El Brexit y el futuro de Europa
Image: REUTERS/Reinhard Krause
En mi opinión, Gran Bretaña tenía con la Unión Europea el mejor de los arreglos posibles; era miembro del mercado común sin pertenecer al euro y había conseguido otras exenciones a las reglas de la UE. Pero eso no bastó para evitar que el electorado británico votara por la salida del bloque. ¿Por qué?
La respuesta puede hallarse en las encuestas de opinión realizadas los meses previos al referendo por el “Brexit”. La crisis migratoria europea y el debate por el Brexit se reforzaron mutuamente. La campaña por el “Leave” (la salida de la UE) explotó el empeoramiento de la situación de los refugiados (simbolizado por atemorizadoras imágenes de miles de solicitantes de asilo concentrados en Calais y desesperados por entrar a Gran Bretaña a cualquier costo) para atizar el temor a la inmigración “descontrolada” desde otros países de la UE. Y las autoridades europeas demoraron decisiones importantes sobre la política de refugiados para no incidir negativamente en el referendo británico, lo que perpetuó escenas de caos como la de Calais.
La decisión de la canciller alemana Angela Merkel de abrir las puertas de su país a los refugiados fue un gesto inspirador, pero sin la suficiente reflexión, ya que no se tuvo en cuenta el factor de atracción. Una súbita afluencia de solicitantes de asilo trastornó la vida cotidiana de la gente en toda la UE.
Además, la falta de controles adecuados creó un pánico que afectó a todos: a la población local, a las autoridades a cargo de la seguridad pública y a los refugiados mismos. También facilitó el veloz ascenso de partidos xenófobos antieuropeos, como el Partido de la Independencia del RU, que lideró la campaña por el “Leave” mientras los gobiernos nacionales y las instituciones europeas parecían incapaces de manejar la crisis.
Ahora el escenario catastrófico que muchos temían se materializó, con lo que la desintegración de la UE es prácticamente irreversible. A la larga puede que la salida de la UE deje a Gran Bretaña relativamente mejor que otros países o no, pero en el corto a mediano plazo su economía y su pueblo van a sufrir considerablemente. Inmediatamente después de la votación, la libra se hundió a su nivel más bajo en más de tres décadas, y es probable que la conmoción financiera mundial se prolongue mientras se desarrolla el largo y complicado proceso de negociación del divorcio político y económico de la UE. Las consecuencias para la economía real serán comparables solo a la crisis financiera de 2007 y 2008.
Es seguro que ese proceso estará cargado de más incertidumbre y riesgo político, porque lo que estaba en juego nunca fue simplemente alguna ventaja real o imaginaria para Gran Bretaña, sino la supervivencia misma del proyecto europeo. El Brexit deja la vía libre a otras fuerzas antieuropeas dentro de la Unión. Apenas se había anunciado el resultado del referendo, y en Francia el Frente Nacional pidió un “Frexit”, mientras que el populista neerlandés Geert Wilders promovió un “Nexit”.
Además, es posible que el RU tampoco sobreviva. Es de esperar que Escocia, donde el voto por la permanencia en la UE obtuvo una mayoría abrumadora, haga otro intento de independizarse, y algunos funcionarios en Irlanda del Norte, cuyos votantes también respaldaron el “Remain”, ya pidieron la unificación con la República de Irlanda.
La respuesta de la UE al Brexit puede convertirse en otra trampa. Es posible que los líderes europeos, preocupados por disuadir a otros estados miembros de seguir el ejemplo británico, no estén dispuestos a ofrecer al RU condiciones (en particular, en relación con el acceso al mercado común europeo) que le hagan menos dolorosa la salida del bloque. Como la UE supone la mitad del intercambio comercial británico, el impacto en los exportadores puede ser devastador (aunque mejore la competitividad del tipo de cambio). Y con la reubicación de instituciones financieras y de su personal a ciudades de la eurozona en los próximos años, la City (y el mercado inmobiliario) de Londres acusarán el golpe.
Pero las derivaciones para Europa pueden ser mucho peores. Las tensiones entre los estados miembros alcanzaron un punto crítico, no solo en relación con los refugiados, sino también por las dificultades excepcionales entre los países deudores y acreedores dentro de la eurozona. Al mismo tiempo, los gobiernos de Francia y Alemania, debilitados, ahora están obligados a concentrar la atención en los problemas locales. En Italia, una caída bursátil del 10% tras el Brexit dejó en claro la vulnerabilidad del país a una crisis bancaria con todas las letras, algo que podría llevar al poder al populista Movimiento Cinco Estrellas (que acaba de obtener la alcaldía de Roma) tan pronto como el año entrante.
Nada de esto es buen presagio para un programa serio de reformas en la eurozona, que debería incluir una auténtica unión bancaria, una unión fiscal limitada y mecanismos de rendición de cuentas democrática mucho más sólidos. Y el tiempo no está del lado de Europa, conforme presiones externas de países como Turquía y Rusia (que están sacando provecho de la discordia) agravan la competencia política interna europea.
Esa es la situación actual. A toda Europa (Gran Bretaña incluida) la perjudica la pérdida del mercado común y de los valores comunes para cuya protección se creó la UE. Pero lo cierto es que la UE dejó de funcionar y de satisfacer las necesidades y aspiraciones de sus ciudadanos. Va camino de una desintegración caótica que dejará a Europa peor que si la UE nunca hubiera existido.
Pero no debemos abandonar. La UE es, hay que reconocerlo, una creación imperfecta. Después del Brexit, todos los que creemos en los valores y principios que ella encarna debemos agruparnos para salvarla reconstruyéndola por completo. Estoy convencido de que a medida que en las semanas y los meses siguientes se revelen las consecuencias del Brexit, cada vez más gente se nos unirá.
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Samir Saran
11 de noviembre de 2024