Cada año se fabrican dos billones de envases para bebidas. ¿Dónde terminan todos estos envases?
Esto significa cinco envases por semana por cada persona en el planeta. Y la cantidad crece cada año. Image: REUTERS
Honestamente, ¿cuántos envases de bebida ha usado hoy? ¿Una caja de jugo de naranja en el desayuno, una botella plástica de agua para su carrera matutina, un café para llevar, quizás una lata de refresco en el almuerzo, un par de tazas de poliestireno extruido en el enfriador de agua de la oficina, tal vez incluso una botella de vino para llevar para la cena? Todo suma.
En el mundo, este año se fabricarán y venderán dos billones de envases de bebidas, según las proyecciones del Consejo para la Protección de las Zonas Rurales de Inglaterra (CPRE). Eso representa más de cinco envases por semana por cada persona en el planeta. Y la cantidad crece cada año.
Entonces, ¿qué pueden hacer los individuos y los gobiernos para asegurarse de que esos envases no terminen dañando el planeta?
Los diferentes envases tienen diferentes impactos en el medio ambiente.
Las latas de aluminio son livianas y fáciles de transportar, y se pueden reciclar fácilmente. También es uno de los metales más comunes en la tierra. Pero su extracción utiliza enormes cantidades de energía y agua, y las minas de bauxita causan importantes daños ecológicos.
Las botellas de vidrio son pesadas para transportar, lo que aumenta su huella de carbono. Pero son 100 % reciclables, e incluso cuando no se reciclan, finalmente se descomponen y transforman en arena.
El plástico es el material más versátil para envasar bebidas. Pero las tasas de reciclaje son bajas: solo el 14 % de los 78 millones de toneladas métricas que se producen anualmente se recicla, y solo una fracción de eso se reutiliza para fabricar más plástico. El plástico desechado puede tardar siglos en degradarse, y ocho millones de toneladas al año terminan en nuestros océanos.
La mejor manera de evitar que los envases de bebidas terminen como desechos es, por supuesto, reutilizarlos. En todo el mundo, las ciudades están impulsando el uso de botellas de agua recargables mediante la instalación de fuentes de agua, o la creación de programas para que los cafés y bares permitan que los clientes las llenen de forma gratuita. Incluso hay una aplicación que le dirá dónde está su estación de recarga más cercana.
Pero la mejor solución para los envases que no se pueden reutilizar es el reciclaje. Como se muestra en el cuadro a continuación, el desafío es lograr que la gente adhiera a los programas de reciclaje.
Los programas de depósitos son una de las soluciones. Se cobra una pequeña cantidad por cada botella o lata, que luego se reembolsa cuando se retira para su reciclaje.
Noruega ha usado un programa sumamente exitoso por muchos años, con tasas de reciclaje en la actualidad en un sorprendente 97 %. Ofrece incentivos no solo para los consumidores, que pueden canjear sus botellas por dinero o crédito, sino también para las tiendas que participan. Los fabricantes se benefician de una reducción en los impuestos si la tasa de reciclaje nacional total alcanza un nivel mínimo, lo que les da una razón para diseñar envases que sean fáciles de reciclar.
Diferentes versiones del programa se usan en otros países europeos como Alemania, Dinamarca y Lituania, y en varios estados dentro de los Estados Unidos, Canadá y Australia. Escocia ha anunciado recientemente que cargará 20 peniques por botella cuando lance su propio programa.
Las investigaciones han demostrado que los programas han tenido un efecto positivo no solo en las tasas de reciclaje, sino también en la cantidad de residuos de plástico que llegan al océano. Los activistas ambientales ahora están pidiendo que estos programas se implementen en todas partes.
Como el Informe de Nueva Economía del Plástico del Foro Económico Mundial deja en claro, existe un enorme potencial económico en el diseño y fabricación de envases que reutilizan los materiales existentes. Si la industria de bebidas puede aplicar con éxito los principios de la economía circular, podrá disfrutar de su conveniencia, sin sentirse culpable por el medio ambiente.
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