reflejar en sus cotizaciones la conclusión de que el Brexit llevaría a los principales bancos centrales del mundo a adoptar una actitud más flexible. De hecho, como en los dos episodios anteriores de huida hacia la seguridad, los mercados y las economías recibieron un respaldo de liquidez por parte de los bancos centrales.

Pero es posible que el riesgo de volatilidad europea y global solo se haya pospuesto por poco tiempo. Aún dejando a un lado otros riesgos globales (entre ellos la desaceleración de un crecimiento estadounidense que ya es mediocre, más temores a un aterrizaje forzoso de China, la debilidad de precios del petróleo y los commodities, y las fragilidades en mercados emergentes clave), abundan los motivos para preocuparse por Europa y la eurozona.

En primer lugar, si las negociaciones de divorcio entre el RU y la UE se prolongan y complican, el crecimiento y los mercados resultarán afectados. Y un divorcio en malos términos puede llevar a que Escocia e Irlanda del Norte abandonen al RU. En ese supuesto, también Cataluña podría insistir en reclamar la independencia de España. Y ya sin el RU, tal vez Dinamarca y Suecia (que no tienen planes de unirse a la eurozona) teman quedar marginadas dentro de la UE y se planteen la posibilidad de salirse del bloque.

En segundo lugar, el continente está ingresando a un campo minado electoral. En septiembre, Austria repetirá la elección presidencial (la anterior terminó en un virtual empate), lo que dará otra oportunidad a Norbert Hofer, del ultraderechista Partido de la Libertad. Al mes siguiente, Hungría celebrará por iniciativa del primer ministro Viktor Orbán un referendo sobre la derogación de las cuotas de reubicación de inmigrantes exigidas por la UE. Y lo más importante, en Italia se plebiscitará una propuesta de reforma constitucional que de fracasar puede poner en riesgo la pertenencia del país a la eurozona.

Hoy Italia es el eslabón más débil de la eurozona. El gobierno del primer ministro Matteo Renzi se ha vuelto políticamente inestable, apenas hay crecimiento económico, los bancos están necesitados de capital, y será difícil cumplir las metas fiscales de la UE sin provocar otra recesión. Un fracaso de Renzi (algo cada vez más posible) puede llevar al poder al Movimiento Cinco Estrellas (antieuro, y con buenos resultados en las últimas elecciones municipales) tan pronto como el año próximo.

Si tal cosa ocurriera, los temores de 2015 a un Grexit serían nada en comparación. Italia, la tercera economía de la eurozona, es demasiado grande para quebrar. Pero con una deuda pública diez veces más grande que la de Grecia, también es demasiado grande para rescatarla. Ningún programa de la UE puede respaldar los dos billones de euros (2,2 billones de dólares) de la deuda pública italiana (el 135% del PIB).

Además, añaden incertidumbres las elecciones en Francia, Alemania y los Países Bajos en 2017, a la par que el escaso crecimiento y el alto desempleo en la mayor parte de Europa refuerzan el apoyo a partidos populistas que se oponen al euro, a los inmigrantes, a los musulmanes y a la globalización; unos de derecha (en el núcleo de la eurozona) y otros de izquierda (en la periferia).

Al mismo tiempo, el vecindario de Europa está mal y empeorando. Ha aumentado la asertividad de una Rusia revisionista, no solo en Ucrania, sino también en el Báltico y los Balcanes. Y el caos continuo en Medio Oriente trae al menos dos clases de consecuencias: nuevos episodios de terrorismo en Francia, Bélgica y Alemania, que con el tiempo pueden hacer mella en la confianza de empresas y consumidores; y una crisis migratoria que demanda cooperación más estrecha con Turquía, que también enfrenta inestabilidad tras el fallido golpe militar.

Hasta que termine la próxima ronda de elecciones, es difícil que la UE avance en el proyecto de completar la inacabada unión monetaria con la introducción de más mecanismos de coparticipación de riesgos y una aceleración de las reformas estructurales que aliente una convergencia económica más rápida. Dada la lentitud actual de las reformas (y el envejecimiento poblacional), el crecimiento potencial sigue siendo bajo, y el crecimiento real pasa por una recuperación cíclica muy moderada que ahora se enfrenta a los riesgos e incertidumbres generados por el Brexit. Al mismo tiempo, los elevados niveles de déficit y endeudamiento, sumados a las normas de la eurozona, limitan el uso de la política fiscal para impulsar el crecimiento; y es posible que el Banco Central Europeo esté llegando al límite de lo que incluso la política monetaria no convencional puede hacer para sostener la recuperación.

Una desintegración súbita de la eurozona y la UE es improbable, ya que muchos de los riesgos que enfrentan no son inmediatos. Y por supuesto, la desintegración puede evitarse mediante una visión política que equilibre la necesidad de más integración con el deseo de cierto grado de autonomía y soberanía nacional en una variedad de cuestiones.

Pero es imperioso hallar modos de integración democráticos y políticamente aceptables. La estrategia de ir poniendo parches sobre la marcha dio lugar a un equilibrio inestable que volverá inevitable la desintegración de la eurozona y de la UE. Con tantos riesgos que enfrenta Europa, es hora de adoptar una visión distinta.

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