Ha llegado el momento de un liderazgo intergeneracional para lograr un cambio de sistema

Cada vez hay más consenso sobre la necesidad de reformar el mundo y sus sistemas. La pandemia ha puesto de manifiesto problemas socioeconómicos y ambientales de larga data que nuestros sistemas son ahora evidentemente incapaces de resolver.

Para que ese cambio se consolide, tenemos que pasar decididamente de la retórica a la acción, explicando por qué, como comunidad mundial, no hemos estado dispuestos a trabajar para mover la aguja del cambio sistémico. Y ello por dos razones.

En primer lugar, el cambio transformacional exige reconocer que nuestro mundo moderno, en muchos sentidos, ha sido moldeado por el poder en vez de la paz, el bienestar colectivo e incluso el amor. El gasto militar mundial, por ejemplo, superó por primera vez los 2 billones de dólares en el segundo año de la pandemia.

En segundo lugar, el cambio transformacional puede parecer desalentador, en parte porque puede ser difícil imaginar un mundo que aún no existe. Es difícil imaginar una utopía en medio de una "policrisis": crisis que se producen en múltiples sistemas globales y se enredan de tal manera que producen daños mayores que los que producirían esas crisis en conjunto.

Pero como dijo Maya Angelou: "Cuando sabes más, haces mejor". Las policrisis de hoy deberían ser una llamada de atención para autoorganizarnos como especie de un modo superior. Ahora sabemos lo que no funciona; es hora de hacerlo mejor.

La asociación Gobiernos de la Economía del Bienestar, liderada principalmente por mujeres, es un ejemplo de cómo ampliar la métrica de salud más allá del crecimiento económico. A continuación, ofrecemos un enfoque de tres raíces para alcanzar este objetivo. Pero primero, llevemos el debate de lo abstracto a lo práctico.

Las crisis actuales convergen debido a la incapacidad de abordar los retos socioeconómicos, políticos y ambientales de forma sistémica y con un conjunto elevado de valores humanos. El Informe sobre Riesgos Mundiales 2023 del Foro Económico Mundial muestra cómo los riesgos ambientales, sociales, tecnológicos, de gobernanza y económicos están interconectados.

Las externalidades negativas también suelen pasar desapercibidas. Un coste externo se produce cuando un producto o una actividad perjudica a otra persona o al medio ambiente. Sin embargo, este daño no se refleja en el precio del producto o servicio, como el coste de la contaminación, que puede tener graves consecuencias para la salud humana, los problemas de gobernanza, el declive de la biodiversidad y la seguridad alimentaria. Se trata de un fallo de diseño. Se necesitan enfoques sistémicos para abordar los problemas subyacentes y garantizar la prosperidad a largo plazo. Porque, en esencia, todos estamos conectados.

Además, tenemos que preguntarnos: ¿serán las generaciones actuales -boomers, generación X, millennials o gen Z- las que inviertan las tendencias intergeneracionales que hemos heredado o seguiremos conduciendo hacia ese borde del precipicio? El aumento del coste de la vida, los fenómenos meteorológicos imprevisibles, la polarización y la fragmentación son solo algunos síntomas de sistemas diseñados de forma imperfecta. Debemos prestar atención a estas señales de alarma y virar hacia la seguridad.

Las distintas generaciones disponen de herramientas diferentes pero igualmente necesarias para ello, y existen innumerables lugares para facilitar la transferencia bidireccional de conocimientos. Los consejos de administración, en sus diversas naturalezas -empresariales, sin ánimo de lucro o de otro tipo-, son un magnífico ejemplo de cómo distintas generaciones pueden trabajar juntas por un objetivo común.

Las generaciones mayores tienen perspectiva e influencia, las jóvenes tienen números y conectividad, por lo que ha llegado el momento de un liderazgo audaz e intergeneracional. He aquí cómo podemos conseguirlo.

Necesitamos mantener conversaciones radicalmente sinceras, constructivas y compasivas, respondiendo a la pregunta: "¿cómo hemos llegado hasta aquí?". Como se afirma en el famoso libro Good to Great, de Jim Collins, el cambio productivo comienza cuando nos enfrentamos a los hechos brutales.

Esta confrontación es crucial para volver a inspirar y comprometer a la sociedad civil y a las generaciones futuras con las instituciones y entre sí. Como subraya Adam Grant, estos espacios deben estar dotados de comunicadores magistrales que consigan que estemos de acuerdo y en desacuerdo de forma más eficaz. La buena noticia es que estos espacios, Neue Geographical Society, por ejemplo, ya existen con líderes de pensamiento que se preocupan intensamente. Tenemos que encontrarlos y cultivarlos.

Necesitamos espacios para experimentar y diseñar, para emprender acciones audaces basadas e inspiradas en nuestras conversaciones radicales. Estos espacios deben estar dotados de redes críticas para la aplicación, la escala y la entrega globales, que tengan raíces locales y mentalidad global.

Dos ejemplos son iniciativas que estamos liderando incubadas por miembros de la Global Shapers Community: Davos Lab y AI Future Lab. Davos Lab elaboró el primer Plan de Recuperación Impulsado por los Jóvenes con una red de 14 000 jóvenes inspiradores, en la que se recogen las opiniones e ideas de más de 2 millones de personas de más de 150 ciudades y 180 países. El AI Future Lab, que abarca seis continentes, es la mayor congregación mundial de talento en IA -en los frentes técnico, empresarial y político- que promueve la colaboración intergeneracional para garantizar la inclusión de las comunidades globales y democratizar el acceso a la configuración de una de las tecnologías más importantes del mundo.

Necesitamos iterar sobre lo que construimos. Nadie tiene todas las respuestas y ninguna de las que ya tenemos debe presumirse perfecta. Se necesita la gracia de mejorar a lo largo del camino para facilitar un compromiso exponencial.

El pensamiento sistémico empieza por empatizar e identificar los problemas subyacentes, como suelen hacer los innovadores sociales antes de concebir nuevas ideas. A continuación se crean prototipos y se introducen mejoras continuas. ¿No podemos hacer lo mismo con las políticas, por ejemplo? Las asambleas de ciudadanos, por ejemplo en Canadá y otros países, han demostrado que los ciudadanos pueden diseñar políticas conjuntamente con los legisladores.

Nuestro mundo no es el mismo que hace tres años. La pandemia nos mostró cómo podían movilizarse recursos en cuestión de semanas con suficiente voluntad y una acción decisiva. Tenemos que dar el siguiente salto en la conciencia humana, dar prioridad a las personas y al planeta y construir un mundo centrado en la paz, el amor y el bienestar. Porque la verdad es que no tenemos otra opción.

A través de procesos iterativos y una apertura para mantener conversaciones sinceras, junto con las lecciones aprendidas de la pandemia en torno a la escalabilidad, el obstáculo ya no es el cómo y el por qué, sino la voluntad y el cuándo. El liderazgo intergeneracional es fundamental para lograr el cambio del sistema, para garantizar que las generaciones de hoy y de mañana vivan en un mundo más próspero, saludable y sostenible.