Por qué miles de hondureños huyen en la caravana migrante
Image: REUTERS/Luis Echeverria
Kakarotto, un joven de 17 años al que una pandilla asesinó a dos familiares, es una de las 7.000 personas que migran desde Honduras a Estados Unidos.
"Como ellos saben que uno es pobre, si te negás a ser pandillero, te dicen: 'Dele, sabemos todo de vos: dónde vivís, quién es tu familia. Ellos saben todo".
La caravana migrante continúa, sin cruzar de forma regular por México, de Tapachula a Huixtla.
El vuelo de una cometa es una distracción. A Kakarotto le recuerda que de niño fue feliz. En Honduras, la infancia puede durar lo mismo que los momentos alegres: extremadamente poco. Una cometa en el cielo de Tecún Umán (Guatemala) evoca a este joven una niñez lejana a la que regresa al mirar el juguete desde la fronteriza Ciudad Hidalgo, en México.
Kakarotto, el nombre original de Son Goku, el protagonista de la mítica serie 'Bola de dragón', es el que este joven de 17 años elige para proteger su identidad porque es su programa de televisión favorito. Perseguido por la Mara Salvatrucha (MS), la pandilla más poderosa del mundo, este flaco y fibroso hondureño de cabeza rapada huyó hace dos meses de su barrio a otro barrio en San Pedro Sula, la tercera ciudad con más homicidios del mundo. Hace diez días, salió de su país con su hermana menor para sumarse a la caravana. Y el pasado 19 de octubre, saltó 20 metros del puente que une Guatemala con México para llegar nadando a Ciudad Hidalgo.
La respuesta al porqué detrás de la huida de los ya más de 7.000 hondureños de la caravana migrante que va rumbo a Estados Unidos es Kakarotto. Ahora camina sin su familia por el estado de Chiapas porque el peligro de ser asesinado por no unirse a la MS es demasiado real. "Tienen ojos donde no te imaginás", dice sentado sobre una roca, rodeado de centenares de compatriotas con los que va ahora a Huixtla. Entre esa ciudad mexicana y San Pedro Sula hay 800 kilómetros de distancia. 800 kilómetros necesarios.
En 2014, Honduras puso en marcha una comisión para la protección de las personas desplazadas forzosamente por la violencia. Cortes, la región a la que pertenece San Pedro Sula, es la segunda que acumula mayor nivel de desplazamiento del país. A diferencia de El Salvador, que no admite este tipo de huida, —aunque es el país más violento del mundo—, Honduras sí lo hace. Pero, en la práctica, se reduce a un ente institucional que dice que en 2017 hubo 1.424 personas desplazadas basándose en denuncias, sin ofrecer alternativas a la población.
Honduras es considerado un Estado fallido por muchas razones. Entre ellas, el control en los barrios está en manos de la Mara Salvatrucha; de su enemigo, el Barrio 18, y de otras pandillas menores. Todas las personas entrevistadas de la caravana que montaron un negocio tuvieron que cerrar porque una pandilla les extorsionaba con el cobro de una cantidad de dinero semanal por trabajar en el barrio que dominan. Y si alguno de estos dos grupos exige a un joven que trabaje para ellos o directamente meterse a la pandilla, pero no quiere, la opción alternativa es irse.
El Gobierno no plantea programas de reinserción social a pandilleros. Pero de la violencia que hay en Honduras no habló el presidente, Juan Orlando Hernández, cuando el sábado 20 de octubre se reunió en Guatemala con el presidente Jimmy Morales. El presidente que modificó la Constitución de su país para reelegirse en 2017 solo alentó a la gente a regresar. A cambio, Guatemala le prestó buses para llevarlos hasta la frontera.
Por todo esto, Kakarotto no se lo pensó mucho cuando vio que la caravana —que empezó con unas 500 personas en su ciudad— pasaba por una avenida cerca de su casa. Metió en su mochila la camiseta de su club de fútbol, el Olimpia, unas zapatillas negras de repuesto, un par de camisetas y animó a su hermana de 14 años a irse con él. A su madre la avisaron cuando pasaban por Ocotepeque, a cinco horas de su casa. Pasaron ocho días hasta que pidió prestado un móvil en Ciudad Hidalgo para avisar a una amiga de la familia de que estaba bien.
Cuando tenía 11 años, la mara asesinó a su hermano de 19 por no unirse a ellos. A los 14, la pandilla empezó a "molestar" a Kakarotto. El verbo molestar, en este contexto, significa que le pidió que fuera pandillero, pero él nunca quiso. "Como ellos saben que uno es pobre, si te negás, te dicen: 'Dele, sabemos todo de vos: dónde vivís, quién es tu familia. Ellos saben todo".
Él siguió evitándoles como pudo y, como dice que se le dan mal los estudios, pasó tres años vendiendo lichis y limpiando patios de vecinos. "A mi hermana también la quería casar la Mara". Casar como sinónimo de convertirla en novia a la fuerza de un pandillero, cuenta con su torso desnudo, mientras escurre el agua de su chándal después de haber saltado del puente fronterizo a México.
El día que le tocó encargarse de reconocer el cadáver de su prima de 15 años, dice, fue el más horrible de su vida. "Ella cometió el error", indica con los ojos empañados para explicar que la MS la asesinó porque se quedó con el dinero de una extorsión. El cuerpo estaba boca abajo, colgado de una valla, con la cara desfigurada. La reconoció por un tatuaje. "Es la desdicha de enfrentarse a donde uno nace", dice mientras mete en la mochila las zapatillas rojas y rotas con las que ha recorrido tres países.
A diferencia de El Salvador y Guatemala, las pandillas en Honduras aún incorporan mujeres a sus filas y les permiten hacerse tatuajes. Hoy en día, los pandilleros que no están presos y operan en los barrios no son hombres mayores. Tienen 16, 18, 21 años. Tienen la edad de Kakarotto.
En un país en el que casi la mitad de la población es menor de edad, donde el salario mínimo es de 350 euros y la mayoría de la gente tiene empleo informal, la capacidad de seducción económica de la pandilla es enorme. Hace dos meses, Kakarotto cometió su propio error porque no encontraba trabajo para comer. Aceptó llevar unas armas de una casa a otra dentro de su barrio, la colonia Reyes Caballero, en San Pedro. La MS le pagó y le animó a unirse a ellos, a tatuarse con ellos, después de conseguir las monedas justas para que su hermana comiera un día. Tuvo que huir a otro barrio ese día.
Ahora, el cuerpo sin tinta de Kakarotto es un acto de resistencia. Si fuera deportado, él no regresaría a su barrio. Ni a su ciudad. Él sabe que ya sucedió antes: personas indocumentadas que son obligadas a regresar y el mismo día son asesinadas.
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