Javier Solana: Los agravios económicos tras el ascenso del populismo
La globalización ha reducido la desigualdad entre países substancialmente. Pero dentro de los países, la desigualdad ha aumentado agudamente. Image: REUTERS/Stefano Rellandini
Los populismos, con sus autoproclamadas victorias sobre las élites, coinciden en señalar a la globalización como la causa de los problemas que sufren los ciudadanos. Sus discursos están especialmente dirigidos a quienes, en los últimos años, han visto descender su nivel de vida y se han sentido ajenos a los procesos globales, de los que otros parecían beneficiarse. Es cierto que estos agravios no han sido la única chispa que ha encendido el movimiento anti-globalización, y prueba de ello es que también ha calado en países con bajas tasas de desempleo y salarios crecientes, pero el debate ocupa la actualidad y no debemos ignorarlo.
En primer lugar, porque no hay duda de que el apoyo a estos partidos sigue creciendo y, de no hacer nada, podemos encontrarnos con importantes retrocesos en nuestras sociedades. En segundo lugar, porque debemos dar una respuesta a quienes se han sentido abandonados por las clases políticas. La estupefacción que nos provoca pensar que Donald Trump o Marine Le Pen puedan gobernar debe ser la llamada de atención ante una cuestión pendiente: la creciente desigualdad en nuestras sociedades.
La globalización ha supuesto la salida de muchos de la pobreza y la reducción de la desigualdad a nivel global, es decir, entre países. Como señala Branko Milanovic, estamos ante el primer descenso de la desigualdad global de los últimos doscientos años y en el momento de mayor restructuración de la renta personal desde la Revolución Industrial. En este período, quienes han visto aumentar sus ingresos han sido las clases medias y altas de los países asiáticos y las clases más altas, a nivel global. Esto ha llevado el aumento de la desigualdad dentro de los países. El ejemplo más evidente es el de Estados Unidos, donde el coeficiente de Gini (el índice que mide los niveles de igualdad) subió cinco puntos entre los años 1990 y 2013, pero también ha ocurrido en menor medida en China, India y en la mayoría de países europeos.
Para los ciudadanos de muchos países desarrollados el hecho de que millones de personas que viven a miles de kilómetros de distancia hayan salido de la pobreza, es una realidad muy lejana. En cambio, han visto durante estos años cómo sus salarios se han estancado y han aumentado las desigualdades entre ellos y sus vecinos más ricos. Esto ha causado una desvinculación con las llamadas “élites”, aunque esta categoría sea muy difusa, y un rechazo a la apertura, tanto de las economías como de las sociedades. Sin duda, las transformaciones económicas tienen efectos en la política.
Debemos dar una respuesta a la realidad de tantos ciudadanos que buscan su salvación en quienes ofrecen volver a un mundo, que nunca existió, en el que los Estados son autosuficientes, igualitarios e inmunes a las circunstancias externas. El auge del populismo demuestra que las clases políticas no han atendido de manera suficiente estas necesidades y ha faltado conexión con los ciudadanos ante los que tienen que responder. Es, además, importante considerar sinceramente la desigualdad de nuestras sociedades ante el impacto que las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial tendrán en el mercado laboral. Según la OCDE, la automatización de las tareas manuales y repetitivas impactará fundamentalmente en aquellos que no han accedido a estudios superiores, lo que previsiblemente intensificará la polarización de la sociedad.
Para lograr soluciones efectivas, la cuestión debe considerarse a todos los niveles, incluyendo sin duda el nacional. La globalización requiere gobiernos nacionales sólidos y capaces de atender las necesidades sociales. Una de las grandes quejas de estas clases medias occidentales es el abandono por parte de sus clases dirigentes, que han centrado su labor en las grandes cumbres internacionales descuidando el devenir de las pequeñas localidades. Son los gobiernos nacionales quienes deben mantener el contacto y el vínculo con los ciudadanos, defendiendo sus intereses y buscando su beneficio. Nada tiene que ver con darle la espalda a la globalización, ni con introducir medidas proteccionistas, sino con fomentar el equilibrio social que sostiene los sistemas democráticos. Para ello, no basta con aplicar soluciones paliativas de la desigualdad actual sino que se deben diseñar medidas preventivas. Son particularmente relevantes las políticas de educación y formación continuada adecuadas al mundo presente y al que viene, en el que la creatividad, la capacidad para resolver problemas o las aptitudes interpersonales son irremplazables.
Los gobiernos nacionales son, a la vez, los componentes básicos de la gobernanza global y sus arquitectos. Aún queda mucho por construir en el sistema de gobernanza global, que se ha demostrado insuficiente para gobernar la compleja economía global, especialmente en ámbitos como la fiscalidad o el empleo. Asimismo, los foros internacionales deben incluir estos debates y convenir acciones globales. En la pasada cumbre del G20, ya se introdujo la cuestión de la creciente desigualdad en muchos países, como un riesgo para el crecimiento inclusivo y la cohesión social. La agenda de la próxima cumbre, que tendrá lugar a principios de septiembre en China, ya incluye en su agenda explorar medidas concretas para reducir la desigualdad.
Es el momento de dar pasos reales. En los próximos meses hay elecciones cruciales. Permitir la victoria del populismo pondría en peligro muchas conquistas sociales y sería el mayor fallo a los ciudadanos. El resultado del referéndum británico nos ha despertado de una ilusión en la que veíamos acercarse los riesgos, confiando en que nunca llegarían a materializarse. Ahora sabemos que lo impensable puede ocurrir. Hay un número significativo de ciudadanos que apoyan las propuestas antiglobalización y sus mensajes calan rápidamente en quienes no han disfrutado de las ventajas de la globalización y se han sentido olvidados en la toma de decisiones. La conexión con ellos y la apuesta por su futuro serán cruciales para las próximas elecciones y para la estabilidad de nuestras sociedades.
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